Hubo un momento en el que la izquierda española decidió que su enemigo no era sólo Franco, ni los ricos, ni
No debieron ganar los cristianos, sino los musulmanes. No debió ganar Roma, sino los protestantes. No debieron ganar los “blancos”, sino los moros o los gitanos. Cada rezo es una mueca grotesca, cada batalla ganada es una miserable carnicería, cada verso encierra un insulto, cada palabra de amor enmascara un complejo sexual. Caín era el bueno y Abel, el malo. Isabel
El Cervantes suele darse a un autor por el conjunto de su obra. Pero lo de Goytisolo no es una obra; lo de Goytisolo es un complejo o, más precisamente, un montón de complejos puestos uno encima de otro y revueltos en sórdida mezcolanza.
Complejo del niño que se queda sin madre en un bombardeo y que crece junto a un padre franquista al que detesta (porque le falta la madre). Complejo de niño bien que, por acomodado, siente una especie de simpatía reactiva hacia el pobre, al que desea redimir por el narcisista procedimiento de hacerse pasar por pobre también. Complejo de una sexualidad culpable e indefinida –siempre la falta de la madre-, de una homosexualidad vergonzante, de una heterosexualidad ocasional que se desmiente para volver a la pederastia. Complejo de blanco malo frente al moro bueno, complejo de español que no quiere serlo porque en España ve al padre que le sobra y a la madre que le falta. Complejo de burgués que se hace comunista para lavar su conciencia y que después, descubierto el podrido pastel estalinista, abraza una existencia de turista universal para predicar nihilismo desde una bonita casa en Marrakech. Juan Goytisolo es todo eso. Como no podía ser de otro modo, recaló en El País, depósito inagotable de ese plúmbeo izquierdismo que desde hace largos años descarga sobre España su despotismo intelectual. También por esto le han premiado los chicos de Rajoy.
Hace seis años, para Goytisolo fue precisamente el último premio importante que otorgó el Gobierno Zapatero: el de las Letras Españolas. Ahora el de Rajoy le concede el galardón más relevante de la literatura en español. Todo cobra sentido.
P.S.: Ya sé que el Cervantes, nominalmente, no lo concede el Gobierno, sino un docto sanedrín. Pero, créanme, conozco el paño: los jurados de designación gubernamental (o de órganos satélites) tienen suficiente peso como para determinar el fallo. Este ha sido un premio gubernamental. Y eso es precisamente lo más preocupante.
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