Después de las elecciones “europeas” —pongamos comillas: una cosa es Europa, y otra, el artilugio económico-burocrático de Bruselas—, el abismo es total, absoluto, entre la situación política existente en España y en el resto de Europa.
Sólo algo nos une a todos: el partido que, de forma aplastante, indiscutible, con un 60%, ha ganado en toda Europa ha sido —tal como lo recomendaba (bromeemos un poco) este periódico— el partido de la abstención. Pero aparte de ello…
Aparte de ello, es enorme, histórico, el avance que este 25 de mayo han realizado en la inmensa mayoría de Europa las fuerzas identitarias (dentro de las cuales existen, como es lógico, tendencias y sensibilidades diversas). Destaca en particular la decisiva victoria que, a pesar de toda la diabolización de la que ha sido víctima durante tantos años, ha obtenido el Frente Popular de Marine Le Pen. Ha sido el partido más votado en Francia..., es decir, el más votado por los obreros, pues ellos (y no los pijos progres) constituyen como es sabido desde hace tiempo, su principal fuerza electoral. Elle Frente Nacional, tal es el partido que ha arrasado en Francia, ese país desde el que partieron en otros tiempos otros grandes seísmos históricos… que es de esperar no hayan sido los únicos en partir de ahí.
Ello por un lado: en el lado de allá de los Pirineos. Por el lado de acá, en nuestra España, el mismo repudio del que ha sido objeto la casta política en el poder —esto al menos nos une— se ha traducido en resultados radical, diametralmente opuestos. Por no existir, no existe entre nosotros —casi el único caso en toda Europa— ni la sombra de un partido identitario (y que las buenas gentes de Plataforma por Cataluña me disculpen). Nadie: ni partidos, ni periódicos, ni gente común y corriente, nadie con un mínimo de relieve social se ha enterado siquiera de que estamos viviendo un fenómeno de dimensiones dramáticas; un fenómeno que, de seguir así, transformará en el plazo de pocas generaciones, y de forma irremediable, toda la base étnica y cultural de nuestros países.
Este fenómeno tiene un nombre. Se lo ha dado el filósofo francés Renaud Camus: “La gran sustitución”. El gran reemplazo de poblaciones, la masiva inmigración de asentamiento; no la inmigración de personas, individuos o grupos pequeños (inmigración que siempre ha existido y es totalmente legítima), sino la ilegítima, intolerable, masiva inmigración de pueblos que, procedentes de culturas, etnias y sensibilidades distintas de las nuestras, están llegando a nuestros países, llamados por nuestras oligarquías deseosas de explotar vilmente a una mano de obra barata.
No es desde luego el único de nuestros males. Pero sí uno de ellos. Y ante este mal —y mal que es doble— nadie en España alza la voz. Doble mal, en efecto: mal para los pueblos que, autodesterrándose así, pierden sus raíces y su identidad; y mal para los pueblos receptores que acabaremos perdiendo las nuestras.
No solamente nadie alza la voz ante este doble mal, sino que otra voz muy distinta se ha alzado entre nosotros infligiendo —y esto, en sí mismo, no deja de ser positivo— un durísimo varapalo al PPSOE. Esta voz ha sido la de los rojos y la de los separatistas: los auténticos vencedores de la pugna electoral. Por un lado, hemos asistido, casi incrédulos, al auge del nuevo partido Podemos, así como al éxito (aunque proporcionalmente menor) de los otros comunistas: los de toda la vida, los que, no atreviéndose a llamarse tales, se denominan Izquierda unida. Ello se duplica, por otra parte, con la victoria de los secesionistas de Esquerra republicana y CiU en Cataluña, junto con el mantenimiento del PNV y el éxito de la banda ETA (denominada Bildu) en las Vascongadas.
Lo curioso es que una situación más o menos similar, aunque con diferencias importantes, se da también en otros dos países: Portugal y Grecia. ¡Qué cosa! España, Portugal y Grecia… ¿No les dicen nada estos tres nombres? Ah, sí, recuerden: son los de las tres únicas dictaduras (“fascistas”, las llaman los descerebrados) existentes en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Tendrán algo que ver ambas cuestiones? ¿Tendrá algo que ver, en particular, la catastrófica situación que conoce España con los catastróficos planteamientos culturales e ideológicos que hicieron que el franquismo perdiera por completo en el campo de las ideas la guerra que había ganado en el campo de batalla?