La libertad y pluralidad de pensamiento, éste indudable virtud de nuestra época (como principio: otra cosa es que esté sojuzgada de facto bajo la censura del dinero y del poder mediático) nos lleva a acoger, pese a discrepar en puntos fundamentales, el artículo de Gonzalo Esteban que nos complace publicar en este mismo número.
Retomemos lo que acerca de la libertad de pensamiento decíamos en la entradilla. Nuestra actitud no tiene hoy mayor mérito, pero vale la pena subrayar que dicha actitud hubiera sido impensable en la mayoría de esos tiempos antiguos sobre los que nuestro colaborador vierte sus unívocos elogios. Y el que sus elogios y su visión del mundo sean unívocos, éste es precisamente el problema y la discrepancia.
Que el mundo antiguo, pese a la grandeza indudable que lo caracterizaba frente a las miserias modernas, distaba mucho de ser esa “edad de oro” de la que habla nuestro amigo; o al revés, que nuestra época es una época profundamente dual, atravesada por dos caras contradictorias, opuestas: atravesada tanto por la decrepitud espiritual que ha triunfado como por la posibilidad de un renacer que nuestros propios tiempos llevan, sin embargo, como en germen; o por decirlo con los versos de Hölderlin: que "ahí donde yace el mayor peligro, / ahí también crece lo que salva": tal es, en últimas, el “abrazo de contrarios”, como lo llamo, que preside a mi ensayo Los esclavos felices de la libertad.
En las siguientes páginas de dicho libro he intentado condensar esta dualidad en forma de “las diez grandezas y las diez miserias de la modernidad”. Tal vez puedan interesar a nuestros lectores.
Las diez grandezas de la modernidad…
Un doble y contradictorio imperativo aparece constantemente ante nuestros ojos a lo largo de estas páginas.
Abrazo de contrarios es el nombre que le hemos dado.
El abrazo que se dan tanto la materia y el espíritu como la autonomía y la heteronomía de los hombres.
El abrazo que nos dan esos pensamientos y sentimientos que vienen a nosotros; a nosotros…, que los abrazamos para que ellos puedan existir.
El abrazo de contrarios: esa maravillosa conjunción de un indeterminado azar y de un decidido actuar.
El abrazo de contrarios: cuando ningún fundamento sostiene al mundo…, que no por ello resulta ni infecundo ni infundado.
Haber sentido, presentido tales cosas. Haber llegado hasta el abismo en el que todo ello se abre.
Haber frecuentado el abismo —infecundo si en él se cae; fecundo, si sobre él se vuela.
Haber sido la primera época que sabe, siente, intuye oscuramente que no hay ni Fundamento, ni Dios, ni Razón.
Haber sido la primera época en ir envuelta en tan leves y espléndidos ropajes.
Haber sacado de todo ello consecuencias tan decisivas como las que se denominan libertad de pensamiento, pluralidad de opinión, libertad de costumbres.[1]
Haber colocado la carne y la sexualidad en el glorioso lugar que es el suyo.
Haber establecido el más alto de emporio de salud, bienestar y comodidad de todos los tiempos.
Haber ofrecido a todos los hombres, aboliendo privilegios de cuna, la más amplia igualdad de oportunidades jamás conocida.
Haber establecido que el poder, no emanando de Dios ni radicando en el Soberano, no puede sino emanar del conjunto de los hombres establecidos en su espacio político.
He ahí, en todo ello, el esplendoroso rostro de la modernidad —esa fascinante época que nos ha tocado en suerte vivir.
… y las diez miserias de la modernidad
El rostro de la modernidad… Un rostro que, como el de Jano, es doble.
Haber descubierto, intuido todo ello, y al mismo tiempo…:
Haber sido incapaces de asumirlo, de abrazar sus verdaderas implicaciones y consecuencias.
Haber llegado, sí, al borde del abismo…, y estar a punto de despeñarnos por él.
Haber desgarrado, en el instante mismo de ponérnoslos, nuestros leves y espléndidos ropajes.
Haber convertido la libertad de pensamiento en la inanidad del pensamiento.
Haber transformado la pluralidad de opciones en la vaporosa vacuidad en la que, todas verdaderas y todas falsas, nada es verdad ni mentira.
Haber convertido la carne gloriosa de la sexualidad en trivial carne desprovista de arrebato y pasión.
Haber creído que sólo se puede alcanzar el bienestar a condición de perder el bien-ser.
Haberlo embebido todo en el igualitario rasero que aniquila toda noción de dignidad y de excelencia.
Haber sustituido la soberanía emanada de Dios y radicada en el Soberano por la soberanía procedente del Dinero y ubicada en el Mercado.
He ahí la otra cara, el sórdido rostro de la modernidad —esa miserable época que nos ha tocado la desdicha de vivir.
Para más información 1
Otra variante 2
[1] Libertad de costumbres. La que permite, por ejemplo, que ninguna mujer tenga hoy en su marido «el amo de la casa», como lo calificaba, todavía en 1958, un folleto de la España franquista. «Ofrécete a quitarle los zapatos —añadía—. Habla en tono bajo, relajado y placentero. […] En cuanto a las relaciones íntimas, […] si tu marido sugiere la unión, accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer.» Véase el siguiente enlace.