Hay en la vida de una mujer actual ciertas cosas que conviene esconder so pena de muerte social, de infinitos rapapolvos y de verse una definitivamente encerrada en la casilla “carca casposa carente del menor interés”. Declararse “ama de casa” es una de esas cosas.
Afortunadamente para mí, no lo soy. Tengo una actividad profesional asalariada, un jefe chillón e incompetente, unos colegas insípidos, un microordenador, una taza de café, una hora de transporte por la mañana y por la noche, y una serie de trabajos para hacer sin falta durante el fin de semana. Soy, pues, una mujer “realizada” y “feliz”. Ello me permite analizar muy sosegada y tranquilamente el tema. Se lo agradezco muy sinceramente al conjunto de la sociedad, a mi querida mamá, a los publicitarios, sin olvidar tampoco a los escritores, actores y demás animadores televisivos que, desde mi niñez, me han advertido virtuosa y enérgicamente contra la infame y oscurantista condición de “ama de casa”.
En realidad, aun si ello no hubiese existido, creo que se habría podido evitar el peligro, ya que, considerando el precio de los alquileres y de una cesta de la compra de tipo medio, no veo cómo me las habría podido apañar para alimentar a mi pequeña familia sin un segundo salario en casa. Es ésta una “conquista social” que toma la forma de una “obligación económica”: ¡he ahí la libertad moderna!… Al mismo tiempo, como de todas formas una se ve obligada a hacerlo, más vale decir que se trata de una elección supergenial… Así no das la impresión de ser una inútil a quien no le ha quedado más remedio que agarrarse a algo.
—¿Es para sobrevivir ganando unos dinerillos por lo que trabajas a tiempo parcial como cajera en Carrefour?
—¡Oh, no, en absoluto! Es para no ser víctima de la opresión patriarcal y retrógrada que sufren las amas de casa.
Vale, es cierto que mis queridas colegas que vituperan al “ama de casa” en la Tribunas Libres de Le Monde o de Libération, raramente son cajeras, secretarias o chóferes de autobús. Lo suyo es ser abogadas, responsables de marketing, directoras de cine, aristas plásticas subvencionas, periodistas… Lo cual cambia ligeramente la percepción del debate.
La verdad es que nosotras, las que tenemos que rascarnos el bolsillo para pagar las facturas, alimentar a dos renacuajos e irnos una vez al año de vacaciones a Benidorm, no tenemos mucho tiempo para pensar en “la hermenéutica histórico-política de nuestra condición”. ¡Suerte, pues, que ahí están las queridas combatientes del feminismo para pensar en lugar de nosotras, para combatir nuestras “inclinaciones reaccionarias” (aquellas inclinaciones que la izquierda tuvo que frenar luchando tanto tiempo para que no se extendiera el derecho de voto a las mujeres, habiendo permitido dicha extensión tan sólo cuando “la escuela republicana” nos hubo reeducado como es debido…)! ¡Gracias les sean dadas!
Se debe reconocer, sin embargo, que ser “ama de casa” permite no “depender” de un hombre. Da igual que este hombre sea aquel que has escogido libremente, al que quieres y con el que proyectas pasar el resto de tu vida… Depender de un hombre es horroroso, degradante…, algo que te envilece casi, pues se considera que un ser humano moderno sólo vale “socialmente” en la medida en que es capaz de “ganar pasta” por sí solo.
De modo que depender un jefe de servicio frustrado, así como de las incertidumbres de los mercados financieros, ¡eso sí que es vida, eso sí que es gratificante!
¿Lo dudan? Tomemos un ejemplo la mar de sencillo:
—Preparar el café por la mañana para el marido de una: acto de sumisión anticuadísimo, rancio y repugnante. ¿No puede hacerse solito el café? ¿Te toma por su criada o qué?
—Preparar el café en la 12.ª planta de un rascacielos climatizado para el Ejecutivo de la oficina de ahí al fondo: marca indudable de independencia y de promoción social garantizada por un contrato laboral mileurista.
Una de dos: o te lanzas a fondo en la vida laboral moderna, o tienes un alma de maruja con delantal, incapaz de hacer otra cosa que dedicarte a criar a tus hijos, cuidar de tu huerta y ocuparte de una asociación caritativa, en lugar de afrontar las maravillosas aventuras y los fantásticos retos del mundo laboral.
Y ya no hablemos de las oportunidades sexuales que éste te ofrece, bastante más numerosas, diversificadas y discretas, os lo aseguro, que las del cartero y el fontanero… Pero, en fin, es éste otro tema. […]
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