Hacía mucho tiempo que un artículo de “Elmanifiesto.com” no suscitaba tantos, tan extensos, tan encendidos y tan contradictorios comentarios como el que ha despertado mi texto “Lo de Gaza”. Gracias, en primer lugar, a los lectores que han dejado su comentario —también a los que me han puesto a caldo—, porque el nivel medio general de sus contribuciones es muy elevado, lo cual honra a este periódico y al que firma, que soy yo. El agradecimiento, eso sí, no obsta para dejar ahora una melancólica reflexión: sospecho que la mayoría de los lectores no ha entendido nada. ¿Mea culpa? No sólo.
Yo había intentado plantear el asunto desde la estricta perspectiva de la política mundial. Deliberadamente dejé de lado enfoques históricos, ideológicos, culturales, etc., porque, a mi modo de ver, en este asunto son secundarios. Eso no quiere decir que no sean importantes, sino, más bien, que no permiten llegar a una toma de posición. Por el contrario, la mayor parte de los comentarios recibidos aporta argumentaciones de tipo histórico. También intenté situarme fuera de los campos en liza, sin una toma de partido a priori. Y por el contrario, una vez más, la mayor parte de los comentarios se orienta expresamente a defender a uno u otro bando contendiente.
No es que las interpretaciones históricas sean desdeñables —lo dice alguien que cultiva con enorme placer el campo de la divulgación histórica—, pero creo que es necesario reconocer los límites de ese género de perspectivas. Remontarse a la época bíblica para sostener una u otra posición en el conflicto de Palestina es un ejercicio de erudición siempre enriquecedor, pero sus efectos sobre el análisis del conflicto son escasos. Con los mismos títulos, los europeos de civilización cristiana deberíamos reivindicar la devolución de la vieja Mauritania Tingitana, solar de San Agustín, y es obvio que nadie osaría hacer hoy tal cosa en el ámbito de una negociación con el Magreb.
En cuanto a las tomas de partido por cualquiera de los contendientes, lo que yo quisiera explicar con la mayor claridad posible es esto: en política internacional, nada hay menos político que tomar partido en nombre de los intereses de otro. Aquí sobran las consideraciones de “corrección” o “incorrección” política, porque éstas pueden aplicarse a tomas de postura públicas sobre asuntos de carácter ideológico, pero mi tesis (evidentemente, no sólo mía) es que, en política exterior, la ideología es un camino como cualquier otro hacia el suicidio. La realidad material, fáctica, al final se impone siempre, y así debe ser, porque lo que está en juego no es quién tiene razón, tú o yo, sino la potencia o, más modestamente, la supervivencia de nuestro país y nuestra gente en el tablero despiadado del mundo.
Cuando alguien intenta mantener pese a todo una fachada de carácter ideológico por encima del interés político material, el resultado es inevitablemente la más sórdida hipocresía. Tenemos un ejemplo cercanísimo: Zapatero. Nuestro presidente del Gobierno ha sido el líder europeo más inequívocamente pro palestino en este conflicto. Al mismo tiempo, Israel es el segundo mejor cliente de nuestro Ministerio de Defensa, cuyas órdenes de venta firma Zapatero. El PSOE se rasga las vestiduras por las fotos de niños palestinos muertos, pero los que disparaban a esos niños lo han hecho con armas vendidas, entre otros, por el gobierno español del PSOE. Da asco.
Es llamativo que mi propuesta de analizar el conflicto por encima de los intereses de las partes haya sido entendida, en muchos casos, como una toma de partido por alguna de las partes. Esto da fe de hasta qué extremo los conflictos actuales se han globalizado, universalizado. Esta incapacidad nuestra para juzgar los hechos de la política mundial desde fríos criterios puramente políticos —es decir, de poder— es algo que merece reflexión, porque indica hasta qué punto hemos entrado en una fase nueva de la evolución del planeta. Desde 1945, toda la superficie del globo entró en una especie de preguerra civil mundial. La ordenación de la Tierra —su Nomos, que decía Schmitt— en función de grandes bloques de poder, con ambiciones de dominio planetario, ha despertado una dinámica que no deja fuera a nadie. Para las naciones pequeñas, las exigencias llegan a hacerse perentorias: hay que alinearse. Semejante exigencia interpela también a las personas y se manifiesta de manera radical: o conmigo, o contra mí.
Creo que si queremos mantener una cierta razón política, hemos de alejarnos de esa lógica en la medida en que sea posible. Por supuesto que la esencia de lo político es el reconocimiento de un enemigo, pero esta operación no se subordina al enemigo, sino a los intereses de la propia comunidad política. Si perdemos de vista esto, que es literalmente esencial, estamos renunciando al principio verdadero de nuestra soberanía como país, como agente histórico colectivo. Mis intereses como comunidad política no se definen por lo que le venga bien a otro (sean los Estados Unidos, Israel, los palestinos o el eje francoalemán), sino por lo que me viene bien a mí, es decir, a España. Y mi enemigo no será sino éste: el que con más fuerza amenace mi supervivencia.
Otra cosa interesante es el final en falso de esta guerra: los combatientes de Hamas se han retirado antes de recibir las bombas, han reaparecido después y se han proclamado vencedores, pues no han sido muertos ni capturados (lo que haya pasado con la población civil, al parecer, no cuenta). Esta estrategia ya la empleó Sadam Hussein después de la primera guerra de Irak, y con cierto éxito momentáneo. Es una circunstancia que hay que poner en relación con lo dicho antes sobre el nuevo escenario mundial: hemos entrado en una fase en la que Clausewitz ya no vale y, al contrario, se universaliza el modelo del Partisano de Schmitt. Pero esto sería materia para otro artículo.
P.S.: A propósito, quiero subrayar —y sé que aquí expreso también la línea editorial de este periódico— que me parecen completamente inaceptables determinados comentarios de lectores que condenan a musulmanes o a judíos con argumentos más propios de las peores campañas de los años treinta. Esos comentarios sólo pueden venir guiados por el odio. Y pensar desde el odio es el mejor modo de no pensar nunca nada en absoluto.
Primer artículo de J. J. Esparza sobre Gaza: https://elmanifiesto.com/mundo-y-poder/2962/lo-de-gaza.html