Banderas del 12 de octubre

Reconquistar la identidad nacional (española)

Es enternecedor, ¿no? Todas esas banderas, toda esa gente deseosa de sentir el orgullo de la identidad nacional. Muchos tienden a verlo todo negro, y no les faltan razones, pero quedémonos con el espectáculo rojigualda: hace mucho tiempo que esto no pasaba. Más aún: en la democracia española, esta exuberancia de patriotismo popular es algo completamente inédito. Porque nuestra democracia, fatídicamente, parecía construida sobre la negación de lo español, como si para constituir la nación política (la Constitución, las libertades, todo eso) fuera preciso negar la nación histórica (la tradición, los símbolos, la herencia del pasado). Pero he aquí que ahora, cuando huele a descomposición, la nación histórica reaparece. Excelente noticia.

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JOSÉ JAVIER ESPARZA
 
Por supuesto, seguramente nada de esto habría ocurrido de no ser por la suicida política de Zapatero, que ha multiplicado las fuerzas centrífugas, las del separatismo, al mismo tiempo que debilitaba las fuerzas centrípetas, las del Estado. Entendámonos: este equilibrio de fuerzas centrífugas y centrípetas parece una maldición de la España moderna al menos desde 1898, si no antes. Pero el Estado, mal que bien, se las había ido arreglando para mantener su fuerza de integración. Ahora bien, esa fuerza, voluntariamente debilitada en la Constitución de 1978 para facilitar la convivencia con los nacionalismos vasco y catalán, se ha reducido hasta la anemia con el actual Gobierno, que ha legitimado por puro interés parlamentario las aspiraciones “nacionales” de los poderes autonómicos y ha emprendido una desdichada interlocución política con el principal enemigo del Estado, es decir, el terrorismo de ETA. La violencia ejercida sobre la conciencia nacional de los españoles, o de una parte significativa de ellos, ha sido demasiado fuerte. Por eso ahora salen las banderas y, con ellas, amanece un fenómeno nuevo que merece ser saludado con alborozo: el redescubrimiento de la identidad nacional.
 
Ante la fuerza de este fenómeno, las querellas entre los partidos importan bastante poco. Por así decirlo, tanto el PSOE como el PP están arrastrados por esa fuerza, si bien en distintas direcciones. La izquierda española padece un serio problema de conciencia nacional desde hace mucho tiempo, porque cometió el error de identificar el patriotismo con el franquismo; la larga experiencia de Gobierno entre 1982 y 1996 debió haber corregido eso, pero ya se ha visto que ha bastado el surgimiento de una nueva generación socialista –la de Zapatero- para resucitar las viejas dolencias. Respecto a la derecha, la verdad es que desde los años setenta no había sido capaz de articular un discurso patriótico más amplio que el de la estricta lealtad constitucional; los intentos de hacerlo en la última etapa de Aznar fueron prometedores, pero frustrados. Si ahora la derecha recupera el patriotismo y la rojigualda, es porque la temperatura ciudadana ha subido hasta niveles de alarma. Nadie debe reprochárselo, sin embargo: hace bien Rajoy en ponerse al frente de la manifestación, y basta pensar qué se diría si no lo hiciera.
 
Una fuerza sin forma
 
Lo cierto es que el auge nuevo de un patriotismo espontáneo, directo, popular, pasa por encima y por debajo de los partidos. Es algo que se palpa en las manifestaciones más elementales, incluida esa de buscarle una letra al himno nacional. Es un sentimiento que estaba latente y que se ha hecho patente por los vaivenes políticos de los últimos años. Un sentimiento, eso sí, informe, inculto, reactivo, más parecido a un instinto natural –el del arraigo en la propia tierra, en la propia identidad- que a una operación racional. Un sentimiento, por tanto, sujeto aún a manipulación, expuesto a ser instrumentalizado (por ejemplo, por los partidos), vulnerable también en sus aspectos más directamente políticos, que son los vinculados a la conciencia ciudadana. ¿Y cómo no va a ser un patriotismo inculto, si desde hace treinta años se ha erradicado de la formación de la gente, tanto en los sistemas de enseñanza como en los medios de comunicación, cualquier contenido que construya la conciencia nacional española?
 
El nuevo movimiento es esperanzador, pero conviene prevenir contra sus límites. La floración de banderas es un buen síntoma, pero sólo debe ser el primer paso. Hace falta que, además, los ciudadanos sean conscientes de que su identidad nacional no es sólo un color y unas fórmulas de entusiasmo colectivo, sino que además debe incardinarse en el conocimiento –y aun la veneración, todo lo templada que se quiera- de una historia, de una tradición, de una herencia compartida. Sobre la base de esa herencia –una y mil veces: consciente- puede plantearse con mejor tino un proyecto de vida pública democrática, una ciudadanía arraigada en un suelo y en un patrimonio tan plural como común. Y eso no nos lo van a dar los políticos; eso, como suele suceder, tendremos que conquistarlo –reconquistarlo- nosotros.
 
Bienvenidas las banderas: es la gran noticia de este 12 de octubre. Ahora queda por delante todo lo demás. No hay tiempo que perder.

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