Entre líneas

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Como el lector ya habrá observado, nuestro estado de guerra virtual contra Rusia se manifiesta en una serie de victorias estratégicas dignas del arma virumque cano[1] de un Virgilio, de un Tasso, de un Ercilla: expulsión de los gatos moscovitas de los concursos de mininos, protesta de dos millonarias y guapísimas modelos rusas contra su gobierno y, no podía faltar el genuino toque cultural ibérico, inminente cierre del Museo Ruso de Málaga por su aporte al esfuerzo de guerra del Kremlin. A Occidente le está sentando mal tanta medicación, se está quedando gagá.

Por supuesto, la plebe municipal y espesa no tiene acceso a la información rusa y, gracias a la digna labor de nuestros periodistas, tan veraces como independientes, el paisanaje está siendo llevado a un paroxismo de odio contra un país del que no sabrían nombrar más de dos ciudades. A todos nos consta la heroica resistencia del régimen democrático e incorruptible del sublimado Zelinski, que está haciendo pagar muy cara a Rusia su invasión de la pequeña (600.000 kilómetros cuadrados) Ucrania. Al borde del colapso, el régimen de Putin se tambalea mientras Occidente le cancela las tarjetas de crédito, los vales de la manicura y los cupones del supermercado. Chanel ha cerrado su tienda en Petersburgo.

Sin embargo, cuando se leen los partes del Estado Mayor ruso, la impresión es muy diferente: por supuesto, mienten (la verdad sólo la poseen íntegra El País e integérrima el New York Times), aunque sus embustes se suelen ver confirmados por la prensa occidental a los dos días de ser dichos. Tampoco a los rusos les hace gracia estar metidos en este jaleo, pero lo asumen con bastante resignación y el régimen no se tambalea, ni muchísimos menos. El que unos cuantos niños pijos se manifiesten en Moscú y Petersburgo no derriba a ningún gobierno que esté fuera de la Unión llamada “Europea”.

Pero si leemos la prensa occidental entre líneas nos encontraremos algunas curiosidades:

* La guerra relámpago. Llevamos, cuando escribo esto, diez días de guerra y la “pequeña” Ucrania aún no ha sido conquistada por los hordas moscovitas. Sin duda, esto demuestra el fracaso de la Blitzkrieg del supervillano Putin, que no ha podido controlar 600.000 kilómetros cuadrados y a más de cuarenta millones de habitantes en un fin de semana. Los expertos militares de la prensa coinciden: la ofensiva rusa ha sido parada en seco, es un fiasco monumental. Los israelíes, por poner un ejemplo conocido de todos, necesitaron los famosos seis días para conquistar los 5.665 kilómetros cuadrados de Cisjordania, los 365 de Gaza y los 1.800 de los Altos del Golán, más los 60.000 del desierto del Sinaí. Los rusos, en diez días, han tomado los 28.000 kilómetros cuadrados del óblast de Jersón, unos 20. 000 del de Zaporozhia, y la casi totalidad de los 32. 000 de Chernígov, los 28.000 de Kíev, los 23.000 de Sumi y los 31.000 de Járkov, lo que hace que, en un período de tiempo que no llega al doble de los seis días, se hayan apoderado como muy poco de unos 120.000 kilómetros cuadrados de territorio enemigo. No está mal, ¿verdad? Sobre todo si tenemos en cuenta que el efecto sorpresa fue mucho mayor en la Guerra de los Seis Días que en las operaciones militares en curso y que la ocupación de los 60.000 kilómetros cuadrados del Sinaí era bastante fácil, una vez liquidado el ejército egipcio, porque no había ciudades como Kíev (cerca de 3 millones de habitantes) o Járkov (millón y medio) que obstaculizaran el avance israelí, lo que no sucede en Ucrania, de cuyas dimensiones territoriales la prensa occidental parece no haberse dado cuenta.

La obsesión con la Blitzkrieg revela más la mentalidad occidental que la rusa: las guerras o son rápidas y se acaban en el espacio que dura un videojuego, o ya las consideramos perdidas. Por desgracia, las operaciones militares de verdad no se parecen en nada a las partidas de paintball, tienden a alargarse y los planes suelen fallar desde el mismo momento en que se ponen en marcha; es la iniciativa y la capacidad de improvisar sobre el terreno de los mandos la que permite que se realicen los propósitos con los que se inicia una campaña. No parecen los occidentales muy dispuestos a sacrificarse por nada y menos en una guerra de desgaste. Aunque se libre con peones ucranianos. Pero las guerras prolongadas, casi eternas, de cien, treinta, siete u ochenta años no son una novedad en la historia: fijémonos en Vietnam, en Afganistán o en la de Irán e Irak, ninguna de ellas fue corta.

* La exclusión aérea. Zelinski ha implorado sin éxito que se establezca una zona de exclusión aérea sobre el cielo ucraniano. Cuando un bando pide esto, ya sabemos que ha perdido el dominio del aire. Cosa que, por cierto, anunció el Estado Mayor ruso (“mintiendo”, of course) en los primeros días de las operaciones. La prueba más evidente la dio la propia prensa de las plutocracias occidentales, al burlarse de aquel colosal atasco de blindados de 60 kilómetros de largo, que se veía desde los satélites yanquis. Ucrania disponía de los suficientes aviones Sujoi 25 de ataque a tierra como para haberse obsequiado con un festival de tiro al blanco sobre semejante multitud de medios acorazados puestos en línea, igual que si fueran dianas en una barraca de feria. Ubi sunt? Ni que decir tiene que ni un sólo tanque ruso se perdió en ese mastodóntico embotellamiento.

La voladura el pasado domingo de la base aérea de Vinnitsa, la sede del mando aéreo, ha sido el remate de la catástrofe ucraniana. Zelinski, el arlequín del Dniéper, ahora intenta arrendar algunos aviones a sus partenaires de la OTAN, pero va a ser difícil que tenga éxito con el sablazo. On ne prête qu’aux riches.[2]

Pero la muestra más evidente de que la aviación militar ucraniana está difunta es la inmovilidad de sus fuerzas de tierra, que no avanzan ni se repliegan, sino que permanecen fijas en sus posiciones, conscientes de que cualquier desplazamiento largo sin apoyo aéreo es una locura. Por eso, el ejército ucraniano situado en el frente del Donbás no se retira, pese al riesgo evidente que corre de verse encerrado en un kessel muy parecido a los de la II Guerra Mundial.

*Los civiles. El más poderoso recurso que le queda al gobierno de Zelinski es provocar una crisis humanitaria y lograr por las lágrimas y las emociones lo que no consigue por la fría razón de Estado. Al revés que los americanos en Vietnam, Irak o Afganistán, Rusia no ha efectuado hasta el momento ningún bombardeo humanitario de esos que dejan como un solar al país enemigo. Estados Unidos sabe muy bien qué es aniquilar a la población civil desde el aire: lo hizo en Hamburgo, en Tokio, en Hiroshima, en Haiphong, en Mosul… Rusia no puede darle lecciones a Washington ni a Londres a la hora de abrasar a mujeres, niños y ancianos bajo un diluvio de bombas. Sin embargo, tiene total capacidad para devastar Kíev o Járkov en un asalto por tierra, como hizo en Grozni y en Alepo: casa por casa, manzana por manzana, a lo largo de infinitos días. Dada la íntima relación de rusos y ucranianos, será difícil, sin embargo, que eso suceda. Recordemos que ambos pueblos están muy mezclados y tienen lazos demasiado fuertes como para tomar medidas de este calibre, a no ser que la situación bélica entre en una escalada brutal.

La propaganda de la lágrima es la baza con la que mejor ha jugado Kíev, provocando una sincera pero inducida indignación en las masas de televidentes, necesitados de emociones fuertes. Para empezar, Zelenski causó el pánico entre sus ciudadanos y, con ello, una innecesaria crisis de refugiados, porque los rusos no se van a portar mal con la población de los territorios en los que entren, ya que en buena parte se siente tan rusa como ucraniana. De hecho, los corredores humanitarios han puesto en evidencia la estrategia de Kíev, pues muchos de los civiles que huyen del conflicto buscan refugio en… Rusia. Zelenski, el héroe de los derechos humanos, rechaza que los pasillos desemboquen allí, pese a que los habitantes de los territorios limítrofes tienen parientes y conocidos en la Federación Rusa y el gobierno del Kremlin se ha mostrado totalmente dispuesto a colaborar. La perversidad de Putin carece de límites.

[1] “Canto a las armas y al varón”, palabras iniciales de la Eneida. (N. de la R.)

[2] “Sólo se presta a los ricos”. (N. de la R.)

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