Podemos. Ayer tocó la de cal. Hoy la de arena

El que dice "Patria" con orgullo también dice lo que dicen los pro etarras que con él están

El problema, ¡ay!, es que hace tan poco tiempo que estos mismos patriotas decían exactamente lo contrario

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Publicábamos ayer un acertijo. Reproducíamos, tan llenos de asombro como de admiración, ciertos pasajes del discurso de Pablo Iglesias, carismático líder de Podemos, en el gran mitin celebrado en la madrileña Puerta del Sol. Pero no decíamos quién era su autor. Lo dejábamos a la sagacidad de nuestros lectores, la mitad de los cuales (el 48% en el momento de escribir estas líneas) han acertado. Quienes, en nuestra encuesta, han elegido la opción “Otro” (en lugar de nombres más o menos afines a nuestras ideas) intuían seguramente que de Pablo Iglesias se trataba. 

Pero lo extraordinario es que semejante acertijo se haya podido formular. Por primera vez en más de setenta años, por primera vez desde que, al perder la guerra, la izquierda española decidió que la idea de Patria era una repugnante idea franquista, por primera vez en la historia reciente de Estepaís que por una puñetera vez fue llamado el sábado “nuestro país”, se ha oído en boca de gente de izquierdas (de la izquierda radical, de los que no son pijos progres, aunque alguna pija ande metida por ahí) algo inaudito, jamás visto, jamás oído. Se ha oído la defensa de la Patria, la proclamación de la Comunidad, el encomio de la nobleza y el valor, la defensa de la cultura. «¡Malditos sean aquellos que quieren convertir nuestra cultura en mercancías!».
 
El problema, ¡ay!, es que hace tan poco tiempo que estos mismos patriotas decían exactamente lo contrario… Vean nuestro artículo de hace unos días. O vean la foto que ilustra al artículo de hoy, donde Pablo Iglesias no dudaba, en 2013, en fotografiarse con unos abertzales a la puerta de la Asociación Euskadi-Cuba. Todo el mundo, es cierto, tiene derecho a equivocarse y rectificar. Pero hay que decirlo. Con claridad y agarrando el toro por los cuernos. Si no...
 
Pero hay más. Hay, sobre todo, en el propio discurso de este sábado, una precisión decisiva (ayer la omitimos expresamente). Una vez enaltecida la Patria, el orador va y precisa que la Patria no es otra cosa que… «la gente». ¡Y ahí no, eso sí que no! La Patria no es en absoluto «la gente». La patria no es absoluto esa estupidez (fuente de todas las nivelaciones y globalizaciones, individualismos y gregarismos de nuestro mundo) según la cual una sociedad no es otra cosa que la suma de los átomos que, limitados al presente, nacen, consumen y mueren. O, si se quiere, sí: la patria es la gente. Pero la de hoy, la de mañana y la de ayer. La Patria es la vinculación de los vivos, los venideros y los muertos. La Patria es lo único que vence a la muerte. Por eso, en una reciente manifestación en Barcelona contra la payasada del referéndum separatista, los jóvenes del Casal Tramuntana llevaban una pancarta que lo resumía todo: “La Patria no se vota”, decían. Porque los muertos no pueden votar.
 
Pero había más cosas, más “arena” aún, en el discurso del sábado. Para un Pablo Iglesias y para toda su gente, la Patria sólo es la inmediatez de los individuos que, en el presente, ocupan un territorio. Para ellos la Patria nada tiene que ver ni con el linaje, ni con la sangre, ni con el suelo. Por eso aceptan encantadon la inmigración de asentamiento que acabará cambiando la faz de Europa, suponiendo que sepan lo que esa palabra —nuestra auténtica Patria— significa. Por eso Pablo Iglesias saluda encantado a «esos trabajadores inmigrantes a los que nadie tiene derecho a llamar extranjeros en España».
 
¿En qué quedamos, por favor?
 
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