Al hilo de los clásicos

Don Claudio Sánchez-Albornoz: República vs. Frente Popular

Si su amigo aún unifica inocentemente ambos conceptos, usted le va a remitir al texto ya clásico Mi testamento histórico-político, de don Claudio Sánchez-Albornoz, pedazo de historiador donde los haya, y presidente del Gobierno republicano en el exilio.

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El lector seguramente tiene amigos sociatas, podemitas incluso. Yo también. Es comprensible.
Nobody is perfect, sabemos todos desde Billy Wilder. No se preocupe el lector. Más de uno hemos bolchevizado en la vida. Algunos de nosotros, cuando estaba prohibido y era peligroso. Cuando se debía, entonces. Cuando pensábamos que el enemigo de un malo tenía que ser por fuerza un mejor. Hasta que descubrimos que podía ser un peor, un mucho peor, y que a lo mejor nuestro malo nos había salvado de alguien mucho más satánico, por más que lo ideal hubiera sido ni lo uno ni lo otro. Pero uno no elige su pasado, su historia. En todo caso la conoce, o no, y la interpreta, o tampoco. Con el tiempo uno descubre cosas tan sencillas, aunque tan ocultas, como que lo contrario a una verdad es siempre una mentira, pero lo contrario a una mentira puede ser otra mentira distinta, mayor incluso.
El amigo progre del lector será partidario de la Ley de Memoria Histórica, que de haberla aplicado san Fernando o los Reyes Católicos no tendríamos hoy la mezquita cordobesa ni la Alhambra. Los Borbones habrían desollado todos los blasones de los Austrias y la II República habría hecho desaparecer todos los escudos reales previos. Ya verán ustedes dentro de un siglo las tesis doctorales para intentar saber en qué época se hizo tal o cual edificio, que desde Zapatero parece que todos los ha hecho la actual monarquía, si atendemos a la simbología externa.
Y ese mismo amigo progre le repetirá el mantra de que los militares de sublevaron contra la República. Usted entonces le remitirá a la lúcida última obra de Stanley Payne, El camino al 18 de Julio, para que vea cosa algo distinta. Puede que el amigo insista en documentarse en el apesebrado Paul Preston, obviando su sesgo y errores, y quedándose con lo que el historiador quiere demostrar desde el principio, lo de la injusta sublevación antirrepublicana.
Entonces usted le recordará a su amigo que todos los bandos de guerra al principio de la misma acababan con “Viva la República”, le hará ver también que la bandera tricolor fue común hasta finales agosto del 36 en los dos lados, y le nombrará a personajes como Mola, Queipo o Muñoz Grandes, declaradamente republicanos, pero no frentepopulistas, desde luego.
Si su amigo aún unifica inocentemente ambos conceptos, usted le va a remitir al texto ya clásico Mi testamento histórico-político, de don Claudio Sánchez-Albornoz, pedazo de historiador donde los haya, y presidente del Gobierno republicano en el exilio de 1962 a 1970, detalle que su amigo está obligado a conocer. En dicho libro, don Claudio reniega lógicamente del “¡glorioso movimiento!”, como él gusta escribir,lo, pero abomina mucho más del bando comunista en la guerra, y más aún, si cabe de la Unión Soviética, garante principal de dicho bando, al hilo de los Frentes Populares que la URSS propició en Europa para que los partidos comunistas acabasen tomando el poder. Por poco ocurrió en Francia, casi en España también, y desde luego sucedió a fondo en los países ocupados tras la Guerra Mundial.
En el mismo libro asegura don Claudio que un señor llamado Azaña —le sonará a su amigo—, le hace la siguiente confesión: “Como ganemos la guerra, los republicanos vamos a tener que salir en el próximo barco, si nos dejan”. Lúcida aunque tardía reflexión del entonces presidente, en vista de la deriva de los acontecimientos. Y, por favor, que no le diga su amigo de usted que la radicalización de los sublevados fue lo que hizo echarse a la República en brazos de la URSS. Los republicanos de centro y de derechas fueron tan o más fusilados desde el principio en la llamada zona leal. El espectro republicano puro fue adelgazando conforme avanzaba la guerra entre los revolucionarios de varias tendencias y los sublevados. Y sin embargo hoy, con pretendido marchamo histórico, una de las falacias mayores de nuestros neototalitarios es esa: soldar el nombre de República sobre el del Frente Popular, de modo que al pensar en este se lea el nombre mucho más equitativo de aquella. Gran falacia que don Claudio vio casi desde el principio. Azaña también, aunque un poco, tarde y mal. Stalin y el PCE podían haberle dado clases al respecto.

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