En una reciente entrevista concedida al Corriere della Sera, la excanciller Angela Merkel confiesa los temas candentes que caracterizaron sus 16 años al frente de Alemania. En el centro de su entrevista están su relación con Vladimir Putin, la crisis migratoria y las políticas energéticas, donde una de las mujeres más importantes de la historia alemana reivindica su actuación.
La relación con Putin
Durante la entrevista, el centro de atención no podía ser otro que su relación con el presidente ruso. La canciller confiesa que vislumbró rasgos típicos de dictador en Putin, donde en conversaciones públicas y privadas «el autócrata ruso» siempre dejó claras sus intenciones. Por eso también declarará que no quería a Kiev en la OTAN, «porque habría sido una amenaza directa para Putin». Merkel confiesa que intentó impedir la invasión rusa de Ucrania, a veces discutiendo ernconadamente con el líder del Kremlin. Sin embargo, la canciller, tras los acuerdos de Minsk, declaró que se «demoró» en armar a Ucrania, revelando su impostura y engañando esencialmente a Putin sobre sus verdaderas intenciones de alcanzar un acuerdo de paz en el conflicto de Donbás en 2014.
En relación con Nord Stream II, Merkel también afirma que no quiso bloquear el gasoducto tras la anexión de Crimea en 2014, para no perjudicar a la industria alemana con el suministro de gas ruso barato.
Sobre el tema de la defensa europea, opina que a pesar de las ralentizaciones, hay que mantener abiertos los canales diplomáticos con Rusia, utilizando el palo y la zanahoria. Sobre la guerra de Ucrania afirma que «nada puede pasar por encima de Zelensky», pero añade un ambiguo «no puede ser Kiev el único que decida», presagiando la voluntad de continuar el conflicto a costa del pueblo ucraniano, ya que se está organizando una coalición de mercenarios, países nórdicos, Polonia y los bálticos a la cabeza, con el fin de seguir enviando armas e instructores militares a Kiev. Todo ello con el propósito de obstruir las intenciones de paz de la nueva administración Trump.
El nuevo libro
En enero saldrá a la venta su libro titulado Libertad, que contiene las verdades y memorias póstumas de una de las mujeres más poderosas del planeta. Entre recuerdos de su infancia en Alemania Oriental y su papel al frente de Alemania, al tiempo que reconoce algunas responsabilidades durante la fase final de su mandato, reivindica las decisiones que tomó y los éxitos económicos que logró para Alemania. No tiene dudas sobre las políticas de austeridad impuestas por la UE y Berlín, ni sobre las medidas ordoliberales para frenar la inflación bajando los salarios. Hoy, debido a las idioteces verde y a la masoquista renuncia al suministro de gas ruso, Alemania se dirige locamente hacia el suicidio económico y la desindustrialización, siendo el sector automovilístico el más afectado.
También cuenta algunas anécdotas también sobre su relación con Trump, que estaba «obsesionado con los coches alemanes», y con quien afirma tener una relación no hostil a pesar de ver en él cierta fascinación por los autócratas y los dictadores. De nuevo, observaciones bastante previsibles.
El desastre migratorio, la «sociedad-máquina» alemana y la falta de liderazgo en Europa
Una de las causas que condujeron a la crisis de la larguísima cancillería de Merkel tuvo que ver con la gestión de las políticas migratorias. En 2015, la líder de los cristianodemócratas abrió la puerta a cinco millones de sirios, cediendo ante la Turquía de Erdogan, que recibirá miles de millones con el chantaje de ceder a los flujos migratorios en la ruta de los Balcanes.
Ni siquiera en este caso Merkel hace mea culpa y defiende el derecho de acogida aunque ello no signifique ceder «a la inmigración ilegal y no defender las fronteras». Palabras de circunstancias que no han servido para evitar la explosión electoral de la AfD precisamente a causa de las políticas migratorias destinadas a importar mano de obra extranjera barata.
La actual crisis alemana y europea se debe en gran medida a la actuación de Angela Merkel, que durante sus dieciséis años al frente de la nación más poderosa del continente no consiguió dotarla de un proyecto común ni transformarla en una entidad geopolítica autónoma.
Alemania ha vivido un largo periodo de prosperidad económica a la que se redujo casi exclusivamente la política alemana. Una sociedad-máquina sin identidad ni misión histórica, según el historiador y sociólogo Emmanuel Todd, dedicada a las importaciones de gas ruso y a las exportaciones a China. Los engranajes de la máquina alemana se detuvieron bruscamente con la guerra de Ucrania. Alemania se revela ahora en toda su debilidad debido a la miopía y mediocridad de sus clases dirigentes, sin profundidad estratégica y con el único objetivo de ser un imperio económico. Pero una potencia económica sin defensa y sin una visión común no puede llegar lejos. Con la reapertura de la historia, el gigante alemán se ha revelado en toda su fragilidad. Si Alemania se encuentra bajo el chantaje de Washington, es también porque no ha sabido dotarse de una estructura continental en materia de defensa y estrategia común. El eje Berlín-París-Roma ha sido sustituido por el eje Londres-Varsovia-Kiev, debido principalmente a la mediocridad y cobardía de los dirigentes alemanes. También hay que rebajar considerablemente el papel de la canciller como protagonista del éxito económico de la locomotora alemana, porque los méritos del eje Berlín-Moscú corresponden principalmente a Gerard Shroeder. La tarea de Merkel consistía en dar continuidad y solidez a ese vínculo en su propio interés y en el de Europa, en lugar de engañar a Putin durante los acuerdos de Minsk, renunciando a un papel de mediación principal que Alemania nunca llegó a desempeñar. Hoy vemos los efectos, y si Putin nos amenaza con misiles supersónicos con múltiples cabezas nucleares, es por el fracaso político de Angela Merkel. Pero esto, por supuesto, no lo leeremos en su último libro.
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