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La partición de Bélgica: Flandes se pone flamenco

Quizá no pase mañana, pero pasará: la partición de Bélgica ya es un proceso difícilmente reversible. Las diferencias entre flamencos y valones parecen no tener solución. Nadie sabe cómo ocurrirá ni en qué plazos, pero cada vez menos gente duda de que Bélgica tiene los días contados. Los separatistas españoles se frotan las manos. Pero hacen mal, porque el singular caso belga no tiene nada que ver con el de España. Por cierto que, hace pocos días, el líder nacionalista flamenco Philip Dewinter pedía para Flandes un estatuto como el catalán. Vaya eso para quienes se sienten “oprimidos” por el marco autonómico español.

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Un Estado, dos comunidades, ¿dos naciones? Bélgica se debate hoy en un dilema insoluble. La presión del nacionalismo flamenco ha arraigado hondamente en medio país. El otro medio, valón, asiste al proceso entre la sorpresa y la indiferencia. El Estado se encuentra paralizado por la división entre los neerlandófonos (flamencos) del norte y los francófonos (valones) del sur. Nadie da un duro por la continuidad de la convivencia. Los serios problemas de credibilidad que el Estado belga arrastra desde hace unos cuantos años se ven ahora multiplicados. Esto ya no da más de sí. El nacionalismo flamenco nunca había estado tan cerca de conseguir su objetivo: la configuración de una unidad política propia en Flandes, separada de Valonia.
 
No hay motivos racionales para comparar la situación belga con la española. Flamencos y valones configuran dos comunidades diferenciadas desde el mismo origen de ese Estado. En España, por el contrario, las diferentes identidades históricas han recorrido un camino voluntario de integración desde épocas remotísimas. Bélgica es un Estado surgido de las descomposiciones y recomposiciones del mapa europeo en el XIX. España, por el contrario, se construyó a sí misma en un largo proceso de unificación anterior a la era de los nacionalismos. En Bélgica, el problema se sustancia en dos identidades inconciliables; en España, por el contrario, la realidad histórica es la de una pluralidad de identidades convergentes, cada una de las cuales, además, ha sufrido un amplio proceso de intercambio con las otras. Eso no quita para que el ejemplo belga pueda inspirar emulaciones aquí; pero será una falsificación.
 
Ahora, en Bélgica, circulan por ahí proyecciones geopolíticas de lo más variado: desde las que prevén la absorción de Flandes por Holanda y la de Valonia por Francia, con Bruselas como ciudad-Estado independiente, hasta las que abogan por dos nuevos estados distintos, con el estatuto de Bruselas como una especie de Jerusalén. Todo esto, evidentemente, son sólo hipótesis. Los movimientos de tipo político, institucional, jurídico y, sobre todo, económico que tales proyecciones implicarían, hacen casi impensable una solución tan radical.
 
¿Entonces? Entonces lo más probable es que se busque una solución de tipo institucional que no implique una separación de flamencos y valones en dos Estados distintos, sino una suerte de Estado binacional, con fórmulas diferenciales más acentuadas que actualmente. En este contexto cabe incluir la petición del líder nacionalista flamenco Philip Dewinter cuando clama por un estatuto “como el de Cataluña”. Lo que Dewinter quiere es que una institución flamenca redacte y presente su propio estatuto de autogobierno Eso, en el marco de la Europa actual, sería suficiente para ofrecer a las propias filas un logro histórico.
 
Una fantasía para separatistas españoles: que la partición de Bélgica, esa desintegración de un país en el mismo corazón de Europa, lleve a la Unión a arbitrar medidas de tipo institucional que permitan a las “regiones emancipadas” suscribir los acuerdos de la UE con el mismo rango que los Estados ya existentes. De este modo el problema flamenco propiciaría una descomposición general del mapa europeo. Es descabellado, pero no imposible. Las cosas están así.

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