La religiosamente diversa India sufre de nuevo el azote del terrorismo integrista islámico. Hace pocos días le tocó a Hyderabad, capital centro neurálgico de la pujante industria informática india. Dos artefactos explosionaron causando la muerte de al menos 42 personas. El año pasado fueron los terribles atentados en los trenes de Mumbai, la antigua Bombay, centro financiero del país. Todo apunta a una rama india del jihadismo internacional. La alarma crece entre las elites políticas y económicas de la India. En la India hay 150 millones de musulmanes: el 13,7% de la población.
CURZIO MALATESTA
El 11 de julio del año pasado ocurrió en Mumbai (la antigua Bombay), capital del estado indio de Maharashtra y centro financiero del país. Entonces, siete artefactos explosivos, en concreto siete ollas exprés con aproximadamente 2,5 kilos de T4 cada una, explosionaban en el tren de cercanías que recorre la ciudad como si fuera su columna vertebral. Segaron la vida de 209 personas y dejaron a otras 700 heridas de diversa consideración. Un autodenominado grupo mujahidin Lashkar-e-Qahhar reivindicó el atentado en un e-mail enviado a la cadena de televisión india Aaj Tak.
El pasado 25 de agosto le tocó a Hyderabad, la capital del estado indio de Andhra Pradesh y centro neurálgico de la creciente industria informática y biotecnológica india. Dos bombas explotaron casi simultáneamente a las 19.45 horas, la primera en el parque de atracciones Lumbini, y la segunda, cinco minutos más tarde, a unos 5 kilómetros en el popular restaurante Gokul Chat Bhandar: al menos 42 muertos y 52 heridos. Se especula sobre la posibilidad de que el grupo extremista y paramilitar sunní Harkat-ul-Jihad-al-Islami (Movimiento Islámico para la Guerra Santa), que ha estado actuando en Bangladesh, sea el responsable. Abu Hamza, de 32 años (por cierto, otro más que se llama como el ignominioso imán de la mezquita de Finsbury Park en Londres) ha sido detenido por la policía en Bangladesh, sospechoso de estar tras los atentados. Se sospecha también que podrían ser los mismos autores del atentado en la mezquita de Maakah Masjid, también en Hyderabad, el 17 de mayo de este año, y que estén ocultos en Karachi, Pakistán.
Este último atentado ocurría justo tres años después de otro en Mumbai con coches bomba en el que murieron al menos 52 personas y fueron heridas otras 150. En ese año 2003 hubo además otros atentados.
Inquietud en uno de los centros industriales del país
Hyderabad es uno de los mayores centros de subcontratación desde el extranjero, con más de 150 compañías establecidas. Oracle y Google operan allí entre otras. El gigante Microsoft sentó allí, por primera vez fuera de los Estados Unidos, un centro de desarrollo de software.
Reuniendo talentos altamente educados, Hyderabad creció en la década de los 90 como competidor de la ciudad de Bangalore, en el Sur de la India, que fue por mucho tiempo el centro neurálgico de la industria informática. Se convirtió en el principal recurso externo global de la tercera economía más grande de Asia.
Las exportaciones en materia informática del estado indio Andhra Pradesh, del cual Hyderabad es capital, llegaron a los 4.500 millones de dólares en el año cerrado en marzo de 2007, superando los 3.000 millones del año pasado. Políticos y destacados miembros de la industria no han ocultado su preocupación.
El caldo de cultivo y el cóctel molotov
La potencia emergente económica de la India parece que se debe en gran parte, como en China, a la disponibilidad para la semiesclavitud (siendo moderados con lo de semi) de sus trabajadores. Es que allí, de la modernidad, sólo se ha instalado el capitalismo, sin adulterar con derechos humanos, individualismo, etc. Aún es un país de grandes contrastes en cuanto a riqueza.
Luego están las tensiones con la República Islámica de Pakistán (apeadero de paso de terroristas islámicos internacionales), que fue parte de la India Británica hasta que un movimiento nacionalista islámico consiguió la independencia en 1947. Desde entonces han mantenido constantes disputas, con guerra incluida, por el territorio de Cachemira.
El hinduismo es con mucho la primera religión de la India, con 878 millones de fieles (el 79,8% de la población). Pero el islam, con alrededor de 150 millones de fieles (aproximadamente un 13,7% de la población), hace de la India el tercer país musulmán del mundo después de Indonesia y Pakistán.
Añadamos a esto el conflicto internacional, alimentado por la nebulosa Al Qaida; la la enterna lucha entre suníes y chiíes, alimentada y confundida, más aún si cabe, por la guerra en Irak y los conflictos entre estas mismas facciones allí y en Oriente Medio, además del odio compartido y creciente a Israel y a Occidente (no sólo América).
Todo está bastante confuso. Lo que no lo está tanto es que en medio de tanta pobreza y diversidad cultural, parece bastante fácil que se instale la agitación integrista y su mensaje de “salvación + gloria + sometimiento de los que ahora someten”.
Puede que el niño feo, tonto y bruto (Estados Unidos) haya empezado la pelea, abriendo todas esas cajas de Pandora que son los grupos islámicos durante la Guerra Fría, y luego, con una gestión a su manera de la, por otro lado necesaria, policía en Oriente Medio. Puede que, como con el narcotráfico, exista un conflicto de intereses y quizá también moral para la erradicación absoluta del problema. Por ejemplo, ¿por qué nadie se mete con los que financian mezquitas en Europa?
Sea como sea, el caso es que los integristas están ahí y odian a todos los que no estén de su parte. Lo han demostrado en la India.