España, ¿el último mohicano eurófilo?

"Front populaire", la revista lanzada recientemente en Francia por el muy conocido filósofo y analista político Michel Onfray, acaba de publicar un análisis sobre la manera cómo en España nos relacionamos con la UE.

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En 2013, el economista español Juan Francisco Martín Seco publicó el libro Contra el euro - Historia de una ratonera, en el que denunciaba el coste social que debe pagar España para “salvar” la moneda única europea. En particular, señalaba la devaluación interna que sufre España, que ya no tiene control sobre su moneda y, por lo tanto, no puede reactivar su aparato productivo bajando su precio.

Antiguo miembro del PSOE, Martín Seco lleva mucho tiempo trabajando al frente de empresas públicas, como la minera Minas de Almadén y Arrayanes. Está lejos de ser un aficionado o un fanático y no es el único que piensa que España debería salir de la zona euro. Así sucede también con  los fundadores y animadores de la plataforma Salir del euro y varias otras figuras públicas. Sin embargo, estas personalidades son poco escuchadas, o incluso totalmente ignoradas por el mundo político mayoritario.

En España no hay ninguna formación significativa que se plantee cuestionar la pertenencia de la nación a la zona monetaria y aún menos a la Unión Europea. Evidentemente, no es la tesis que defienden los partidos que comparten el poder desde 1982, a saber, el PSOE y el PP.

Ahora bien, ni siquiera lo defienden los partidos llamados “radicales”. Unidas Podemos, cuyo secretario general, Pablo Iglesias, es también vicepresidente segundo del gobierno, nunca ha tenido la menor intención de cuestionar la moneda común ni la UE. Por su parte, la “derecha radical” de Vox, que ocupa los titulares de la prensa desde diciembre de 2018, propone “repatriar” a los países miembros de la UE una serie de competencias (como lo plantea en Francia el Rassemblement national de Marine Le Pen)..., pero no la moneda.

España parece distinguirse de las demás grandes naciones de Europa Occidental por la ausencia de una corriente de opinión contraria a la Unión Europea. En un país donde ha renacido la división derecha-izquierda desde que Pedro Sánchez llegó al poder, los líderes nacionales siguen siendo el principal objetivo de las críticas. Se les achacan los problemas económicos, sociales o sanitarios y, sea cual sea su color, la oposición ve en Bruselas una salvaguardia destinada a evitar abusos por parte del ejecutivo.

Hay que reconocer que la relación de la sociedad española con la idea de Europa (más allá de la Unión Europea) es particular. Acunados por la leyenda negra que, durante siglos, ha presentado al país (a la vez dentro y fuera de él) como la encarnación del arcaísmo, la intransigencia y la tiranía, los españoles ven en el resto del continente una apertura hacia el desarrollo económico y la democracia. Es ésta una imagen que no negarían los separatistas catalanes, casi todos los cuales consideran que Europa es el nivel adecuado para lograr sus aspiraciones políticas. Sus referentes, como Dinamarca, Holanda o Kosovo, están intrínsecamente ligados a la “construcción europea” y a sus aliados.

Con el fin de combatir estos estereotipos anclados en los espíritus, diversos historiadores y pensadores españoles han tomado la pluma en los últimos años. Frente a la idea de una Europa sublime, personalidades como María Elvira Roca Barea y Pedro Insúa luchan tanto contra estos estereotipos degradantes como contra la idea de la UE. Siguiendo sus pasos, se lanzó en diciembre de 2019 la plataforma Spexit.

Les ayudó el inicio de la crisis económica mundial de 2008 que afectó fuertemente a la zona del euro. Se supone que la llegada de Pedro Sánchez mejorará la reputación de una Unión Europea algo desacreditada, en particular por el desprecio que los españoles perciben por parte de los países del norte de Europa.

Al principio, el encanto pareció funcionar: este líder joven y a gusto ante las cámaras obtuvo cierto éxito. Varios de los suyos obtuvieron puestos de responsabilidad en Bruselas, como Josep Borrell, “Ministro de Asuntos Exteriores” de la UE.

Sin embargo, las dificultades económicas vinculadas a la epidemia de coronavirus han demostrado que el espejismo no podía durar. Declarada zona de riesgo por muchos “socios” (como Alemania y los Países Bajos), las regiones turísticas de España han sido desertadas por los europeos del norte, lo cual ha representado un cataclismo económico. Por más que Sánchez fanfarronee tras el acuerdo de relanzamiento de julio de 2020, la crisis económica vuelve a asentarse al otro lado de los Pirineos y es probable que los créditos de Bruselas resulten insuficientes.

Ello es suficiente para alimentar un malestar euroescéptico que, aunque no mayoritario, hace oír su voz. De continuar la situación actual, nada asegura que España no caiga en el campo de países ganados por el rechazo de la UE. No olvidemos que cada vez son más las encuestas que muestran un verdadero desencanto con dicho sueño.

© Front populaire

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