Un gobierno para los días de fiesta

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En la pasada legislatura les salió bien aquella estrategia de mantener ocupada a la opinión pública con debates de chicha y nabo, tormentosas naderías como el matrimonio homosexual, la ley antitabaco, el carnet por puntos y demás ingenios que muy poquito afectaban a la vida y acucios reales de los ciudadanos pero, al mismo tiempo, trasladaban la imagen de un gobierno activo y "con ideas".

En la presente andanza parlamentaria, confirmada la mayoría del PSOE, ha habido otra vez alharacas inaugurales: ministras a demanda en cumplimiento de la paridad, la gravidez de Chacón, la juvenil inanidad de la ministra encargada de la censura igualitarista y otros gestos menos jugosos para los medios de comunicación aunque igualmente válidos, como el retorno de Sebastián, que se había retirado de la política después de hacer el ridículo en Madrid, o las declaraciones de Zapatero consagrando a esta legislatura como "la del feminismo y la igualdad". Sí, hombre. Y le juntamos mi perro y mi carnet madridista y sumamos treinta y tres.

La pena es que esta etapa no viene marcada por festividades sino por días laborables. El PP, en 2005, la montó gordísima ante la presencia del PCTV en las elecciones del País Vasco, pero el gobierno tenía a mano la elegante salida de echar balones fuera, al tejado de los tribunales concretamente. Y las cosas marchaban bien, el ladrillo estaba en su apogeo, las hipotecas arreglaban casi todas las economías domésticas y la barra de pan aún no costaba más que el litro de gasolina.

Como afirmaba Schopenhauer, las cosas cambian. Nada más ponerse el gobierno a la suyo ha tenido que enfrentarse al problema del agua en Barcelona y en toda Cataluña. El trasvase del Ebro representa, en el fondo y en la forma, una solemne declaración de impotencia e incapacidad: esta gente no puede, de ninguna de las maneras, hacerse cargo de problemas reales con soluciones reales. Son gobernantes para cuando no pasa nada, para los días de fiesta y las tardes de domingo, ese tiempo amorfo en el que puede la parroquia entretenerse con la primera chorrada que se le ocurra al señor alcalde, como pintar de verde al burro que carga la imagen del santo en las fiestas patronales.

El socialismo español, como todos sus vecinos comunitarios, renunció hace mucho a transformar el sistema social y económico en el que sobrevivimos. Con un parche por aquí y un recosido por allá, se van arreglando... hasta que se acabe el duro y no haya de dónde sacar para tanto encaje. Entonces, ya veremos.

"Hemos empezado con muy buen pie", dijo el armador del Titanic cuando el navío dejaba atrás el puerto de Southampton. Ya veremos cómo dentro de unos años, no sé si cuatro u ocho, qué más da, los ministros y ministras de este gobierno o del que le suceda estarán deseando que los dejen marcharse por donde han venido, las arcas del Estado tiritando y la economía en plan sangre, sudor y lágrimas. Que vengan otros, el recambio, a hacerse cargo de la avería. Ellos y ellas, seguramente muy ufanos y ufanas, regresarán a los cerros de Úbeda proclamándose satisfechos y satisfechas de la labor realizada y orgullosos y orgullosas por el deber cumplido. Poco muy poco reconocerán haberse equivocado. Natural. Sólo quien no hace nada no se equivoca nunca.

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