El análisis del voto étnico pone en relación los comportamientos electorales con las identidades religiosas o etnoculturales de los votantes. No es una magnitud absoluta, sino un valor estadístico. En las últimas presidenciales francesas, parece que la pertenencia comunitaria ha pesado más que otras veces.
En la primera vuelta, el voto musulmán ha sido muy claro: Royal 64%, Sarkozy 1%, Le Pen 1%. Esos son los datos del sondeo encargado por el periódico católico La Croix a la empresa CSA/CISCO. El sondeo se efectuó a la salida de los colegios electorales, el 22 de abril, sobre una muestra de 5.009 personas. De ellas, el 5% no se pronunció, el 25% se declaró sin religión, el 30% se dijo católico practicante (regular u ocasional), el 34% católico no practicante, el 2% protestante, judío el 1% y el 3% musulmán. De estos últimos (150 encuestados), el 14% había votado a la extrema izquierda y el 64% a la socialista Royal. Es decir, un 78% para opciones de izquierda; la media nacional era del 35%. La muestra puede juzgarse poco representativa, pero llama la atención la enorme desproporción entre el voto musulmán de izquierda y el conjunto del voto nacional. También hay que señalar la escasísima adhesión prestada por este voto musulmán a los dos candidatos que más referencia han hecho a la identidad nacional y a la inseguridad: un 2%, frente a una media nacional del 40%. Esas dos temáticas habían sido las más determinantes para el resto de los electores, según el sondeo de TNS-Sofres realizado aquel mismo día de la primera vuelta electoral.
Este análisis queda confirmado desde el punto de vista geográfico. Las llamadas “ciudades-faro” de la inmigración han reportado a Royal entre el 60% y el 70% de sus votos. Son también las ciudades cuyo nombre ha quedado asociado a los altercados violentos de 2005. Estos son los datos: en las Yvelines, Mantes-la-Jolie (59,56%), Les Muraux (60,96%), Trappes (70,33%); en Essonne, Grigny (64,60%), Les Ulis (65,97%); en los Hauts-de-Seine, Nanterre (61,98%), Bagneux (64,05%), Gennevilliers (68,97%); en Seine-Saint-Denis, Clichy-sous-Bois (61,70%), Epinay-sur-Seine (60,58%), Saint-Denis (67,94%), La Courneuve (64,19%), Montreuil (67,66%); en el Val-de-Marne, Ivry (66,31%); en el Val-d’Oise, Garges-lès-Gonesse (61,55%); en Calvados, Hérouville-Saint-Clair (67,43%); en Isère, Saint-Martin-d’Hères (61,33%); en el Ródano, Vaulx-en-Velin (64,03%), Vénissieux (60,67%). Es incuestionable que Ségolène Royal era la candidata preferida de los centros urbanos asociados a la presencia de fuertes contingentes de inmigración.
Más todavía: si analizamos los resultados por barrios, fijándonos en aquellos donde la población inmigrante es claramente mayoritaria sobre la autóctona, entonces los votos para la candidata socialista se elevan al 80%. Por ejemplo, en Mantes-la-Jolie, donde Royal ganó con un 59,58%, se advierte una enorme diferencia entre los votos socialistas registrados en el centro de la ciudad (sólo un 39,97% de los sufragios) y los de la periferia de Val-Fourré: un 82,06%, nada menos. El mismo fenómeno se observa en La Courneuve, donde el resultado socialista de un 64,19% es tributario de los apabullantes 80,17% y 79,54% obtenidos en los colegios electorales de Robespierre et Paul-Langevin. La tendencia se observa incluso en aquellos barrios que han sido beneficiados por grandes programas de asistencia pública de la derecha. En el departamento de Hauts-de-Seine, que presidía hasta ahora el propio Sarkozy, los barrios más favorecidos por las inversiones públicas han votado muy mayoritariamente por el Partido Socialista.
También es muy significativa la evolución del voto francés en el exterior. África y el Magreb son las áreas donde más votos de residentes franceses ha obtenido Ségolène Royal. Y se trata mayoritariamente de ciudadanos con doble nacionalidad procedentes de la inmigración, que han retornado a su país de origen o que mantienen lazos con su actual país de residencia. Las cifras cantan. Los socialistas han obtenido el 80,5% de los votos franceses de Argelia, el 70,5% de Túnez, el 66,4% de Turquía, el 61,1% en Burkina-Faso, en Mali el 69,3%, en las Comores el 67,7%... Inversamente, los electores franceses que viven más cerca del conflicto del Próximo Oriente han votado mayoritariamente a Sarkozy: el 79,8% en Armenia, en Líbano el 71,5%, en Israel el 90,7%, en Jerusalén el 87,0%.
Todos los esfuerzos de Sakorzy por seducir al voto inmigrante –por ejemplo, otorgando protagonismo a su consejera Rachida Dati, de origen argelino y actual ministra de Justicia- han fracasado. También los de Le Pen. Esas estrategias no han hecho mella en el voto musulmán y tampoco han conseguido captar votos de otros sectores.
Es muy importante señalar que esta homogeneidad del voto inmigrante no ha sido espontánea, sino que ha venido siendo estructurada por la izquierda desde hace meses. Las iniciativas han sido abundantes; se ha llegado al extremo de organiza fiestas y banquetes a los que sólo se podía pasar si uno mostraba su papeleta de voto por los candidatos de izquierda. ¿Quién ha organizado estas campañas? Esencialmente, las asociaciones y los mediadores sociales beneficiados por los programas de asistencia, que llevan años viviendo de eso y ahora temen perder las ayudas. No ha sido tanto un voto político a favor de alguien como, sobre todo, un voto étnico de protesta, un voto contra Sarkozy. La movilización de ilustres personalidades de la farándula, de corte semejante a las que hemos vivido en España, ha puesto la guinda a esta campaña de voto hostil.