Con todos los respetos, Santidad

¿De verdad es preciso pedirle perdón a todo el mundo?

Benedicto XVI dijo en Brasil que la evangelización de América había sido una buena cosa. El neoindigenismo dominante puso el grito en el cielo y reprobó severamente al Papa, exigiéndole que pidiera perdón por el “holocausto” de los indios. Ahora el Papa ha reconocido que la colonización fue acompañada de “injusticias y sufrimientos”, lo cual ha sido inmediatamente difundido por las agencias internacionales como una petición de perdón. Del holocausto ya hemos hablado en esta web. Hablemos ahora de esa molesta tendencia vaticana a pedir perdón a todo el mundo. No es sólo una cuestión religiosa; afecta a la autoestima de la cultura europea. 

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¿De verdad ha pedido perdón el Papa? En realidad, eso es opinable. Estas son exactamente sus palabras: “Aunque no pasamos por alto las diversas injusticias y sufrimientos que acompañaron la colonización, el Evangelio ha expresado y continúa expresando la identidad de los pueblos en esta región”. Lo que ha dicho Benedicto XVI es que, por páginas negras que tuviera la conquista española de América, el cristianismo es una seña de identidad sobresaliente de esas tierras. Las dos cosas son verdad. También es verdad que una frase de este tipo, en el actual contexto de la información internacional, forzosamente ha de interpretarse como una petición de perdón.

Hay que recordar que la Iglesia, especialmente a partir de los últimos años del pontificado de Juan Pablo II, parece haberse especializado en pedir perdón al género humano en general y a sus enemigos tradicionales en particular. Por ejemplo, los acercamientos al mundo musulmán y, por otro lado, al mundo judío siempre han ido acompañados de un acto de contrición y de un reconocimiento de los propios errores o, más exactamente, de los errores cometidos por la Iglesia o en su nombre a lo largo de la Historia.

Nadie duda de que la Historia es un gigantesco río de sangre. Mucha de ella, por cierto, vertida en el siglo XX. Tampoco nadie duda de que la Iglesia, como todos, tendrá su parte de culpa. El problema es que esa contrición rara vez encuentra un gesto recíproco. La Iglesia pide perdón por las Cruzadas, pero los musulmanes no hacen lo mismo por la yihad. La Iglesia pide perdón por su antihebraísmo, pero los judíos… ni siquiera es posible decir que los judíos tengan que pedir perdón por algo. La impresión que se crea así es de un plúmbeo desequilibrio: si sólo la Iglesia pide perdón, entonces es que sólo la Iglesia es culpable. Y eso, evidentemente, no es cierto.

En lo que concierne específicamente a los enemigos de la Iglesia, que son los más vehementes en sus exigencias de perdón, conviene recordar que ellos nunca han pedido perdón a su vez. Aquí, en España, hubo una época en que la Iglesia pidió perdón incluso por haber apoyado a Franco contra el Frente Popular. ¿Pero ha oído usted a alguien de Partido Comunista, del PSOE, de la CNT o de la Esquerra Republicana pedir perdón por los siete mil religiosos asesinados, por los curas castrados antes de que los mataran, por los miles de ciudadanos masacrados por el delito de ser católicos en la guerra civil? También esperaremos en vano que Chávez pida perdón por los centenares de miles de indios sacrificados a las deidades mayas, aztecas o chibchas antes de la Evangelización de América.

La gente de Iglesia suele decir que eso, la disposición al perdón, demuestra la superioridad moral de Roma, que puede cargar sobre sus espaldas con el dolor de todo el mundo. Es verdad. Pero al ciudadano de civilización cristiana le deja un extraño sabor de boca: es como si él fuera culpable de todos los males de la Historia. Y así no es fácil vivir.

A Benedicto XVI hay que reconocerle, en cualquier caso, que no ha pedido perdón por las imputaciones que le hizo el neoindigenista-veteromarxista Hugo Chávez. Menos mal; era una cuestión ya no de dignidad, sino de simple verdad histórica.

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