La carticaturesca imagen de Marie-Antoinette, que, sosteniendo en su manos su guillotinada cabeza, fue exhibida en una última y cruel mofa por los democráticos organizadores de los Juegos Olímpicos de París 2024

Los mitos más sombríos de la Revolución francesa siguen marcando nuestro imaginario

Bajo el efecto del miedo se prestó juramento en el Jeu de paume. La Bastilla no fue tomada, sino rendida a los insurrectos. La santificada «máquina filosófica» que era la guillotina pronto reveló todo su horror. Los mitos no mueren. El historiador Emmanuel de Waresquiel los desbarata y responde a nuestras preguntas

Compartir en:

Como gran historiador de la Revolución, ¿cómo interpreta el «retablo» dedicado a María Antonieta en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París?

Estamos metidos en los mitos sombríos de la Revolución, en los mitos revolucionarios. La figura de María Antonieta es probablemente una de las que más dividen. Con María Antonieta, seguimos viviendo la Revolución desde dentro, y también la Contrarrevolución. Por un lado, es la perversidad absoluta hecha mujer, es una traidora y una conspiradora y una extranjera y una reina, ¡que es mucho! Por otro lado, es la santa y mártir del Vía Crucis de las Tullerías, la Torre del Temple y la Conciergerie. Si comparamos los dos juicios, el de María Antonieta y el de su marido, ella es mucho más absolutista que el rey. Defendió el absolutismo real, los derechos de su hijo y el Antiguo Régimen tal como estaba constituido en aquel momento, aunque ya no lo estuviera en 1793. Era mucho más «clara» y, en cierto sentido, mucho más valiente que su marido. Luis XVI fue a la Convención bailando ya con un pie, ya con el otro, actuando ora como el rey constitucional que había sido hasta 1792, ora como el rey de derecho divino que había sido ungido. Ya no estaba claro qué rey era, y los constitucionalistas dudaron antes de llevarle ante la Convención para ser juzgado. María Antonieta era infinitamente más clara.

Y apareció en plena ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos en la imagen que todos conocemos... Frente a las intenciones del Comité Olímpico, que consisten en poner de relieve a las mujeres, la armonía y la fraternidad universal, mostrar el episodio más trágico y divisorio de la Revolución es algo que va en contra del mensaje mismo de las Olimpiadas.

¿Qué demuestra esto, en su opinión?

Que la Revolución sigue viva, que seguimos alimentándonos de su imaginario, el cual sigue dividiendo a la sociedad. Lo que divide no son tanto los muros entre los que vivimos, es decir, los derechos humanos, sino sobre todo el espíritu que reina en la casa: una cultura política muy particular, permanentes choques de legitimidad de los que no conseguimos deshacernos. Desde este punto de vista, la influencia psicológica de la Revolución es evidente, y los franceses la viven de forma más o menos consciente. ¡Y esta pasión por el igualitarismo! La obsesión por el igualitarismo es una herencia de la Revolución.


Escribe, en esencia, que uno de los riesgos actuales es hacer una lectura teleológica de la Revolución, es decir, intentar comprender el objetivo a partir de los resultados.
 Un partido como La France insoumise de Mélenchon no rehúye esta lectura. ¿Cómo lo analiza?

Lo que me sorprende, lo que me confunde, es que esta izquierda de la que habla pretende basarse en el universalismo y, sobre todo, en la indivisibilidad de la nación, en la unanimidad nacional y, al mismo tiempo, si he de creer el informe Terra Nova de 2011, sus miembros son acérrimos partidarios del progresismo identitario, que tiene una visión tan nítida del mundo entre dominados y dominantes, colonizados y colonizadores, blancos y negros, que el mero hecho de hablar con los dominantes es ya un acto de compromiso. En cierto modo, esto es bastante interesante desde el punto de vista de las contradicciones de la propia Revolución, que propugna el universalismo y la indivisibilidad, pero que, al propugnar la indivisibilidad, no puede pensar en el oponente más que como un traidor o un extranjero. Y un enemigo. ¡Y la guillotina está al final de ese camino! La cultura del enfrentamiento es una cultura muy francesa, en lugar del compromiso «anglosajón».


Con otras palabras, ¿los Insumisos están reactivando una contradicción fundamental entre la indivisibilidad, por un lado y, por otro, la oposición entre la humanidad y sus enemigos?

Sí, así es. Afirman creer en la indivisibilidad de la nación revolucionaria, pero al mismo tiempo su progresismo identitario y comunitario, basado en el modelo oprimido/opresor, les impide entablar ningún diálogo. Jean-Luc Mélenchon está totalmente habitado por la marcha del pueblo, como demostró su gran discurso en la Bastilla el 18 de marzo de 2012. ¡Igual, por cierto, que el Comité Olímpico, que, inspirándose en Patrick Boucheron, modeló el recorrido del maratón a partir del de la marcha de las mujeres sobre Versalles el 5 de octubre de 1789! Los miembros del Comité se olvidaron de lo que ocurrió a la vuelta... Las cabezas de los gars du corps estaban en las picas de los sans-culottes. En resumen, se trata de una especie de doble contradicción en imagen especular: la del principio de indivisibilidad establecido en 1789, que en cierto modo condujo al Terror, y la de la relación de La France insoumise con los grandes principios revolucionarios que dicen defender y que contradicen una y otra vez en su discurso identitario.

En su libro plantea una hipótesis: tal vez ya no queramos insistir en las pesadillas del pasado, como si fueran demasiado parecidas a las del presente. Talleyrand escribió: «La edad de las ilusiones es la edad de la felicidad, tanto para los pueblos como para los individuos». Los mitos de la Revolución siguen vivos. ¿Por qué han resurgido hoy, y con tanta fuerza?

Raymond Aron lo explicó muy bien. La cuestión de la unidad nacional, y por tanto la de los grandes mitos fundadores, resurge cada vez que salimos de una crisis o entramos en ella. Fue muy frecuente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se intentó volver a tejer el tejido nacional: se olvidaron cosas, se plantearon otras y se concedió el perdón. Fue la misma historia al principio de la Restauración, bajo Luis XVIII: el lema monárquico de la época era «Pardon et Oubli» (Perdón y olvido). El único problema, y estamos de acuerdo con la dialéctica de Paul Ricœur, es que para perdonar no hay que haber olvidado.

La Revolución francesa es singular, escribe, porque fue «a la vez política y social, unilateral, igualitaria, amnésica, sombría y totalizadora». Veamos cada uno de estos términos por separado. ¿Primero político y social?

1789 fue una guerra civil en ciernes. No debemos olvidar a Furet, que habló del «giro igualitario». Fue una guerra social entre los órdenes (clero, nobleza, Tercer Estado) que dio lugar a la noción de un orden privilegiado. Y luego la noción de una conspiración aristocrática. Éste fue un factor clave para explicar lo que ocurrió en Versalles en junio y en París en julio de 1789.

¿Unilateral?

El 17 y el 20 de junio de 1789, el Tercer Estado se constituyó en Asamblea Nacional, y luego en Asamblea Constituyente, sin preguntar al rey ni a los otros dos órdenes del reino, que por definición estaban excluidos de representar a la nación. La Revolución también fue totalitaria, aunque yo prefiero el término absolutista, porque la visión que los revolucionarios tenían de la monarquía (una visión plagada de muchas fantasías) era la de una monarquía todavía absoluta, como si el rey fuera todopoderoso, a la cabeza de su ejército y de su administración, ¡aunque no le siguieran desde hacía mucho tiempo!

¿Igualdad?

Hablamos de igualdad civil. No política ni social. Igualdad es el término encontrado por los diputados del Tercer Estado para definir, sobre el telón de fondo de una tabla rasa, una sociedad que ya no es orgánica, sino que se funda, precisamente, en el individuo. Es el principio del derecho natural.

¿Amnesia?

Sí. La Revolución trata del hombre regenerado, del hombre nuevo. El objetivo era liberar al hombre de sus viejas creencias, lo que condujo a la quema de los símbolos monárquicos y feudales... La Revolución introdujo una nueva relación con el tiempo: una ruptura con el pasado. Discurso de Rabaut Saint-Étienne ante la Asamblea Nacional: «La Historia no es nuestro código».

Por último, ¿por qué escribe que la Revolución fue turbia?

No fue tan primaveral. Estuvo hecha de rencores, resentimientos, celos y odios. Mi teoría, aunque no saque las mismas conclusiones que Clemenceau, es que «la Revolución es un bloque». En otras palabras, el Terror de 1793 está contenido en los discursos y principios establecidos en 1789.

© Causeur

 

Donde no están vigentes los mitos de la Revolución francesa es
en el pensamiento de la Nueva Derecha francesa.
Hoy editada por fin en España

Descúbrala AQUÍ

Cómprela AQUÍ

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar