"Alepo, la ayuda ha llegado", de Augusto Ferrer-Dalmau

Augusto Ferrer-Dalmau, un pintor español en la batalla de Siria

Parece milagroso, pero aún hay grandes pintores en la época cuyo “arte (?) contemporáneo” ensalza la fealdad.

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Alepo, triturada por las bombas, tiene impresas pisadas de botas de extranjeros que no siempre son soldados. Corresponsales de guerra han plasmado en imágenes parte del horror de la guerra en Siria, donde Rusia intervino en 2015 para evitar la caída de Bashar Asad. Entre los soldados rusos desplegados caminaba el año pasado con la mirada lejos del polvo un español desarmado. Ni rifle, ni cámara. Pero igual que otros reporteros, iba a la caza. A Augusto Ferrer-Dalmau le gusta que le llamen 'pintor de batallas', un título que se sacó de la pluma el escritor Arturo Pérez Reverte. Su rutina es el pasado, pero de vez en cuando se empotra en algún batallón de los de ahora y se convierte en un corresponsal de guerra extraño: lejos del breaking news, y siempre encastillado en la fórmula que le ha dado nombre: óleo clásico con lienzo de lino. Ése es el territorio donde suceden sus historias.

A Augusto Ferrer-Dalmau le gusta que le llamen "pintor de batallas".

De las batallas de hace siglos nos queda la versión de los pintores. Pero aunque los museos hagan aprecio, el mundo sigue inmerso en guerras, con muchas más sombras que luces. Alepo, la ayuda ha llegado, es su nueva obra, basada en la misión de la ayuda humanitaria de los soldados del Ejército ruso en Siria. Retrata el momento en que fue testigo de cómo llegaban las ayudas humanitarias de Rusia a la población civil siria, azotada por la guerra desde el año 2011.

El artista visitó el país árabe en septiembre para presenciar la misión del Ejército ruso sobre el terreno. Allí recorrió las calles devastadas de Alepo en compañía de las tropas rusas.

Su cuadro brilla ya en la Sala de la Victoria del Museo Central de las Fuerzas Armadas. Ferrer-Dalmau fue condecorado este mes con la medalla del Ministerio de Defensa 'Por el Fortalecimiento de la Hermandad de armas'. "La idea de ir a Siria surgió hace cerca de un año, cuando me invitaron a visitar el taller Grékov de pintura militar, en Moscú, a través del embajador ruso y del Ministerio de Defensa de Rusia.", explica en un café en la capital rusa, a escasos metros del Teatro Bolshoi.

Ferrer-Dalmau es considerado el mejor pintor vivo de temática histórica y bélica. Ha estado dos veces en Afganistán, una de ellas con los españoles, "en posición avanzada, donde hirieron a un paracaidista en una pierna". La otra fue en el sur junto con georgianos y estadounidenses. Otra en el Líbano, también en Mali con la Unión Europea, con la OTAN y con la ONU. Ha comido y dormido con los soldados: "Me trataron muy bien", dice, orgulloso de ser "el primer artista español que acompaña a este ejército en una misión".

La palabra 'guerra' es asumida de una manera distinta en cada país. "En España llevamos tres generaciones sin conocer lo que es. Todo el mundo sabía antes que iría a una guerra: el abuelo fue, el padre iba y su hijo iría". Incluso como concepto abstracto la idea de guerra se ha atragantado. "En España no aceptamos las derrotas, viene en nuestro ADN, aquí se quedaron los más duros que nos vencieron: íberos, romanos, musulmanes", añade el artista, "mientras que los rusos aceptan su historia, no miran atrás porque saben que no pueden cambiarlo".

Este mes Ferrer-Dalmau también fue invitado a la conmemoración del centenario de la victoria aliada en la Gran Guerra celebrado en París. El acto tuvo lugar en el Museo Nacional de los Inválidos de la capital francesa, con una exposición de pintores de batalla en la que Ferrer-Dalmau representó a España con tres de sus obras: La expedición de CoronadoLa despedida y La Degolla.

Pero lo que le ha marcado ha sido esos "diez días para ser una esponja en Siria". Su equipaje habitual en el frente difiere del ascético confort del pintor: mochila militar, botas, ropa de camuflaje, libretas y lápices. El caballete se queda en casa. Durante el tiempo que ha estado en Siria se ha limitado a tomar "apuntes y hacer esquemas" y a escribir sobre aquellas cosas que le han llamado la atención para acordarse de ellas cuando volviese a Madrid.

También toma fotos de detalles. "Más que dibujar anoto con dibujo. Vas en blanco y te encuentras con todo eso, así que no pienso en el peligro, mientras los soldados me van diciendo 'agáchate, no vayas por aquí', pienso en lo que tengo que pintar". Al final, como imagen, se ha quedado con la población y los camiones de ayuda. "El colorido ya lo tengo, Alepo y sus ruinas eran el escarnio porque aquello es un Stalingrado, un Montecasino".

Igual que el soldado las aprovecha para ponerse a cubierto, las construcciones semiderruidas son para el artista el ingrediente mágico de estos cuadros. "Las ruinas tienen una vida que no tiene un edificio inerte, entra la luz por un sitio y sale por veinte: es arte aunque esté mal decirlo", confiesa el pintor.

"Quiero que la gente, cuando pasen los años y vea el cuadro, diga: 'Mira, Alepo era así hace 100 años. Ahora es así". Aunque respecto a los juicios sobre el pasado no espera demasiado viendo la dinámica española: "No puedes juzgar a tu abuelo, y cuando juzgamos la historia estamos juzgando a nuestros padres". 

Cree que "nos van a juzgar en el futuro por comer carne en lugar de comer pastillas de carbono, pero estamos donde estamos, bien o mal, y somos la novena potencia del mundo, así que algo habremos hecho bien para tener este nivel de vida". "Seamos un poco agradecidos", dice agitando las manos, ya hambrientas de los pinceles que le esperan en casa.

© El Mundo

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