Se puede rezongar todo lo que se quiera, pero algo malo pasa cuando el mundo de la cultura oficial dedica simultáneamente dos exposiciones a execrar a Dios y una a ensalzar a un ex presidente autonómico. Es algo más que una broma del destino, en efecto, la coincidencia de las exposiciones “Dios(es) modo de empleo” (Madrid), “Vamos a Ibiza” (lo del Papa sodomizado) y “Rodríguez Ibarra, icono pop” (Cáceres), todas ellas con cuantiosa subvención oficial. La calidad artística de las exposiciones es sumamente discutible y, por lo menos, dispar. Pero lo que las hace interesantes no es el arte, sino lo que tienen de síntoma: ¿Un país que expulsa a los dioses para ensalzar a sus gobernantes? Eso pinta fatal. Atufa.
JJE
La exposición Dios(es): modo de empleo, organizada por el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Ayuntamiento de Madrid, ha levantado una muy justificada ola de críticas. El discurso –tanto implícito como explícito- de la exposición puede resumirse del siguiente modo: todas las religiones son equivalentes; todas las religiones monoteístas son violentas; frente a la violencia de la religión, hay un discurso laico que es tolerante y pacífico. El “modo de empleo”, por consiguiente, consiste en apartar las religiones y sostener eso que en la jerga oficial española de hoy se llama “laicismo”.
Un absurdo intelectual
Ese discurso es perfectamente absurdo. Primero, no es verdad que todas las religiones sean equivalentes; basta pensar en las víctimas de los sacrificios humanos, por ejemplo. Una cosa es que las religiones sean comparables –y en esto la antropología del siglo XX ha sido extraordinariamente fecunda-, y otra que valgan lo mismo o que merezcan el mismo juicio. En segundo lugar, una afirmación como la de que “todas las religiones monoteístas son violentas” carece de valor en sí misma. No se puede aseverar tal cosa sin situarse en contextos temporales concretos; de lo contrario, se desemboca en la equivalencia de Teresa de Calcuta y el imán Jomeini, como propone esta exposición: equivalencia absurda porque no hay planos comunes que sustenten la comparación. Respecto a la antítesis laicista, esto es, que el discurso laico es tolerante y pacífico, es sencillamente falsa: desde las masacres de la Revolución francesa hasta el Gulag soviético, se ha matado más en nombre de la Razón que en nombre de Dios.
La idea que probablemente motivó esta exposición es interesante: el estudio comparado de las religiones es una veta riquísima del conocimiento contemporáneo y, además, ha permitido trazar puentes de diálogo muy sólidos entre identidades espirituales diferenciadas. Pero si la perspectiva comparatista se manipula para conducir a una descalificación o un menosprecio de los objetos comparados, entonces estamos ante un simple fraude intelectual. Que eso se pague, además, con fondos públicos, es inadmisible por dos razones: una, la endeblez intelectual de la aventura; dos, la evidente agresión que supone para una parte importante de los contribuyentes.
El idiota, la inepta y el icono
Aún menor fuste intelectual presenta, se coja por donde se coja, la grotesca barbaridad de Ibiza. Aquí todo es mucho más sencillo. Se trata de una exposición colectiva de artistas contemporáneos holandeses programada dentro de las actividades regulares del Ayuntamiento de Ibiza. Entre esos artistas aparece uno que tal vez haya merecido algún día ese título, Ivo Hendriks, que aporta una serie de composiciones deliberadamente insultantes: deformación pornográfica de iconos religiosos, en una línea que ya está más vista que el tebeo. Esas deformaciones son singularmente procaces: Juan Pablo II sodomizado, un Cristo con un pene cerca de su boca… Para colmo de agresividad, la exposición se exhibe en una antigua iglesia cedida por el obispado para las actividades culturales del municipio.
Hendriks no es nadie: es uno más de la inmensa nómina de paniaguados del arte oficial que han realizado obra a costa del erario público holandés, con la grave disfunción de que el Estado (Holanda) compró buena parte de esa obra y ahora no sabe qué hacer con ella y, de hecho, está intentando regalarla sin encontrar a nadie que la quiera, como informaba este verano France Press. Su obra tampoco tiene valor alguno: es el típico gesto del profesional que, a falta de talento, opta por la provocación y la agresión, un estilo que ya es tristemente habitual en los circuitos del “arte contemporáneo”. Aquí el verdadero delito está en los responsables políticos de la exposición, los socialistas que gobiernan Ibiza, y en particular en su concejala de Cultura, Sandra Mayáns, que se hizo famosa meses atrás por su aparición en la trama de corrupción inmobiliaria del socialismo ibicenco (nada es casual, probablemente) y que ahora, ante el escándalo suscitado por esta exposición, ha dicho que a ella no le importaría que su hija viera las obras de Hendriks, y sí otras imágenes que se ven en las iglesias, que son “más pornográficas”. Tales declaraciones sitúan el perfil psicológico de esta señora en algún rango de la enfermedad clínica, y su perfil político, en el quizá menos subsanable capítulo de la ineptitud. Respecto al obispo que cedió esa iglesia, quizá la experiencia le enseñe a trabajar con mejores criterios.
Y mientras se execra a Dios –y a los dioses en general- con dinero público, también con dinero público –el del Ayuntamiento de Cáceres, socialista- se alaba al político en general y al ex presidente extremeño, Rodríguez Ibarra, en particular. Se trata de la exposición aneja al festival Cáceres Pop, que incluye una muestra de pop-art cuyo protagonista monográfico ha sido el veterano político, reproducido en series de veinticuatro como la Marilyn de Warhol –aunque con el dedo iluminado, a modo de metáfora de… ¿de qué? ¿de E.T.?- o ataviado al modo de Carlos V en Mühlberg (que ya hace falta valor). Los organizadores de la exposición niegan cualquier orientación política en la elaboración de los trabajos. Puede creerse en sus palabras, porque el culto a la personalidad ya no es un área propiamente política, sino que limita más bien con el territorio de la servidumbre. A modo de lenitivo, concedamos que en esa muestra hay piezas bastante estimables en su género.
Y hecho el repaso, ahora hagamos una sola pregunta: ¿Quién manda en la cultura oficial española? ¿Con qué criterios se atribuyen los dineros públicos en la gestión cultural? ¿Qué sociedad es capaz de engendrar cosas así, entre lo grotesco y el delirio?