La necesidad de regeneración

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Ante la crisis

 El siglo veinte ha sido una centuria donde los ecos de la crisis se han ido repitiendo. Ecos de nihilismo cabalgando a lomos de los escritos de Nietzsche o Cioran. Utopías falsamente esperanzadoras que promovían sociedades totalitarias como las vías socialistas y fascistas y que fracasaron y nos hundieron en la guerra, el caos y la desesperación Muchos pensamientos, ideologías y actitudes que conllevaron un importante descenso en los valores que hicieron de Occidente su propio faro y que fueron apagando la luz que otrora fuimos para el mundo.
 
Spengler y Ortega lo advertían ya en la segunda década de la centuría y todavía hoy, ahora, lo repetimos y coreamos algunos sin sonrojarnos siquiera. Y esto es porque, a pesar de dos guerras mundiales, incontables guerras civiles pero igualmente cruentas y una inconcebible pila de cadáveres a lo largo y ancho del planeta hemos sido incapaces de hallar las respuestas a los interrogantes que el presente, insistentemente, nos coloca enfrente. La mezquindad, el cinismo pesimista y el egoísmo ideológicamente politizado son las deprimentes soluciones ante las que estamos situados en la actualidad y ello provoca una insatisfacción y un desencanto generalizado. Hijos del olvido nos volvemos sombras de hombres libres antaño.
 
Pero todo lo dicho es bien obvio para aquel que haya prestado un mínimo de atención al discurrir de los acontecimientos recientes y al estudio del pasado. Aquel que haya tenido un resquicio de mirada crítica. Mas no hay que llegar al colapso moral y dejar que el abatimiento sea nuestro nuevo bienestar y mejor pasemos ahora a la justificación de estas líneas y que buscan responder a la pregunta ¿hay algún planteamiento válido ante esta crisis que lleva tanto tiempo instalada entre nosotros y que amenaza con devenir permanente? El autor de este breve texto opina que si. Por intuición y por fe me se deja seducir enérgicamente por la esperanza. Atribuyan si lo desean a la juventud o a una magnificada estrechez de miras, el no hallar una respuesta concreta y continuar vagando por el laberinto. Otros muchos, mejores que yo, no han acertado tampoco a ha hallar las respuestas pero la rendición no figura como opción en el diccionario de este particular.
 
Aún así me atrevo a afirmar algo. Si ha de producirse un nuevo estado de las cosas, mejor y deseable, esto ha de ser llevado a cabo desde un punto de vista constructor, alegre, vital, completamente altruista y desinteresado. Sirvan como ejemplo el surgimiento del Cristianismo hace dos mil años, el Renacimiento humanista en los siglos catorce y quince y el Idealismo romántico alemán del diecinueve. Si el siglo veintiuno ha de tener un signo fuera de la crisis, éste ha de ser un signo de regeneración y no de ensimismamiento inane.
 
Los movimientos históricos de renovación
 
El cristianismo más primitivo, el renacimiento y el romanticismo alemán son tres movimientos históricos de renovación cultural que comparten una serie de elementos en común y tiene que ver con su origen. Los tres surgen tras un período de gran incertidumbre y crisis y se reflejan en la Grecia clásica (Platón, la democracia ateniense, las ideas filosóficas y la cultura natural...) como en un espejo. Se puede afirmar que buscan ser corrientes revitalizadoras con un profundo carácter positivo, donde el amor por el hombre y la naturaleza y su sinergia son bienes fundamentales. Al que se oponen tanto el luteranismo como las revoluciones burguesas y proletarias derivadas de la mistificación de la Razón en contra del Ser trascendente.
 
El primero de ellos, el cristianismo hunde sus raíces en una particular síntesis de las enseñanzas del judaísmo y el neoplatonismo que se encuentran en el Mediterráneo oriental. Tan peculiar cruce de herencias da lugar a un primer movimiento de carácter universalista y vocación humanista donde las diferencias étnicas se pretenden abolir en base a una doctrina soteriológica basada en el concepto de un mundo más allá del presente inmediato. A pesar de las primeras persecuciones por parte de los dirigentes del Imperio por ser un movimiento revolucionario y subversivo, la simplicidad del mensaje del crucificado, sois todos iguales ante Dios, consigue traspasar las fronteras nacionales y consolidarse como religión oficial de Roma. El cristianismo complementa la latinización de los pueblos conquistados otorgando un sustrato ideológico que impulsa la identidad común romana que servirá de base a la identidad común europea.
 
Más tarde el humanismo renacentista de los siglos XV y XVI fue el origen de la necesaria renovación interna que la Iglesia Romana, uno de los más importantes poderes terrenales de la época, vivió intensamente. De él bebieron los cambios políticos que se produjeron en toda Europa y provocó el paso de los regímenes feudales a las nuevas monarquías absolutas. El ejemplo de Carlos V ilustra perfectamente este hecho puesto que su visión imperial combina el nuevo pensamiento internacionalista con la necesidad de un gran gobierno preocupado por todos los ciudadanos que conforman el territorio imperial. La ampliación de las fronteras, tanto físicas como mentales, hacen del ciudadano del siglo XVI un individuo con un horizonte de posibilidades insospechado tan solo un siglo antes. Es de destacar la importancia del Cardenal Cisneros, figura regente en la corona de Castilla antes de Carlos V, y que ayuda a configurar el nuevo orden estatal que permite al emperador una toma del poder en las condiciones precisas para mirar más al esperanzador futuro que al glorioso pero problemático pasado. Pero un nuevo oscurantismo se apodera del timón del tiempo y el último gran cisma cristiano que impulsan los autodenominados reformadores establece las líneas de funcionamiento de Occidente por los siguientes siglos.
 
El último gran movimiento cultural de envergadura y consecuencias aún presentes es el Romanticismo, o Idealismo alemán. Con él se completa el movimiento intrahístorico que recorre Roma, Castilla y concluye en la Prusia del XIX y se reúnen de nuevo los ejes que han aportado más al viejo continente: la superficialidad mediterránea y la profundidad centroeuropea. Asumidos los cantos de libertad y fraternidad que inundan la Europa burguesa de los siglos XVIII y XIX se produce el verdadero salto metafísico necesario para avanzar en la conclusión del proyecto europeo. La Ilustración francesa es solo el aperitivo de la verdadera Ilustración que seguidora de Kant funda una nueva filosofía. Holderling vuelve soñador la mirada a la Grecia Clásica de la que todo fluye, y sus vástagos repartidos por todo el territorio susurran la buena nueva. La vida natural está por volver, y ni siquiera todos los desarrollos tecnológicos y las mentiras del progreso material pueden ocultar este hecho.
 
Hacia el futuro
 
Ahora que parecen haberse agotadas las vías previas y que es preciso tomar, más bien retomar, una vía de regeneración tal y como previamente se ha hecho en otros momentos de necesidad. Una gran parte de la cultura que nos ampara ha visto claramente agotada su potencia de desarrollo, no confundir con progreso, y nosotros, los europeos, nos debemos un ejercicio de orden y limpieza. Es precisa una suerte de poda para que las vías más válidas y honradas de nuestra tradición ancestral que aún podamos rescatar del entramado crezcan y se reproduzcan con vigor para que el futuro sea el espacio que históricamente se ha deseado con tanto ahínco y anhelo.
 
Considero que es uno de los roles que nosotros, los que estamos unidos al hecho del pensamiento, el señalar y discutir dichas vías y, como una suerte de amantes jardineros cuidar y proteger su crecimiento y desarrollo. Occidente y la humanidad entera han sido testigos de cómo las cosas se han hecho bien en el pasado y que los beneficios que se obtuvieron fueron válidos y perduraron. Necesitamos aceptar el reto que se nos ha puesto enfrente y, con el poder que nos otorga la tradición, ayudar a construir ese mañana mejor. Un tiempo que ha de venir y que superará este presente que vivimos y del cual muchos reniegan asqueados. No todo tiempo pasado fue mejor, aunque tal dicho se ampare en cierto sentido común, pero si que han habido momentos como los citados que nos han de servir de inspiración y esperanza.

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