Ver para creer. Los intelectuales de izquierdas han descubierto a Darwin. Desde los medios más proclives al viejo marxismo, se desentierran los huesos de Darwin para lanzarlos contra una supuesta derecha anclada en el inmovilismo, en la negación científica y en el creacionismo. ¿”El origen del Hombre” contra el Antiguo Testamento? No: es fruto de la conveniencia. Esa izquierda es tan alérgica al darwinismo que en los años 70 despreciaba a los darwinistas y a todo el que proclamase que los humanos somos diferentes por naturaleza.
DANIEL GIRÓN
Los intelectuales de izquierdas aman a Darwin. Ahora, claro. Desde los medios de comunicación donde se suele refugiar la izquierda española, se resaltan las gloriosas páginas de Darwin donde demostraba que el hombre venía del mono. A propósito de la polémica nacida recientemente por unas palabras del Arzobispo de Canterbury que defendía el creacionismo frente al darwinsimo, esto es, que venimos de Adán y no del mono, la izquierda se ha convertido en una defensora de la selección natural de las especies y del origen simiesco de la humanidad.
Ya se sabe que el creacionismo es una corriente que ha renacido en las últimas décadas en EEUU y que pretende defender en las escuelas norteamericanas que Darwin no tenía razón. Hubo una intervención divina en la creación de la humanidad. Esta corriente ha saltado el charco y ahora empieza a tener algunos seguidores en el continente europeo. Y aquí es donde entran en escena ciertos intelectuales progresistas que, con tal de atacar a las creencias de cierta derecha, asaltan las librerías y esgrimen los libros de Darwin como si fueran el Libro Rojo de Mao. ¿La izquierda, darwinista?
Vayamos a las hemerotecas. Desde muy antiguo, pero especialmente en el siglo XX, el marxismo ha tenido una postura muy ambigua con Charles Darwin. Es cierto que Marx quedó maravillado de la obra del científico inglés, porque venía a dar pilares a la “lucha de clases” y a echar por los suelos algunos fundamentos de la religión cristiana. Pero luego, los países comunistas aborrecieron el darwinismo porque lo consideraban contrario a la idea de la igualdad humana. La Unión Soviética montó la pantomima de negar la creencia en la selección natural del más fuerte y la herencia de los caracteres innatos, promoviendo las estrafalarias teorías de Trofim Lysenko, un científico empeñado en retroceder en la historia de la biología y que sostenía, como Lamarck, que a los renos les salían cuernos de pelearse unos con otros.
Cuando la izquierda condenaba a Darwin
En la segunda mitad del siglo XX, las universidades europeas dominadas por los marxistas, rechazaban con alergia cualquier mención al darwinismo e incluso usaban el término “darwinismo social” para calificar a esa brutal selección de los mejores sobre los más débiles. La palabra “genética” estaba prácticamente prohibida en los círculos universitarios e intelectuales hasta que poco a poco, los descubrimientos han demostrado que, en buena medida, somos seres preprogramados genéticamente.
La inmensa mayoría de los libros de texto escolares en España, redactados desde hace décadas por profesores de izquierdas que han vivido de espaldas a la ciencia, siguen ignorando los avances científicos en materia de genética que dan la razón a los postulados selectivos de Darwin.
Pero ahora, dado que se ha convertido en una forma de atacar a la Iglesia, los mismos marxistas comentan encantados las teorías de Darwin, y se alegran de que una editorial haya comenzado a editar los textos del naturalista inglés empezando por “La fecundación de las orquídeas”.
¡Qué extraño! Con la cantidad de editoriales marxistas que proliferaron en este país en los años setenta, a casi ninguna se le ocurrió editar los libros aún no traducidos del británico. Todo lo contrario: editaban libros donde se criticaba a los neodarwinistas, a los etólogos como Lorenz por tratar de explicar los fundamentos de la violencia animal, e incluso a Edward O. Wilson, profundo darwinista y padre de la sociobiología, una ciencia “maléfica” basada en comparar las sociedades humanas con las animales, y que producía sarpullidos notables en los lóbulos cerebrales de los marxistas. Científicos de la talla de Dawkins, Eysenck, y hasta el Nobel Watson, uno de los descubridores de la doble hélice, eran denostados. Incluso cuando éste último proclamó que existían diferencias entre las razas, se alegraron de que fuera expulsado de la Universidad de Harward.
De modo que estamos ante una nueva máscara de los intelectuales marxistas, anticientíficos por naturaleza en lo que refiere a los avances de la biología. Esta vez utilizan como arma el darwinismo sólo por el placer de combatir las creencias religiosas, o más bien, las de ciertos integristas cristianos. Se burlan de que no se puede creer al mismo tiempo en el simio y en la intervención divina del primer hombre. Pero no dicen nada de que su religión, el comunismo, ha sido durante décadas, y lo sigue siendo, una de las grandes manipuladoras de la ciencia. Ahora son ellos los que creen en la igualdad natural y en la selección de las especies al mismo tiempo. Gran contradicción.