En España y otros lugares del mundo es habitual, año tras año, la emisión de un programa televisivo que hace furor en la audiencia. Este programa es Gran Hermano. El susodicho “reality show” toma su nombre de la famosa novela orwelliana 1984, en la que una dictadura totalitaria vigila a los ciudadanos, interviene en su vida privada y anula su libertad.
En este contexto, el Gran Hermano televisivo nos ha mostrado la vida real de la juventud española, sus sentimientos, aspiraciones, sus fobias, sus complejos, su moral, su forma de relacionarse entre ellos. Evidentemente, la muestra no es algo estrictamente real, pues los concursantes son analizados psicológicamente para la convivencia y para dar lugar a situaciones más o menos controladas.
Yo no voy a entrar en la valoración de este tipo de programas, ni en los principios de la juventud española. Lo que sí voy a hacer es comentar una curiosa situación creada en la última edición, la que aún esta emitiéndose.
En esta edición, para el fomento del buen rollito y el progresismo tolerante, han sido introducidos, entre otros, dos jóvenes de distinto estereotipo: uno es un joven senegalés de raza negra llamado Abdalla y otro es un joven transexual llamado Amor.
Estos dos concursantes han elevado la temperatura de la casa. Estas supuestas victimas de los prejuicios expresan libremente y sin tapujos lo que piensan escudados en su propia situación, ante la atenta, callada y atónita mirada de España entera.
El senegalés, conversando con sus compañeros, comenzó diciendo que había "más maricones en el mundo que nunca", y siguió diciendo: "los gays fallan el sistema", "los gays son un contrapeso para Dios". El senegalés concluye: "están destruyendo el mundo y si se acaba es porque hay muchos gays". El senegalés contó que de niño había tenido una situación traumática con un gay: "un día estaba montado en el autobús para ir a rezar y un gay se me puso al lado. Empezó a acercar su mano a mi paquete y yo me echaba para atrás creyendo que no había sitio, al final llegó a correrse el tío antes de que yo le mandara a tomar por...".
Mientras, el transexual Amor ha sacado su racismo latente al exterior: "puto negro de mierda", " yo Amor, tu chita", "eres lo que mas se acerca al mono", “el jodido maricón la lengua que tiene…”, “eres un gorila”.
El lobby gay esta que echa chispas y hace campaña contra el senegalés; los antirracistas hacen campaña contra el transexual. Esto es la monda.
Recuerdo hace años el escándalo de Pim Fortuyn, un homosexual que revestido de esa condición decidió liderar un partido antiinmigración en Holanda, que defendía, entre otras cosas, el cierre de las fronteras, la salida del acuerdo de Schengen y de muchos Convenios de las Naciones Unidas, la eliminación de las grandes concesiones holandesas en materia de subsidios y la marcha atrás en la liberalización de las drogas. Ante este tipo el sistema se quedo sin armas, pues él estaba orgulloso de su homosexualidad y pertenecía a una de esas minorías desprotegidas y políticamente correctas. Pudo llegar a ser primer ministro, pero alguien lo asesino poco antes de las elecciones.
¿Cual es el trasfondo de todo esto? Las brechas espontáneas y las contradicciones que se crean en el pensamiento débil de la modernidad, contradicciones que, en un momento dado, pueden dar lugar a las agresividades más brutales. Por muy artificial, racional y estudiado que pretendas crear un determinado ambiente, el ser humano y la sociedad no son matemáticos, y pueden dar sorpresas a sus supuestos controladores. Como decía George Orwell en 1984, “La cordura no depende de las estadísticas”.