Nuestro director, Javier Ruiz Portella, acaba de publicar este nuevo y sorprendente libro: una estricta biografía (es decir, todos los hechos esenciales son rigurosamente ciertos y documentados), pero escrita de forma novelada.
De lo que se trata no es sólo de la figura de esa mujer extraordinaria que fue Margherita Sarfatti. Se trata igualmente del régimen del que fue a la vez "musa" y víctima. Se trata de ese fascismo (pero ¿por qué el autor lo llama "primer fascismo"?; ¿acaso hubo dos?) cuyo trasfondo —su aire, su ambiente, sus ilusiones, sus aberraciones...— impregna todas las páginas del libro.
Éste también incluye un pliego de ilustraciones de los principales pintores del Novecento italiano, esa gran corriente de una pintura que, rompiendo con las derivas del vanguardismo y sin retomar los cauces del clasicismo, fue auspiciada con todas sus fuerzas por Margherita Sarfatti.
El libro se abre con un gran prólogo de Hughes ("Sarfatti es Fiume, no Salò", escribe condensándolo todo en tres palabras), y es este prólogo el que reproducimos hoy para los lectores de EL MANIFIESTO.
El reciente auge del feminismo ha deparado el rescate, no pocas veces subvencionado, de mujeres eminentes y no tan eminentes que la historia decidió olvidar. Una arqueología de lo femenino que no alcanzará a Margherita Sarfatti, por razones obvias, y que viene a remediar en España este libro de Javier Ruiz Portella.
Quien haya leído al autor, inquieto corresponsal español de la Nouvelle Droite, entre otras cosas, y habitual en las solitarias garitas del disidir, encontrará en el libro una reminiscencia, el recuerdo de algo que le atañe y que toma la forma de la afinidad.
En la encrucijada de la política y el arte, Sarfatti invierte los términos habituales de la relación: la política ha de dirigirse a la belleza, que no es simplemente lo bueno, ni lo útil, ni lo verdadero sino antena a lo divino, tanteo hacia otro orden. Esto satisfaría una necesidad humana primaria que tras la nietzscheana muerte de Dios ha quedado olvidada: lo sagrado. No sólo pan, pues, daría su ideal fascismo artecrático, sino belleza; pan y belleza. Sentido. Inquietud que aparece alguna vez en las reflexiones del autor, una de las pocas personas en España que hablando de política se acuerda aún de la belleza.
La novelización de lo biográfico que bellamente escribe Ruiz Portella permite entrelazar, como si se tratara del guion de una película, la relación sentimental de Sarfatti y Mussolini con la evolución del régimen fascista. Margherita, moldeadora, musa pigmaliónica, biógrafa, speechwriter y publicista del Duce, es quien antes observa el inicio del desmoronamiento, la hybris desatarse... La traición entre los dos, si de traición cabe hablar con los apetitos de Mussolini, es antes que nada una traición a los principios compartidos. Ella acabará siendo, como otros tantos judíos italianos, víctima de las leyes raciales.
Así, dirán de Sarfatti, ayudó a crear la bestia que luego sufrió, y ese lado de víctima suyo, el único que puede traerla a lo contemporáneo, permanecerá en el silencio y en el misterio porque lo que pudo decir no lo dijo, y no hay rastro de las más de mil cartas que Mussolini le escribió. Dejó, pese a todo, textos suficientes como testimonio. Nadie mejor que una mujer para observar, desde una distancia distinta, la degeneración de un hombre.
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Sucede algo curioso con este libro. La Sarfatti es un vehículo único para entender esos años italianos y a Mussolini, pero con la lectura sobreviene la impresión de que la interesante es ella. Preferiríamos conocer del todo su visión del mundo y de la vida, como una Madame de Staël en el período de la técnica, profundizar en su condición de pionera en la crítica del arte, de mujer en un mundo de tan fanático machismo, pero siendo poeta, muñidora, embajadora informal, biógrafa, forjadora del mito y escritora —al parecer, también en nuestra lengua—, Sarfatti queda como musa de Mussolini, aunque una musa autora, creadora, influyente hasta donde pudo ser influida una naturaleza como aquélla.
La lectura del libro deja zumbando en la mente la curiosidad por la mente de Sarfatti. Querríamos conocer más sobre su pasión discordante y tercerista por el clasicismo moderno, el retorno al orden de las vanguardias, su rechazo, a la vez, del neorrealismo cinematográfico y de la abstracción desenfrenada; las razones de su germanofobia o su visión de la democracia americana.
Una inteligencia como la suya tuvo que conocer, con exactitud, "cuándo se jodió el Perú" y tuvo que extraer conclusiones políticas sobre la necesidad de la libertad, el lugar de las élites o los límites psicopáticos del poder... La inteligencia política y sensitiva de Sarfatti aprendió en su carne la naturaleza del poderoso y el efecto del poder en el organismo, la voluntad, la sexualidad, el espíritu... ¿No vio nacer ella la patocracia? También, por su propia experiencia, el lugar que el intelectual o el filósofo (a su modo lo fue) ha de tener en la política.
¡Hay tanto en Sarfatti que se fue con su silencio!
Lo que nos queda, arte aparte, son sus artículos argentinos y su libro sobre Estados Unidos, un libro interesantísimo que debería traducirse y en el que se intuye una innegable actualidad. Se pregunta por el futuro de Occidente en esa sociedad del melting-pot. Lo hace en unos términos, además, que algunos encontrarían seductores... Sarfatti podría ser neomusa, pero eso sería, casi con toda seguridad, sacarla un poco de quicio y contexto, así que no demos ideas... Ella es tan inteligente que en Estados Unidos lo que ve es pasado, entiende que el país conserva aún vivas las tradiciones y raíces de los europeos que llegaron; tan clara es su mirada que percibe bien las diferencias entre la América protestante y la hispánica. ¡Qué mujer extraordinaria!
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Amante instantánea del jazz, se deja contagiar por esa música y valora lo unitivo de ella, su «exaltación unánime». ¿Qué, si no una unidad, una unidad remediadora, espiritual y elevadora, buscaba su fascismo culturizante? ¡Nada que ver con la unidad del puño tiránico!
Al acabar el libro, todo nuestro interés está en ella, en lo que fue, lo que pudo ser y lo que ahora sería. Su misterio aumenta y, muy al contrario, sentimos un pereza inmensa por Mussolini y su degenerada megalomanía. ¿Nunca la vio ella, no sintió la frialdad monstruosa (ella diría «germánica»)?
Sarfatti es Fiume, no Saló; es la indagación primera en el equilibrio entre espíritu y materialismo; es mucho más y entre tantas cosas... ¿no fue, por su influencia, una de las mujeres más importantes en la política de ese tiempo?
Cuando rompe con Mussolini, el final parece escrito, como en las películas de boxeo cuando el campeón olvida sus orígenes. En un sistema político donde los pocos, muy pocos o uno solo, el tirano, han de regir la masa, ¿cómo prescindir de su consejo o su influencia? ¿Quién si no ella, con su instinto, puede descubrir en los salones la grandeza, la inteligencia, el talento o las potencias de la personalidad? Los expertos y estudiosos casi podrían extraer de aquí una ley política: si han de mandar las élites, su renovación no conflictiva necesita de quien pueda localizarlas, intuirlas. Ese componente intelectivo, platónico y sensual, quizás naturalmente femenino, parece un elemento paretiano más. Eso es ella, ¡hembra y dispositivo paretiano!
El fascismo de Sarfatti se quería «aristocracia democrática», pero el fascismo realmente existente se olvidó de la democracia y por supuesto de lo aristocrático. "Jerarquía siempre abierta" debía ser, pero ¿cómo se renueva una jerarquía? Esa apertura era ella, estaba en ella, captadora y aglutinadora de artistas, como alguna vez se sintió Mussolini, "artista de la decisión".
El lector que haya llegado hasta aquí sabrá perdonar las torpes e inconexas formas que ha adoptado este ruego: devore el libro en confianza. Al final encontrará, vivos en ella, la recompensa del misterio y la curiosidad.
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