Después de leer algunas crónicas sobre la gala y entrega de los Reconocimientos al Arte Contemporáneo, el pasado 14 de febrero, en el Centro Reina Sofía de Madrid, dos certezas permanecen en mi ánimo: el arte contemporáneo se celebra siempre a sí mismo con espectáculos acordes a su valor, y la gente que se mueve en aquellos ámbitos (incluidos, por supuesto, los artistas), empeñan la mayor parte de su actividad en esculpir una vida social tan voraginosa que, ciertamente, no sé de dónde sacan tiempo para dedicarlo a la creación. Aunque también puede ser que sus obras no requieran una especial aplicación, el esmero, minuciosidad, reflexión y horas de trabajo que necesita, pongamos por caso, un novelista para acabar los doscientos primeros folios de su manuscrito. Quizás el arte contemporáneo sea expresión súbita y casi instantánea, un poco volcánica, de cierto estado de ánimo entre ferviente e iluminado, el cual propicia obras repentistas que van de las musas al lienzo (o al soporte que corresponda), en menos de lo tarda un cristiano en santiguarse. A tenor de los adefesios que se perpetran por ahí y de las estupideces que se proclamaron en la famosa entrega de los RAC, esta última parece ser la explicación más plausible.
Hace ya algunos (muchos) años, un pintor dadaísta me hizo el siguiente reproche: "Los novelistas sois una panda de fatuos porque con cuatro folios y un bolígrafo montáis la batalla de Waterloo, mientras que los artistas plásticos necesitamos medios ingentes para representar y dar aliento a un detalle de esa misma batalla". Tenía razón el buen hombre. Dejando aparte el hecho axiomático de que un pintor dadaísta nunca empeñaría su talento en reproducir detalle alguno de Waterloo, tenía razón. Pero tampoco falta razón a quienes mantenemos que el acopio y uso de innumerables y costosos materiales no pueden suplantar el esfuerzo y pulcritud (y el tiempo, de nuevo el tiempo), que un autor necesita para ofrecer una versión digna, al menos digerible, de su obra. Verdad es que con cuatro folios y un bic se puede organizar la retirada napoleónica de Rusia, pero se necesitan además unos cuantos años de oficio, treinta, cuarenta, cincuenta, para alcanzar la maestría necesaria yconducir aquellos ejércitos a lugar seguro con el menor daño posible. El arte contemporáneo (que de arte suele tener el nombre y de contemporáneo la presunción), tiende a complacerse en una alegre renuncia de las formas y una insensata exaltación de los medios y la personalidad del artista. No es necesario tener talento sino aparentarlo; es mejor llamar la atención que ser innovador y aportar algo que merezca la pena; lo importante no es el resultado sino el metaresultado, no lo que se ve sino "lo que se quiso que se viera". El arte contemporáneo, en su penosa mayoría, es un compendio de ruidosas intenciones y, lamentablemente, espantosos finis coronar opus.
Todo lo cual no tendría la mayor importancia si no fuese porque luego nos toca a todos sufrir ese cúmulo de ocurrencias majaderas. Y sufragarlas, claro está. No hay quien escape de ellas. Si usted toma su coche y da una vuelta por su ciudad, cuidado con las rotondas embellecidas con cargo a los presupuestos municipales. Si las administraciones públicas gastasen en promocionar y sostener el sector del libro una centésima parte de lo que dedican a la factoría de adefesios plásticos, el escándalo sería de portada de Interviú. Pero nunca pasa nada porque estamos en España, afortunadamente para unos y desgraciadamente para otros.