Las clases laboriosas y la izquierda

No sería extraño que cualquier día de estos salga El Coletas a la palestra del Parlamento y proclame que las clases laboriosas han sido descarriadas por un fantasma que recorre Europa: la derecha populista.

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A principios de los años 30, un cierto José Antonio Primo de Rivera advertía acerca de "las clases laboriosas, hoy descarriadas por el marxismo", y de cómo su movimiento las quería de vuelta a una causa patriótica y de justicia social cristiana. "Los obreros son la sangre y la tierra de España", "no son nuestros enemigos". Lo repitió en infinidad de ocasiones.

No sería extraño que cualquier día de estos salga El Coletas a la palestra del Parlamento y proclame que las clases laboriosas han sido descarriadas por un fantasma que recorre Europa: la derecha populista.

“El obrero tira de bocata, litrona y tabacazo mientras hace comentarios sobre la densidad de la humedad de las bragas de las viandantes macizas y canta a grito pelado el Porompompero”, escribía Sánchez Dragó a principios de los años 90. 

Podía ser, pero es que ahora viene un burócrata izquierdista y le deglute la mitad del bocata de mejillones, le prohíbe fumar la faria y como haga el menor comentario sobre una viandante maciza le mete en la cárcel.

No digamos ya cantar el Porompompero. El buen obrero podemita no puede cantar esas cosas sino “El abuelo picador en la mina” y cosas así.

Por supuesto, también se le prohíbe ir a los toros, y en su lugar tiene que ir a ver la progredumbre del cine español. Obligatorio.

Que ni se le ocurra ir a misa porque le asaltan en el templo unas hípsters histéricas en pelota picada amezándole con hacerlo arder, cómo si ya no fueran suficientes las metafóricas llamas del Averno metafóricas con las que asusta el señor cura.

Tampoco puede el obrero pasear tranquilamente por el centro de la ciudad, porque está tomado por legiones de locas durante una semana.

También le arrancan aquella entrañable chapita metálica con una casita y unas flechitas que adornaba desde siempre el portal de su hogar.

A sus hijos los asaltan unos navajeros panchitos en el parque. Como se le ocurra protestar, los “compañeros” de izquierdas le pueden meter en la trena. Pero lo hacen por su bien: para que no sea “racista”.

Le obligan los buenos chicos de morado a meter en su casa a un “ciudadano subsahariano” a quien sería bueno, quizá, que ofreciera a su señora y a su hija, como si fuera un esquimal, ya que los ciudadanos subsaharianos tienen sus “urgencias” y hay que ser solidario con ellos.

Le instalan una mezquita debajo de su casa y tiene que escuchar al muecín cinco veces al día.

Es que los buenos muchachos de morado estuvieron de solidarios en una ONG en un país norteafricano, y la llamada a la oración a la caída de la tarde les parecía tan mágica y evocadora que consideran preceptivo que cada trabajador de Estepaís tenga un muecín junto a su casa.

Hoy ya no hablan los buenos izquierdistas de “clases laboriosas”, ni de “clase obrera”, ni de “las masas”, sino de “las clases populares”. Y están muy enfadados con ellas porque votan a Madame en el país vecino, y les preocupa el posible efecto de contagio.


 

Aquí se puede ver a unos descarriados proletarios de la derecha populista sueca haciéndoles saber a los pijoprogres de un barrio igualmente progre y pijo lo maravillosa que es “la sociedad multicultural” promovida por progres y oligarcas, así como el canto del muecín del que dichos proletarios disfrutan diariamente en su barrio.

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