Heterodoxia

Compartir en:

Siempre he tenido la impresión de que a quien no haya sabido escuchar o no haya querido entender a Manuel Ruiz Amezcua a la primera, no merece la pena insistirle. Su (forzosa) heterodoxia implica un compendio tan claro y tan sencillo como llamar a las cosas por su nombre. Ignorar su voz y enredar se destinan a significado semejante. Por ese motivo, muchos creen que Ruiz Amezcua es una voz “única”, “excepcional”. Se engañan. Toda voz literaria es única y excepcional. La gran virtud de la cultura de masas consiste precisamente en igualar voces y criterios, que nadie destaque, que nadie replique. Que nadie sea otro impensado, o mucho peor: imprevisto.

Si, como decía Ortega y confirmaba Gasset, la política y la cultura son la superficie de la historia, no queda otro recorrido para la creación artística en general y la literatura en particular que clamar en lo profundo de esa realidad inmediata, la que justo por su abrumadora presencia obnubila nuestra capacidad para ver y sentir “más allá de las cosas”. Desde este punto de vista (si hay otro que alguien me lo presente, yo encantado), hablar de heterodoxia literaria es un pleonasmo grande como el Panteón de Gallegos Ilustres. La literatura, por definición, es heterodoxa o no es nada; o todavía peor: se degrada hasta la propaganda. Ejemplos del malentendido hay muchos: la literatura “para entretener”, la literatura “comprometida”, “para concienciar”, ese híbrido entre el cotilleo y el aderezo naif que algunos editores titulan “historia novelada” y otros ingenios, a cual más autocomplaciente y convencido de su relevancia, como aquel loro flaubertiano que moría de inmodestia, satisfecho por la atención con que el desierto escuchaba su graznido. Empero, no estoy en contra ni me parece mal que numerosos autores y legiones de lectores se encuentren tan cómodos, tan como en casa, arañando la superficie de la cultura, mas sería conveniente, de justicia, poner a cada santo su milagro y no los del vecino en el calendario: una cosa es la taquilla y otra el espectáculo; pues pasar por taquilla, acompañado de jubilosas multitudes, es poco mérito en el arte aunque luce mucho en el fútbol (otra cultura en la superficie de lo vano y entretenido, según se mire).

Me acudían estas reflexiones al santiscario, otra vez, hace breves fechas, cuando llegó a mi domicilio la impresionante reedición que Galaxia Gutenberg ha publicado de “Lenguaje tachado”, de Manuel Ruiz Amezcua. Otros poetas y críticos, escritores y gente del oficio, han llegado más lejos, mucho más lejos. Incluso han conseguido perfección en el salto inverosímil desde la modesta engañifa de la cultura de masas al simpático momio de la política. Pero ninguno, que yo sepa, ha conseguido que su obra completa (poesía, artículos, ensayos), haya sido publicada por una editorial del prestigio y exigencia de ésta que, desde hace un par de años, se ha volcado con la obra de Manuel. Y, desde luego, muy pocos autores implicados sin reservas con la tradición literaria española y con esa tendencia (tan española igualmente), de llamar pan al pan y vino al vino, lograron que sus escritos figuren en catálogo junto a clásicos como García Lorca, Blas de Otero, José Ángel Valente… Todo lo cual devuelve a Galaxia Gutenberg, lo admito, cierta presunción de heterodoxia. Y convierte a Manuel Ruiz Amezcua en algo que, por principio y mera lógica, no se puede ser: una voz excepcional en los páramos de la mediocracia intelectual española. Con perdón.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar