La lucha entre patriotas y apátridas mundialistas

Por qué Le Pen no ha ganado en Francia

El pasado 1.º de abril (día de los Inocentes en muchos países europeos), nuestro colaborador José Vicente Pascual publicaba en su propio Blog de este mismo periódico, "Lejos de Ítaca", el artículo que seguidamente reproducimos modificando el tiempo verbal de su titular. Hoy ha quedado claro que no se trataba desgraciadamente de ninguna inocentada.

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El pasado 1.º de abril (día de los Inocentes en muchos países europeos), nuestro colaborador José Vicente Pascual publicaba en su propio Blog de este mismo periódico, "Lejos de Ítaca", el artículo que seguidamente reproducimos modificando el tiempo verbal de su titular. Hoy ha quedado claro que no se trataba desgraciadamente de ninguna inocentada.

 

Wilders no ha perdido las elecciones en Holanda por ser “un ultraderechista islamófobo”. Ha perdido por conjurar en torno a su candidatura el peor de los temores de las clases medias: la incertidumbre. Ha perdido las elecciones por convertir, de facto, su concurrencia en las urnas en un referéndum sobre la permanencia de Holanda en la Unión Europea. Después del brexit, todo el monte no es orégano.

Se equivoca igualmente Marine Le Pen al plantear las próximas elecciones en Francia como un pulso entre los conformes con lo establecido y los que están deseando romper la baraja. Francia no es el Reino Unido (históricamente obligado, abocado a la diferencia con el resto de Europa); Francia no es Grecia (ni falta que le hace). Las clases medias francesas son las más medrosas del continente; promételes ruptura con “los elementos ideales de la realidad” (como la UE) y el fracaso es seguro; si unimos a esta desbandada electoral otro puñado de votos procedentes de la inmigración (de segunda, de tercera, de cuarta generación), ¿qué queda? Quedan la clase obrera, los patriotas y los desesperados. Pero esos no hacen mayoría. Hacen minoría.

La Unión Europea es un monipodio donde los plutócratas de todos los colores se reparten el continente y los ecologistas cobran suficientes dietas para salvar tres mil delfines al día. Pero en el imaginario común europeo (si existiere), es un elemento ideal de la realidad. Podría funcionar mejor (funcionar, no ser, como es ahora, una herramienta disfuncional al servicio de la aniquilación de Europa); pero fuera de la Unión, ¿qué hay? No hay nada más candoroso (y peligroso) que pedirle a un pequeño burgués que abandone su espacio de confort y se asome al vacío.

Se equivocan, y es lamentable. En el “ahora o nunca” en que nos encontramos, “nunca” es demasiado tiempo, demasiado tarde.

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