Sólo la Casualidad impidió que el terrorista se cargara a todos los pasajeros del AVE francés

La mayor de las Casualidades

La Casualidad se las ingenió para que fueran tres y estuviesen además tan bien adiestrados como para dominar sin armas y con toda la sangre fría del mundo a un tío armado con ametralladora, pistola y puñal.

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No cabe duda, ha sido una Casualidad, pero con mayúscula : una gran, enorme y, sobre todo, felicísima Casualidad. Sin ella…

¡Tranquilizaos, buenas gentes! ¡Que no cunda el pánico! A punto estuvo el terrorista del AVE francés de cometer una ingente masacre, pero afortunadamente ahí estaban dos valientes soldados norteamericanos (más un jugador británico de rugby): en el lugar preciso y en el momento adecuado. Si no, la habrían palmado los 544 pasajeros del AVE Amsterdam-París, así como la valiente tripulación que corrió a encerrarse bajo siete llaves y no abrió la puerta a un solo pasajero. Ni uno habría quedado a salvo, pues eran varios centenares de balas lo que el terrorista moro (palabra que las autoridades intentaron evitar al comienzo) tenía en sus cargadores.

No sólo los ángeles de la guardia estaban ahí en el momento oportuno y en el sitio adecuado, sino que además eran tres. De haber sido menos, el terrorista hubiese tenido bastantes posibilidades de escabullirse y emprender la matanza. De nada le habría servido a la Casualidad enviar tan sólo a uno o dos de los numerosísimos soldados estadounidenses que, como es bien sabido, se la pasan viajando y haciendo turismo por Europa. Pero no, la Casualidad se las ingenió para que fueran tres y estuviesen además tan bien adiestrados como para dominar sin armas y con toda la sangre fría del mundo a un tío armado con ametralladora, pistola y puñal, cosa que difícilmente hubiese ocurrido si la Casualidad se hubiera limitado a enviar a unos soldados corrientes y molientes.

La verdad es que la Casualidad bordó su trabajo. Porque, además, no se quedó ahí. Hubo un tercer elemento, ¿no lo veis, buenas gentes? Vamos a ver, pensad un poco, ¿para qué os sirve, si no, esa cosa que a los yihadistas tanto les gusta cortar? Toda la prensa, es cierto, ha dado la noticia, pero nadie la ha relacionado con las otras dos grandes contribuciones de la Casualidad. Resulta que el terrorista del tren era perfectamente conocido por los Servicios de esa cosa que no se sabe por qué llaman “Inteligencia”. Unos inteligentes Servicios que también conocían muy bien —es otra Casualidad— a todos los terroristas que se han dedicado estos últimos tiempos a expandir el Terror en Francia (todos pertenecientes a la etnia y a la religión que las autoridades galas no les gusta precisar). Al del viernes pasado también lo conocía muy bien la Inteligencia española, de cuando estuvo traficoteando droga por Madrid y Algeciras. Los Servicios franceses, por su parte, sabían muy bien que el morito había estado recientemente en Siria, país en el que un cierto Califato organiza, mediante abundantes cortes de testas, la yihad contra el infiel.

Pero la Casualidad —negativa en este caso— hizo que, aun disponiendo de tales informaciones, las fuerzas de seguridad no lograran impedir que el terrorista se les escapara de su celoso control y acabara encontrándose con dos soldados norteamericanos y un jugador británico de rugby en el momento preciso y en el tren adecuado.

Fue una Casualidad, os lo aseguro,  buena gente. La mayor de las Casualidades jamás producida en la lucha por vuestra sobrevivencia.

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