Esperanza Aguirre promueve un Bachillerato de élite

Los burros rebuznan airados

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La Presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, acaba de anunciar la creación de un Bachillerato de Excelencia, consistente en una escuela piloto que albergará a aquellos alumnos que hayan alcanzado las mejores calificaciones.

Los elegidos estudiarán en   un centro exclusivo, al que la Consejería de Educación ya le está buscando ubicación en la ciudad de Madrid, por motivos de comunicación y accesos. El centro, que funcionará el próximo año sólo con los alumnos de primero de Bachillerato, como «experiencia piloto»,  podría contar con dos clases para la especialización de Ciencias y otras dos para Humanidades, con una media de 40 alumnos por clase, hasta un total de 200 alumnos. Habrá un director y unos profesores especiales, es decir, con un nivel académico a la altura de las expectativas de los alumnos.

 ¿Qué reacciones está suscitando tan innovadora y estimulante medida?
 
Las que eran de esperar. Por un lado, la progresía ha puesto el grito en el cielo. El PSOE habla, por ejemplo, de “una inaceptable segregación”. El igualitarismo —es decir, la nivelación por abajo— sigue siendo su santo y seña, su aspiración más profunda, convencidos como están de que las diferencias de nivel intelectual se derivan exclusivamente de la “explotación-que-sufren-las-masas-populares” y que, en cualquier caso, la mejor manera de que desaparezcan las desigualdades es cargándose la educación como tal (como así está haciendo la ESO) y haciendo que los más desfavorecidos sean, precisamente, los alumnos mejor dotados, más capaces, de las clases populares.
 
Pero no sólo la izquierda ha reaccionado así. Tampoco se ha notado un particular entusiasmo en la derecha en general (total, las diferencias entre ambas son tan pequeñas…), temerosa sin duda de soliviantar a los menos intelectualmente dotados (utilicemos tal eufemismo) de sus votantes.
 
Y si uno consulta los comentarios de los lectores en un periódico como “El Mundo” constatará también que la mayoría están radicalmente en contra de estas elitistas medidas.
 
Y lo son, efectivamente: profundamente elitistas. Y por eso las saludamos. Porque sólo el elitismo —para todos, para todos los mejores: cualesquiera, eso sí, que sean sus ingresos y su extracción social—, puede salvarnos.
 

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