Stalinlandia

Este malvado, este Beria, este Yagoda mongoloide pretendía copiar los planos de... Terra Mítica.

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Leo en El Mundo del 25 de septiembre que el embajador de Corea del Norte, vecino de Zapatero y asiduo a las reuniones del colectivo del PCPE Las trece rosas, ha sido expulsado del país por sus actividades de espionaje, siendo considerado persona non grata por el Gobierno de Rajoy. Por lo visto, el señor embajador tenía un objetivo estratégico de primer orden, una misión de tal importancia que hubiera cambiado el equilibrio entre las grandes potencias y causado un daño irremediable a la posición internacional de España. Este malvado, este Beria, este Yagoda mongoloide pretendía copiar los planos de... Terra Mítica.

¡Acabáramos! Ni bombas atómicas, ni mapas de las bases americanas, ni tocarle las ubres a la cabra de la Legión: ¡Terra Mítica! Ése era el objetivo del malvado fumanchú. Por lo que ha trascendido, el pérfido designio del régimen norcoreano resulta verdaderamente atroz: crear diez Benidorms en la costa de su gélido y estepario país. No me atrevo a decir, no vaya a ser que me escuchen, que el embajador y sus superiores están rematadamente equivocados, ya que allí los errores se pagan no con el clásico tiro en la nuca marxista, sino con servir de alimento a las rehalas (caninas, no humanas) del Lider Supremo o como blanco fijo para la artillería ligera. Sin embargo, yo les ofrezco a las simpáticas autoridades de ese régimen, muy parecido al que la CUP impondrá en Cataluña, una solución mucho más barata y menos traumática a la par de sencilla, tradicional y con un mínimo impacto arquitectónico: señor Kim, idolatrado Gran Timonel, convierta a su propio país en un parque temático. Le aseguro que recibirá un aluvión de turistas que disfrutarán de los indecibles atractivos de las chekas, del culto a la personalidad, de las purgas y de las hambrunas; verbigracia desde España, que rebosa de entusiastas de la experiencia bolchevique, sobre todo hay una verdadera ventana de oportunidad en Barcelona, Madrid y el País Vasco, donde votan a los partidos hermanos de la CUP, Bildu y Podemos.

Yo lo llamaría Stalinlandia, o Gulagpark, o Lenindú, o Marxworld, y los construiría todos de golpe, que para eso se han inventado los trabajos forzados. Las atracciones tendrían un marcado carácter revolucionario, con nombres políticamente correctos que hagan honor a la memoria democrática: tiro en la nuca en vez de al blanco, túnel de la Pasionaria (o de la Carmena) en lugar del de la bruja, montaña soviética en lugar de rusa, y tanques de choque en lugar de los decadentes y burgueses coches. Los turistas españoles no le faltarán, incluso podrían emplear de guías a Monedero, Tania Sánchez e Íñigo Errejón, que han sido purgados por el Gran Líder del Partido Hermano y necesitan un período de reeducación y autocrítica. Incluso Pedro Sánchez y Zapatero, tan ansiosos de giros a la izquierda, podrían trabajar de camareros o de vendedores de dulces confeccionados con frutas de Chernobyl, que hay que ver cómo encañan los trigos y florecen los cerezos chejovianos en esa tierra bendecida por el materialismo dialéctico. Además, añadiría nuevas atracciones, como el tetrys de la GPU, en la que los jugadores deberíaán competir para ver quién llena de forma más eficaz una fosa común. O, remedando al pequeño burgués Kafka, el torneo de artistas del hambre, en el que los competidores tendrían que ver cuántos hombres, mujeres y niños pueden matar por inanición en un período de tiempo determinado. Los turistas podrían llegar desde España a Pyongyang en el Tren de la Amistad, que amenizaría las semanas de trayecto con un festival en sesión continua de cine norcoreano; así el tiempo del viaje se acortaría con tan sano y alegre esparcimiento.

Otra ocurrencia, pero que podría dar lugar a enojosos incidentes con las potencias imperialistas, sería purgar a los propios visitantes, que de esta manera podrían incorporar al paquete del mero entretenimiento una inmersión cultural en los valores del marxismo-leninismo, hospedándose en un típico campo de concentración en el que disfrutarían de una educación en los valores de la izquierda y compartirían el modo de vida del ciudadano medio, además de iniciarse en la coreografía de masas, que como todo el mundo sabe es el flashmob favorito del pueblo coreano. Esta variante con todo incluido sería especialmente recomendable para profesionales de la memoria histórica, tertulianos de La Tuerka y personalidades amigas como Willy Toledo o Los Chikos del Maíz.

 ¿Para qué copiar, pues, Terra Mítica? Deje ese trabajo para los mortadelos y filemones nacionales, señor embajador.

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