El vuelo del águila

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Hay mitos populares abiertos, lo que entre otras cosas significa que nunca van a darse por zanjados. En realidad, la esencia del mito es su continuo aprestado para la hermenéutica y la suma de nuevos elementos, datos, aportaciones o “descubrimientos”. Por ese motivo, los mitos contemporáneos son objeto de atención recurrente en obras de ensayística y narrativa. Es el caso de este singular libro de Felipe Botaya, El vuelo del Águila. Y lo defino como singular porque de verdad es un libro raro, no por lo extraño sino justo por lo inusual. Pero antes, hace siete líneas, he dicho que los mitos contemporáneos, abiertos, son cauce permanente de atención y (re)creación. Hay que explicarse.

Si un novelista, o un historiador, trabaja sobre la hipótesis de que el III Reich tenía y de hecho ejecutó un plan, minuciosamente concebido y perfectamente organizado, para perpetuarse tras la derrota de 1945 y sentar las bases de su reentrada en la Historia cuando las circunstancias objetivas y condiciones subjetivas así lo permitieran, el enunciado resulta verosímil. Si se detallan las acciones y empresas concretas de dicho plan, el asunto se pone un poco más difícil: establecer bases operativas y de coordinación en la Luna, en Suramérica y en la Antártida; desarrollar armas nucleares; perfeccionar y dar uso eficiente a una máquina del tiempo. Para llevar a cabo estos descomunales propósitos, el moribundo III Reich reclama y consigue la colaboración de los principales empresarios y financieros que hasta ese momento han apoyado a la Alemania nazi, obteniendo interesantes beneficios como es lógico. Se les garantiza, de nuevo, la prosperidad de la inversión, con lo cual el plácet de los poderes económicos es, otra vez, cosa hecha. Pero todo esto resulta complicado de exponer y argumentar. El autor, Felipe Botaya, con muy buen criterio y bastante pericia, recurre de inmediato al artificio de la novela; porque en la obra narrativa es real todo cuanto pueda contarse con solvencia literaria.

Pero hablamos, decía, de una novela rara. En la misma, además de una construcción dramática convincente, hay vertida una considerable documentación sobre los esfuerzos (que fueron reales, o acaso pudieron serlo), del III Reich por evitar su borrado de la Historia tras la debacle del 45. Esa documentación, sin duda, podría haber servido para escribir un ensayo especulativo sobre aquellos afanes y cómo de una forma u otra, y con distinta fortuna, consiguieron plasmarse en la realidad y configurar algunos ejes fundamentales del mundo en que hoy vivimos. Pero el autor, de nuevo sagaz, prefiere esquivar la etiqueta de “brujo retornado”; se instala con libertad absoluta en el ámbito de la ficción. El resultado: una novela de raíz mitológica sobre una de los grandes mitos de nuestra contemporaneidad: la persistencia del “poder” nacionalsocialista alemán tras la II Guerra Mundial.

Tiene Felipe Botaya, incluso, la habilidad de introducir personajes muy vivos, entrañables, cuyas biografías van a ser marcadas por aquel plan de supervivencia de la antigua élite, la vieja guardia nacionalsocialista. Dos de estos personajes me han llamado la atención, como le sucederá a cualquier lector: el viejo Franz Köster y su nieto Arno. El primero, enfermo en un hospital de Barcelona (la capital y costa de Cataluña, otro refugio para los cuadros del partido y dirigentes del Estado), muchos años después, confidencia a Arno el antiguo plan de expansión y supervivencia, su verdadero alcance, las condiciones actuales del mismo y el compromiso que exige su aceptación: la nueva tarea de la juventud vinculada a la tradición. Pues ese es el papel que Arno desempeña en la novela: el de continuador, receptor del ideal y nuevo “héroe”, en tanto que aceptar la tarea implica, desde luego, un alto grado de idealismo y coraje. Arno, desde mi punto de vista, es el más logrado acierto literario de El Vuelo del Águila. Y lo más notable de esta obra, el argumento, desarrollado bajo la preceptiva del género narrativo y argumentado con la precisión de un ensayo. Si dejamos a un lado nuestras cómodas, cotidianas ideas preconcebidas, y nos adentramos en El Vuelo del Águila con curiosidad despierta e intención de conocer, sea cual sea el cariz de lo hallado, sin duda la lectura de esta novela va a alcanzar lo que muchísimas otras no consiguen: el asombro del lector y la placentera, apasionante sensación de dejarnos arrastrar por una historia que absorbe nuestro interés y despierta nuestra inquietud por "saber más" desde la primera a la última página.

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