El sueño (la pesadilla) del mundo como página en blanco

Los globalizadores mundialistas, peores que los nacionalistas patrioteros

«Estableceremos —escribía Jen Monnet, uno de los fundadores de la actual UE— una Europa federal que esté liberada del peso de los siglos y de las imposiciones de la geografía, y que no efectúe ninguna referencia las realidades nacionales.»

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Todos sabemos (o deberíamos saber) hasta qué punto el patrioterismo chulesco e infatuado que imperaba en otros tiempos (y que, en España, aún impera en alguna región) es una pesadilla que ha causado los peores daños a Europa. Sin embargo, lo que ha sustituido al patrioterismo de ayer —el mundialismo desarraigado para el que no hay ni historia ni pasado, ni culturas y pueblos; para el que sólo hay la masa de individuos apátridas del presente— no es en absoluto mejor: es infinitamente peor.
Es peor porque, contrariamente a la apariencia hosca y altanera que caracterizaba al patrioterismo, la ideología globalizadora se presenta bajo una apariencia suave, dulzona, almibarada… Parece cosa leve, ligera… Tan leve y esponjosa como la Nada con la que lo deja envuelto todo.
El engendro burocrático creado en Bruselas bajo el nombre de “Unión Europea” —esa profunda negación de lo que es Europa— constituye una de las principales plasmaciones del nihilismo globalizador. No hay que sorprenderse: el designio globalizador estaba grabado a fuego ya desde los inicios de lo que se llamó al comienzo “Mercado Común” (al menos aquel nombre era más claro, menos engañoso) y luego “Comunidad Europea”.
En 1975, Jean Monnet, uno de los padres de la patria; perdón, de la cosa, escribía en sus Memorias lo siguiente:
 «La propia Comunidad Europa es tan sólo una etapa hacia las formas de organización mundial de mañana. Estableceremos una Europa federal que esté liberada del peso de los siglos y de las imposiciones de la geografía [hablando en plata: Turquía podría formar tranquilamente parte del engendro; y los países del Magreb también, ¿por qué no?], sin efectuar ninguna referencia  las realidades nacionales, y dirigida por una autoridad supranacional desvinculada de las servidumbres de la diplomacia y del parlamentarismo tradicional, encargada de la gestión técnica de un mercado económico, de una gobernancia europea basada en la despolitización [sí, sí, han leído bien: «des-po-li-ti-za-ción»] como forma dominante de gobierno.»
Más claro, agua.
 

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