¿Cuándo se jodió España, Zavalita?

El sueño del dinero y el famoso bienestar produjo Leires, Bárcenas y Zarrías; la gente empezó a bucear en superficie para hallar a los culpables y entonces sí: entonces se jodió todo.

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Hace un rato, mientras paseaba al perro y el bicho hacía sus necesidades en uno de los solares abandonados del barrio (las ruinas del imperio inmobiliario, ya saben), un vecino parlanchín y bienintencionado se ha propuesto convencerme de que "todo empezó a joderse" cuando el Estado desmontó el INI y los primeros gobiernos del PSOE acometieron la reconversión industrial con un entusiasmo a tono de los tiempos, aquella festiva inopia y torpe celeridad de droga de diseño propias de los años ochenta y noventa del siglo pasado. Yo sigo sin tenerlo claro. Creo que, más bien, todo empezó a joderse cuando el personal asumió con rotunda, avasalladora unanimidad, que lo importante de la vida era ganar mucha pasta, dar "el pelotazo" y sorber hasta la última gota el néctar de la sociedad del bienestar.
El sueño del dinero y el famoso bienestar produjo Leires, Bárcenas y Zarrías; la gente empezó a bucear en superficie para hallar a los culpables y entonces sí: entonces se jodió todo. Nos ganan por siete a cero, como Alemania a Brasil pero sin césped sobre el que escupir la desesperación. Nos ganan y han ganado, sospecho que para siempre, desde que vivimos obsesionados por descubrir a los responsables del fracaso y hacerles pagar su traición en vez de detenernos un instante, un minuto de la vida, para mirar nuestro reflejo en esa misma superficie de la historia y el presente, y descubrirnos a nosotros mismos. Esa es la única certeza con la que podemos contar, pero es la única que no estamos dispuestos a permitirnos. El drama, el nudo del argumento por así decirlo, no es que los demás sean malos, aviesos, codiciosos y crueles, sino que nosotros hemos renunciado a saber de nosotros mismos para quedar obnubilados por la imagen mutante de un simple reflejo. Mientras haya monstruos abisales a los que culpar, seguiremos embobados, tan satisfechos en la épica embustera de la superficie. Y en ese lugar sólo hay unos habitantes y una imagen real: usted, yo y todos los demás que son como yo y usted. 
Sigamos nadando... 

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