A veces. En el Corpus de Granada, por ejemplo

Aún queda el fervor auténtico, comunitario, de la Fiesta

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El Corpus Christi, la fiesta mayor de Granada. Lo es desde que Nuestra Señora, la reina Isabel la Católica, entró en la ciudad en 1492 y así lo dispuso. A tal efecto, regaló una custodia en 1501 que aún procesiona sobre un trono hecho por el orfebre Miguel Moreno en 1992 para celebrar el quinto centenario de la recristianización de Granada (quiero remarcar esto: Granada fue cristiana antes que musulmana, queridos analfabetos andalusistas).

La fiesta venía de Bélgica y el empeño que santa Juliana le puso al tema en el siglo XIII. Aunque no fue la primera ciudad en celebrarla, puesto que antes fueron Orense y Pontevedra (1437), Roma (1447), Jaén (1464), Santiago (1467) o Santa Fe (1495), lo cierto es que pronto adquirió las hechuras de día grande iliberritano. Tomó desde el primer día los restos de paganismo que quedaban por estos lares y cada miércoles anterior al día del Corpus sale a las calles «la Pública», un cortejo festivo con charanga, gigantes, cabezudos y una Tarasca, animal mitológico que aparece por primera vez en la Costa Azul francesa relacionada, dicen, con santa Marta, que muerto Jesucristo fui allí a evangelizar. La bestia, un dragón sin mucha originalidad, lleva en su lomo un maniquí vestido por algún diseñador de la zona con lo que pretenden será la moda del año siguiente. Ese origen por ortodoxo hizo que en 1780 se publicase una Real Cédula que prohibía sacarla en procesiones religiosas. Poco importó. Cuentan que en Tudela la ponían justo delante del primer estandarte para saltarse la norma. Tono alegre tienen también las carocas con sus quintillas que se exponen en la plaza Bib-rambla, que ironizan sobre temas del momento y el carácter de los granadinos. Esperamos que este año ningún lobby gay -o cualquier otro moralismo sectario- intente censurarlas.
Si el miércoles es el día de los niños, el jueves es el de «toda Granada», holismo castizo. Bajo un sol de justicia -«hay tres días en el año...»-, el pueblo espera encopetado y pulcramente vestido un par de horas a que termine de pasar la procesión con el Corpus Christi, que camina sobre una alfombra de hierbas frescas y aromáticas, entre los mantones y las banderas de las ventanas, y bajo un toldo protector. Hay altares por el camino, llueven los pétalos, huele a romero, bailan los seises, la ciudad se luce. Por la tarde, el rito de la tauromaquia sellará con sangre la entrega y el fervor.

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