Mucho Lezo para tan poco piratilla

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Borja Cobeaga va de farol, pasado de rosca chuleta, ladrador sin dientes en la gran ceremonia que cada año monta la industria (por llamarla algo) española del cine, bajo el apelativo “Premios Goya”, durante la cual todos se complacen y quedan encantados al volver a descubrir que tienen el ombligo redondo. Entre los chistes de esa fiesta de fin de curso, en la última edición (02/02/19), el director vasco afirmó muy pimpolludo que “no vamos a hacer una película sobre Blas de Lezo porque no nos da la puta gana”. Todo ello en alusión, según parece, a unas palabras de Santiago Abascal, quien instaba a la jubilosa peña cinera a producir y realizar películas que ensalcen hechos notables de nuestra historia, en vez de andar poniéndola como un trapo según su piadosa costumbre. Las palabras de Cobeaga son las del borracho al fondo de la taberna, bravucón y sin tenerse en pie: “Como me levante, te parto la cara”. Primero levántate, majo, si es que puedes.

Si el director de películas tan fundamentales como Superlópez o Pagafantas hubiese mostrado un poco de decencia profesional —cosa que sabemos imposible—, habría dicho lo cierto: “No vamos a hacer una película sobre Lezo porque no tenemos ni idea acerca del personaje y sus circunstancias históricas, y porque no tenemos medios para acercarnos siquiera a una producción medio decente”. Esa habría sido otra historia, la de verdad.

No venga ahora un chapuzas como Borja, acostumbrado a rodar llevando el catering de casa en bolsas de Mercadona, a jactarse de que no le da “la puta gana” hacer una película sobre Blas de Lezo.

Desde hace muchos muchísimos años, el cine español es un negocio de “ficción ligera”, barata, cutre y más repetida que María del Monte en Canal Sur. Con cuatro duros y un guión ingenioso ya tienen montado el invento que, convenientemente argumentado, recibirá indecentes cantidades dinerarias en forma de subvención y patrocinio. Cinco o seis actores, un par de automóviles, tres exteriores y dos apartamentos alquilados es todo lo que necesitan. Por supuesto, las historias pasan todas por el mismo rasero: comedias de chicos feos, cuñadas putonas, guaperas de poco seso y macizas de barrio, o dramones almodovarianos con tufo a calzoncillos sin cambiar. Cada vez que se ponen como más ambiciosos y ambientan películas en etapas concretas de la historia, no pueden evitarlo, les sale Libertarias o El año de las luces. Desde que Buñuel se marchó a México, Berlanga expiró y Azcona puso punto final a su mejor guión, el cine español ha equilibrado el talento a los medios con que cuenta: lo justito. No venga ahora un chapuzas como Borja, acostumbrado a rodar llevando el catering de casa en bolsas de Mercadona, a jactarse de que no le da “la puta gana” hacer una película sobre Blas de Lezo. Baladronadas, pocas. A ser posible, ninguna. Y a esmerarse en humildad ante la historia, gaznápiros. O bien, lo más probable, a seguir haciendo lo de siempre: cine de chistes de whastApp para espectadores fugitivos. En diez años, si queda alguna sala de exhibición en pie, se meterán todos y todas en el recinto final para felicitarse unos a otras de lo cojonudamente que lo han hecho: nos hemos cargado el cine, pero lo hemos pasado mejor que en una despedida de solteras.

Cada vez interpretan mejor al más grimoso personaje tramado por Movistar+ Series: Jesús, el fotógrafo de bodas, bautizos y comuniones de Vergüenza ajena. ¿Que no? Eso es que no se han mirado bien.

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