Un soldado desconocido alemán

Ein unbekannter deutscher Soldat

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La profanación del cementerio alemán de Yuste no es un hecho vandálico aislado, es la consecuencia lógica de la Ley de Memoria "Histórica". Sin las toneladas de basura revanchista que se han derramado en España en los últimos veinte años, jamás se habría turbado el descanso de los poco más de cien marinos, aviadores y soldados alemanes de las dos guerras mundiales que yacen en el hermoso camposanto que la Volksbund habilitó en Yuste en los años ochenta, uno de los lugares más bellos que se pueden visitar en el paradisíaco norte de la provincia de Cáceres.

Sin duda, los afanes del Gobierno de profanar la tumba de Franco tienen mucho que ver con este asalto vandálico al cementerio alemán. Se trata de un intento de la izquierda radical de administrar

Lo que Pablo Iglesias llama justicia proletaria es lo que cualquier persona medio civilizada considera barbarie marxista.

lo que Pablo Iglesias llama justicia proletaria y lo que cualquier persona medio civilizada considera barbarie marxista. No hay mejor símbolo de la dictadura ideológica que hoy padecemos que el ataque a la modesta memoria de unos desconocidos soldados alemanes que murieron haciendo honor a su juramento y a su deber. Hoy ellos son los villanos, mientras que los Pieck, los Ulbricht y los Sorge, los que traicionaron a su patria para defender a Stalin y a la URSS, son los héroes. Y lo que resulta más estremecedor es que piaras de bestias marxistas profanen, casi ochenta años después, las tumbas de los muertos en una guerra en la que España no participó. Sólo el veneno sectario del antifascismo (ese invento de Stalin todavía en vigor) puede explicar este crimen que ninguna autoridad perseguirá ni castigará.

La izquierda siempre ha tenido el vandalismo en las venas. Fue Bakunin quien se convirtió en el gran poeta de la barbarie y veía la Revolución como el proceso en el que se debía hacer tabla rasa del pasado para construir el futuro. Buena parte de la brillante Edad Media francesa desapareció con las demoliciones de iglesias y monasterios y la quema de documentos feudales. Recordemos que, en el siglo XIX, muchos edificios, como Notre-Dame de París, tuvieron que ser restaurados de los daños que perpetró la hez jacobina, pero muchísimos más se perdieron para siempre; basta con contemplar lo poco que queda del que fuera inmenso monasterio de Cluny, corazón del monacato cristiano. En Rusia, después de 1917, se produjo un verdadero iconoclasmo de consecuencias irreversibles: se quemaron miles de iconos, se volaron miles de iglesias y se destruyeron miles de obras de arte por sus connotaciones religiosas o monárquicas. Además, aquel expolio fue una excelente ocasión de hacer negocio para la naciente Rusia soviética.

Durante nuestra Guerra civil hubo la mayor devastación de nuestro patrimonio artístico desde la desamortización de Mendizábal y el saqueo francés de 1808.

En España, durante nuestra Guerra del 36, se perpetró la mayor devastación de nuestro patrimonio artístico desde la obra desamortizadora de Mendizábal y el saqueo francés de 1808. Por poner unos mínimos ejemplos: en la iglesia de San Isidro de Madrid ardieron obras maestras de Mengs y Alonso Cano, además de tallas de gran valor; la biblioteca de los jesuitas, la segunda más importante de España, desapareció entre las llamas después del asalto de las turbas frentepopulistas. En el Aragón republicano, no quedó un retablo intacto gracias a la acción devastadora de la CNT; con ellos se perdió la obra más temprana de Goya. Por no hablar de la voladura por los socialistas en 1934 de una de las grandes joyas del románico español: la Cámara Santa de Oviedo. Y seguro que cada lector de este artículo encontrará en su lugar de origen (si fue zona roja) ejemplos más que suficientes de lo que estamos hablando. Hoy, cuando se trata de este tema, los medios oficiales, tanto guías como obras especializadas, se limitan a afirmar que tal iglesia o tal monumento ardió o fue dinamitado "en la guerra civil", pero sin especificar jamás quiénes fueron los culpables. ¡Y luego nos pontifican sobre la memoria "histórica"! 

La voladura por los socialistas en 1934 de una de las grandes joyas del románico español: la Cámara Santa de Oviedo.

La propaganda marxista ha logrado presentar a una opinión pública atontada la evacuación de las obras del Museo del Prado en 1936 como una gran hazaña de preservación del patrimonio nacional, cuando fue justo todo lo contrario. Recordemos que los cuadros se llevaron fuera de España con el propósito de que la aviación nacional no los destruyera. Cosa realmente absurda porque los rebeldes nunca albergaron semejante idea. Baste con saber que Franco gobernó durante cuarenta años y no sólo no quemó los cuadros del Prado, sino que aumentó la colección con la Inmaculada de Soult y un magnífico Antonello, que es hoy una de las glorias de la pinacoteca, amén de otras adquisiciones. Sin embargo, llevar en un convoy de camiones las obras del Prado en tiempos de guerra y por las carreteras de aquella España, eso sí que era ponerlas en riesgo. Primero, porque podían ser atacadas desde el aire por la aviación nacional, ya que en ese escenario sí que era posible confundirlas con un blanco militar. Segundo, porque cualquier unidad anarquista estaba capacitada para detener el convoy y robar o prender fuego a las vírgenes, los reyes y los santos de las pinturas. Tercero, porque aquellas obras se embalaron de cualquier manera y con prisas. Si el Prado mantiene su colección intacta es de milagro, porque, además, Negrín pretendía vender las obras del museo para pagar su opíparo exilio. Afortunadamente, Azaña, en un gesto patriótico que le honra, impidió el supremo latrocinio del corruptísimo presidente socialista. Estos son los que se llaman defensores de la cultura.

La enemistad con la historia, el odio a lo que la nación es, a su alma, a su tradición, siempre fue inherente al progresismo.

La enemistad con la historia, el odio a lo que la nación es, a su alma, a su tradición, siempre fue inherente al progresismo. La ofensiva contra la herencia de los antepasados es un propósito esencial en las ideologías herederas de la Ilustración, obsesionadas con un futuro que nunca llega y con un pasado que, a pesar de ellos, nunca se irá. En España, este intento de borrar la identidad se está ensañando con los monumentos de los vencedores de la guerra civil, igual que en América se ceba con Colón o con el general Lee. No hay día en el que no se vandalice el recuerdo de la media España que se alzó para no ser asesinada por los abuelos de quienes hoy profanan tumbas y persiguen cualquier símbolo y cualquier resto de una historia que pretenden anular. Baste con ver el infame tejemaneje que los sicarios del bando rojo se traen con los restos de Franco, de Sanjurjo o de Queipo de Llano; venganzas extemporáneas e innecesarias que les retratan a la perfección: cobardes, mezquinos y rencorosos, víboras que transmiten su ponzoña a las nuevas generaciones porque necesitan del odio para hacer su política.

El asco que se sentimos ante esta profanación del cementerio alemán de Yuste nos tiene que servir de estímulo para extremar la lucha contra los enemigos de España, contra los que quieren destruir nuestra tradición. Su odio hacia lo que somos, hacia lo que representa la civilización europea, amenazada desde el siglo XVIII por Rousseau, Marx, Bakunin y sus herederos, no encuentra mejor símbolo que esta muestra de la animalidad antifascista, que este cobarde asalto a la última morada de quienes cayeron con honor en defensa de su patria, de los anónimos soldados y marineros alemanes.

Hoch in Ehren! Por ellos, por los caídos. Y vergüenza y condenas ejemplares para quienes han ocasionado este crimen, fruto de las políticas de odio del régimen actual.   

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