"Aburres, 'petit Macron' henchido de cosmopaletismo" (Santiago Abascal a Albert Rivera).

Los naranjitos enseñan la patita

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Hace ya tres años explicábamos en esta misma tribuna la naturaleza del partido político llamado Ciudadanos. Andaban por entonces los analistos y analistas estrujándose los sesos por dilucidar si los naranjitos eran de izquierdas o derechas, como si en esta posmodernidad agónica las cosas fueran de cuerpo entero y no hechas de retales. A mí Ciudadanos me pareció siempre un partido sistémico (esto es, creado para defender los intereses de la plutocracia globalista, en su esfuerzo por esclavizar a las sociedades); y, por lo tanto, de derechas de cintura para arriba (o sea, defensor a ultranza de las formas más extremas de capitalismo) y de izquierdas de cintura para abajo (o sea, defensor a ultranza del supermercado de derechos de bragueta). Si los naranjitos empezaron pescando en los caladeros de la derecha es porque allí se tropezaron con una clientela mollar que, después de traicionar todos los principios que sus antepasados defendieron, necesitaba justificarse defendiendo, a modo de fetiche pauloviano, la «unidad» de España. Una «unidad» que, para entonces, ya no podía ser la unidad moral y espiritual que preconizaba Unamuno, sino tan sólo la unidad fiambre de los cachos de carne putrefacta con los que el doctor Frankenstein cosió a su monstruo; pero esto no importaba a esa derecha que previamente había renunciado a todos los principios morales y espirituales que antaño aseguraban la unidad auténtica de España.

El mismo Albert Rivera es una especie de Macron de barrio (sin másteres financieros y sin gerontofilia).

Podría decirse que el partido llamado Ciudadanos es una imitación ful del engendro «La República en Marcha», comandado por Macron, el gran perro caniche del globalismo que logró confundir con su ideología vaporosa a los franceses, llevándolos al redil que interesa a la plutocracia. El mismo Albert Rivera es una especie de Macron de barrio (sin másteres financieros y sin gerontofilia); y la lastimosa incorporación a su proyecto del gabacho Valls (que se ha pretendido presentar como un fichaje estelar, aunque todos sepamos que es un desecho de tienta de la política francesa) ha acabado por completar el perfil sistémico del partido. El empeño del gabacho Valls por demonizar a la «ultraderecha» que propone detener las avalanchas de inmigrantes favorecidas por las mafias de Soros resulta, en verdad, hilarante, si consideramos que Valls quiso expulsar de Francia a los gitanos, sin recatarse de que el racismo le asomara por debajo del mandil. Pero el gabacho Valls incluye otros episodios aún más sórdidos en su purulenta carrera política: el más grave de todos (denunciado por Bernard Squarcini, jefe de los servicios secretos franceses): su rechazo «por razones ideológicas» (o sea, por sumisión a los mandatos del globalismo) de la lista detallada de los yihadistas franceses que operaban en Siria, ofrecida por el gobierno de Basar Al-Ashad. Luego, alguno de estos yihadistas volvió a Francia y dejó su tarjeta de visita en la sala Bataclán. Resulta, en verdad, desquiciado que un pollo con tan tenebrosas responsabilidades se erija en sexador de pollitos ultraderechistas.

Quien se engaña con los naranjitos es porque quiere.

Hace un par de semanas, el boletín plutocrático Financial Times elegía, con irreprochable coherencia, «Hombre del año» al especulador financiero George Soros, dedicado en cuerpo y alma a destruir las sociedades europeas financiando las avalanchas migratorias, la legalización de las drogas y las políticas de género. De inmediato, Luis Garicano –flamante candidato de Ciudadanos al pudridero bruselense– publicaba en sus redes sociales un mensaje lacayuno en el que felicitaba a Soros «por su incansable trabajo por la libertad y las sociedades abiertas», a la vez que vituperaba a sus detractores. Quien se engaña con los naranjitos es porque quiere.

© ABC

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