Julián Carrón, líder de Comunión y Liberación, a los pies del papa Francisco.

La neodemocracia-cristiana contra los populismos... y VOX

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«Ni el cansancio ni la crisis de los últimos meses parece justificar el voto a VOX, un voto protesta que demoniza a los inmigrantes, que cuestiona a Europa y que resta más que suma para el voto del cambio».

¿Quién es el autor del párrafo anterior, tan terminante como intransigente? ¿Acaso un político podemita? ¿Algún “comunicador” de La Sexta? ¿El padre Ángel, u otro portavoz de las generosamente subvencionadas ONGs bienpensantes?  Pues va a ser que… ¡ninguno de ellos!

Concretamente, dicho párrafo integra el editorial del prestigioso medio católico Paginas Digital titulado «¿Qué voto para un cambio en Andalucía?», del pasado viernes 30 de noviembre.

No es la primera vez que este medio —expresión oficiosa del movimiento Comunión y Liberación— y su fundador/director —el prestigioso periodista de COPE Fernando de Haro— se suman a la unánime y permanente ceremonia global de demonización del populismo y, profundizando en sus críticas y adaptándolas a España, también del partido VOX. Una crítica que, ciertamente, no se circunscribe a un ocasional partido político, sino que tiene un alcance planetario.

Desde Páginas Digital se viene realizando, ya desde su lanzamiento en papel, un interesante y potente ejercicio de crítica cultural al mundo que nos ha tocado vivir; un trabajo arraigado en las enseñanzas del sacerdote italiano Luigi Giussani y el instrumento educativo y comunitario que construyó en forma de movimiento-carisma eclesial.

Tanto Comunión y Liberación como Páginas Digital y el propio Fernando de Haro se vienen esforzando por “rescatar el deseo” humano, dialogando con expresiones vivas, propositivas y abiertas del pensamiento contemporáneo; vengan de donde vengan. De este modo, separatistas catalanistas, excomunistas conversos, antiguos terroristas, políticos y escritores de toda tendencia y calaña, han encontrado ciertos ecos de sus reflexiones y vivencias en estos medios católicos. Es decir: todo tipo de gentes y de (casi) cualquier ideología…, salvo que sean posibles populistas; reales o imaginarios.

No es imprudente afirmar que, así, Fernando de Haro, Páginas y Comunión y Liberación intentan incorporarse al “discurso dominante”; haciendo propias algunas de sus filias y fobias. En consecuencia, también para ellos, la “bestia parda”, el “mal absoluto”, sería —¡cómo no!— el populismo.

Pero ¿por qué ese rechazo al populismo también por parte de estos católicos? Es ésta una posición igualmente compartida por otros significativos representantes del catolicismo social peninsular de hoy; caso del catalán Josep Miró i Ardèvol desde su ForumLibertas.com. Tamaña crítica: ¿es sincera o es una voluntaria concesión en aras de la obtención del pasaporte de la respetabilidad mundialista?

En un reciente artículo anterior de Páginas, «Síndrome de la ciudad asediada», encontramos algunas claves. A juicio de su autor, nuestro querido y siempre admirado Fernando de Haro: «La inseguridad identitaria quizás sea uno de los rasgos más característicos de este tiempo. En lo personal, en lo social y en lo nacional. Se manifiesta como una voluntad de autoafirmación inmadura, por eso se engrandece y se obsesiona con ataques reales o imaginarios. La globalización pone al descubierto la debilidad de pertenencias que parecían sólidas. Y así surge el “síndrome de la ciudad asediada”: todo lo que sucede se interpreta como ataque de un enemigo que está a las puertas, que quiere destruir las esencias, la tradición, todo lo que bueno hay en el jardín cerrado. Todos los temores tienen su origen en que el huerto que se quiere proteger está deshabitado, vacío, solo quedan sombras de lo que fue». Su particular diagnóstico está muy claro: la globalización es inevitable y las respuestas identitarias, en principio, serían por completo insuficientes, generando hostilidad, miedo…: violencias finalmente.

Este juicio, según concreta en el mencionado artículo, sería aplicable a múltiples situaciones y realidades: el Brexit británico, la polarización de los dos grandes partidos estadounidenses en detrimento de un deseable “centro” (¿por qué?)… y, dado que se remite a la “inseguridad identitaria”, a los populismos todos. No obstante, podríamos preguntarnos, ¿no sería aplicable esta crítica, también, a la propia Iglesia católica y a tantas de sus realidades-comunidades-instituciones-movimientos? El autor nos responde así: «El “síndrome de la ciudad asediada” elimina la complejidad, mira a través de estereotipos, todo tiende a considerarlo una ofensa. No solo es un paradigma que explique las cuestiones internacionales, es también un modo de entender la relación entre el mundo laico y el mundo católico». Confirmamos así que, desde su perspectiva, tan básico “síndrome defensivo” también aquejaría a la Iglesia católica en general, y a no pocas de sus realidades materiales y humanas en concreto.

La “identidad” y la “pertenencia”, sigamos con las tesis del autor, pueden ser positivas. Pero ¿qué entiende Fernando de Haro por identidad? No nos responde expresamente, en esta ocasión, pero sí proporciona algunas pistas al término del escrito: «Una identidad madura, aun cuando es víctima de ataques, es realista, no se obsesiona por tener razón o por no perder terreno. No busca una confrontación infecunda que puede hacerle mucho daño. Una identidad segura conoce cuál es su verdadera fuerza». Es decir: la identidad, para que sea respetable, ha de ser “madura”, “realista”, renuente a las batallas “que puedan hacerle mucho daño”; es decir, debe ser “posibilista”. En suma: Fernando de Haro propone la vieja receta de la democracia-cristiana; de su éxito y de su fracaso histórico. Una democracia-cristiana cuyos preclaros y elitistas líderes, en nombre del bienestar y futuro del pueblo católico, mercadearon y vendieron el patrimonio material, humano, histórico y político de los sencillos católicos de a pie en nombre del “mal menor”. En Italia; pero también en España. Creíamos que se habían extinguido; pues va a ser que no.

Aunque no lo especifique, entendemos que esa deseable identidad católica idealizada por Fernando de Haro —no en vano se remite en su reflexión a la confrontación catolicismo-laicismo—, además de las cualidades ya citadas debiera presentarse muy “segura”, siendo consciente de su “verdadera fuerza”. Una fuerza que no puede ser otra, conforme el contexto doctrinal y vivencial del autor, que la del propio Jesucristo y sus “mediaciones”. Hemos llegado, pues, al final de su propuesta y a su sintética receta: “si eres católico, y seguro, y realista, y maduro, y vives en una comunidad consciente… ya estás preparado para afrontar con los retos de la globalización”. Pero, en caso contrario, la cosa pinta mal, muy mal. Menos mal que mi tocayo tiene “la fórmula” y es uno de los elegidos...

La propuesta anterior presenta, antes que nada, una objeción: ¿cuántos católicos, por no decir españoles, se sienten “católicos seguros, conscientes, maduros, realistas”, viviendo en el espacio de confort de una comunidad? ¿Los cuatro o cinco millones que todavía acuden a misa? ¿El medio millón que frecuenta movimientos, caminos y prelaturas? ¿Unas decenas de miles de entre todos ellos? Entonces, ¿qué pasa con los demás? ¿Únicamente Fernando de Haro y los suyos pueden afrontar los retos de la globalización desde una identidad “como Dios manda”? Tal hipótesis no se presenta ni realista ni caritativa. Es más: es excluyente por elitista.

Federico Jiménez Losantos maneja en ocasiones una frase espectacular que puede antojarse una muestra de cinismo… o de resignación: «Quienes no tenemos el consuelo de la fe, tenemos el consuelo de la liturgia». Pero, hoy día, la cuestión va mucho más allá: para la inmensa mayoría de los españoles no existe —ni les interesa— ni Iglesia, ni fe, ni liturgia que les consuele; si bien los sustitutivos son muchos y algunos muy peligrosos. Además de falsos.

La de la “identidad”, siempre, es cuestión clave: a nivel personal, colectiva-cultural e histórico-política. Pero, desde la experiencia de la fe, toda identidad que se sustente sobre otras bases, siempre será inferior; o al menos, de un recorrido incompleto.

En todo caso, la identidad se nutre de genética carnal, mitos colectivos, experiencias y vivencias familiares, culturas concretas, espacios nacionales: la sangre, la tierra y la patria; los muertos, los vivos y los que han de venir. No obstante, en su experiencia y esperanza, para todo católico la patria definitiva radica en el Reino de los Cielos. Y, desde esta perspectiva, bien puede afirmarse que toda identidad, salvo la propia, es en última instancia insegura, cuando no expresamente falsa; por lo que bien podría derivar en inseguridad, violencia… De Haro es consecuente con tales premisas; pero va más allá: existirían identidades que merecen un respeto —y, entre otras consecuencias, la de “dialogar” con ellas— y otras que no. En el segundo grupo se situarían los populismos y, en el caso concreto de España, también VOX. No es muy original, por cierto.

Esta peripecia intelectual puede permitir a Fernando De Haro sentirse “políticamente correcto”, al menos en parte.

La anterior peripecia intelectual puede permitir a Fernando De Haro sentirse “respetable”, por maduro, realista, seguro, dialogante, etc. También, “políticamente correcto”, al menos en parte. Y, de paso, se pone de refilón, en un intento casi desesperado, de salvarse de la extinción de identidades impulsada por la globalización mundialista. Buen amago.

Siendo coherentes, desde el repaso de autores y protagonistas de muchos artículos de Páginas, como ejemplo: ¿por qué la patria catalana ha de ser más digna de reflexión, e intento de compresión, que la española? ¿Puro oportunismo o un intento de “cabalgar el tigre”?

El de populista es, hoy día, uno de los más graves insultos posibles. Una descalificación invalidante que no admite réplica alguna. Pero tan extendida como unánime “excomunión” oculta múltiples fracturas sociales, dramas personales y crisis nacionales, que la globalización sin alma ha provocado y pretende tapar. Mal hace Fernando de Haro sumándose a este “espíritu de los tiempos”, renunciando a la capacidad crítica que cierta cultura católica siempre alcanzó y puede seguir consiguiendo. Una agregación táctica —este sumarse a algunos de los tópicos dominantes— que más suena a calculada renuncia a batallas que prevé perdidas (la unidad de España y la pervivencia de las identidades colectivas propias de Europa, entre otras), que a un ejercicio libre y sincero de la crítica.

Ciertamente, ya no existe, como estructura política, una democracia-cristiana en España. Pero algunos de sus tics y modos de pensar y actuar son recuperados ocasionalmente; tal y como estamos viendo, por laicos católicos vinculados al establishment clerical. Tal vez por ello, y en tan legítimo como deseable contraste, el muy denostado por todos VOX pueda prestar un primer servicio a esta nación: presentarle una derecha sin complejos alejada de sacristías y clericalismos. Consciente del pasado y la realidad de España, pero sin hipotecas ante quien tiene una “agenda” distinta. Respetable, pero dispar.

La globalización acarrea muchos costes humanos, sociales, económicos, naturales… Esta realidad ha propiciado la eclosión de los populismos; que no son el resultado de oscuros “laboratorios de ideas”, ni de cenáculos bolcheviques ideologizados, sino respuestas —muchas de ellas distorsionadas y torpes, ciertamente— ante las perturbaciones y debacles provocadas por las ingenierías sociales del radical-progresismo y sus “tontos útiles”. De ahí esa reflexión que se viene extendiendo transversalmente y que habla de “ganadores” y “perdedores a sus resultas.

Por todo lo expuesto hasta aquí, no es deseable ni justo ese intento “católico” —que a priori debiera ambicionarse universal— de sumarse a los “ganadores” de la globalización, dejando en la cuneta y bajo los cascos de los caballos a la mayor parte de la humanidad; esos supuestos “perdedores” a los que acaso pudiera dedicarse algo de caridad cristiana.

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