Cínicos, malas personas y chusma estalinista de calaña revenida

Cinismo

«El ciudadano que recibe voluntariamente una asistencia sanitaria debe asumir los efectos adversos derivados de la misma si prestó su consentimiento informado” dice nuestra ministra de sanidad, la bombástica y petardera Mónica y Madre.

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El Ministerio de Sanidad se desentiende de las víctimas de la vacuna covid y rechaza de plano la responsabilidad de la Administración aunque un dictamen especifico de la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios (Aemps) certifica, por primera vez, la relación de causalidad directa entre la inyección de la vacuna Spikevax-covid 19 de Moderna y la miocarditis grave.

«El ciudadano que recibe voluntariamente una asistencia sanitaria debe asumir los efectos adversos derivados de la misma si prestó su consentimiento informado” dice nuestra ministra de sanidad, la bombástica y petardera Mónica y Madre. “Voluntariamente”, aduce la famosa hater. Hay que ser cínico —o sea, cínica—, mala persona y chusma estalinista de calaña revenida para soltar semejante rebuzno. A menos que la señora de los dos sueldos públicos y el chalet ilegal —entre otras bagatelas— padezca una grave amnesia, no le será difícil recordar la enorme presión social que se ejerció para que todo el mundo se vacunase, niños, adultos y ancianos; los comandos de la “salud” que detenían a los viajeros en estaciones ferroviarias y de autobuses, así como en los aeropuertos, seguramente se dedicaban a informar amablemente a la ciudadanía sobre la conveniencia de vacunarse, sin agobiar ni nada. La exigencia de empresas a sus empleados igual. El certificado para entrar en bares, restaurantes y supermercados, igual. La publicidad machacante para que las familias no se reuniesen si no estaban todos vacunados, igual. Hay que tener la cara muy dura para, a estas alturas, venir con ese cuento.

Nos encerraron en casa, nos aplicaron una sanidad de guerra, cerraron los centros de salud, impusieron el toque de queda, suspendieron la actividad económica mientras ellos se forraban con sus negocios de las mascarillas, enviaron a cientos de miles de personas a los ERTEs, al paro y, en muchos casos, a la miseria; en breve: cometieron el mayor atentado de la historia —de la historia— contra las libertades individuales y contra el derecho de las personas a ganarse la vida; todo, según ellos, precisamente “para salvar vidas”. No cabe mayor descaro. No cabe mayor villanía que ahora, tan poco tiempo después, nos digan con toda su jeta que aquello fue todo “voluntario”. Son canallas y delincuentes que algún día pagarán por sus delitos. Son mala gente que se siente impune y encima con derecho a tomarnos por idiotas.

 

 

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