Fue una celada

Fue una encerrona en toda regla. Durante una hora y pico, el tiempo que tardó el segundo tramo del cortejo en llegar desde la calle de Caspe al centro de la Plaza de Cataluña, casi todos los miembros del Gobierno de España estuvieron sometidos al control de un grupo organizado de en torno a unas tres mil personas.

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Fue una encerrona en toda regla. Durante una hora y pico, el tiempo que tardó el segundo tramo del cortejo en llegar desde la calle de Caspe al centro de la Plaza de Cataluña, casi todos los miembros del Gobierno de España estuvieron sometidos al control de un grupo organizado de en torno a unas tres mil personas. Tres mil manifestantes perfectamente coordinados entre sí, y cuyos dirigentes, sin la menor duda, disponían antes de que se iniciará el acto de información reservada y absolutamente confidencial sobre qué trayecto iban a seguir los miembros del cortejo de autoridades desde la sede de la Delegación del Gobierno, el lugar de donde partió la comitiva.

Alguien informó con anterioridad a los activistas de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) de que los miembros del Gobierno, los representantes del Poder Judicial, el presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CMNV), diputados, senadores y demás invitados oficiales procedentes de Madrid se bajarían de los autobuses que los trasladaron a la concentración justo en la confluencia de las calles de Caspe y de Pau Claris, junto al colegio de los Jesuitas.

Luego tendrían que recorrer a pie el trayecto desde allí al centro de la Plaza de Cataluña. Nadie en Barcelona podía disponer de esa información sensible antes de que llegase Mariano Rajoy con el resto de autoridades. Bien, inmediatamente justo en ese tramo de la calle de Caspe, el que separa las dos arterias paralelas del Paseo de Gracia y de Pau Claris, zona por la que no estaba previsto que transcurriese ningún tramo de la marcha, estaban apostados en ambas aceras y cubriendo todo el espacio disponible, hasta la última baldosa del suelo, los activistas de la ANC.

Sería llegar los autocares y, al punto, comenzar el acoso permanente con gritos y exhibición de carteles plastificados en los que se acusaba al Rey de haber sido el genuino inductor de la matanza. Aunque el Rey logró librarse de esa primera acometida porque no llegó en esos autobuses, sino que acudió con los vehículos de la Casa Real. Pero todo estaba previsto para que tampoco él se pudiera escapar del cerco. Sobre todo él.

Aunque más que de cerco, cabría hablar de una auténtica operación jaula. Y es que, amén de los tres mil activistas de la ANC a los que por casualidad se les ocurrió situarse a ambos lados de la calzada por la que iban a tener que transitar todas las autoridades del Estado, justo detrás de esa mismas autoridades se encontraba ubicado el avispero de banderas esteladas que portaron otros centenares de activistas de la ANC y de Òmnium.

A ambos lados, derecha e izquierda, militantes nacionalistas en manifiesta actitud hostil. Justo detrás, un mar de esteladas y cientos de carteles también de la ANC. Sólo quedaba, pues, la presunta representación de la sociedad civil que abría la marcha.

Pero apenas cinco minutos antes de comenzar el acto, el Rey, Rajoy y el resto de autoridades observarían entre incrédulos y atónicos que también esos que iban en cabeza se giraban de repente hacia ellos para exhibir, y a apenas un metro de don Felipe VI, los mismos carteles de la ANC en los que se le hacía responsable del crimen islamista de La Rambla.

Todo estaba organizado hasta el más mínimo detalle para que aquello fuera una ratonera. Hasta el más mínimo detalle. Y sólo en el instante en el que, por fin, pudieron pisar la Plaza de Cataluña, casi una hora más tarde, comenzaron a sentirse libres los representantes todos de la soberanía nacional con su suprema encarnación al frente. Fue una celada.

© El Mundo

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