¿Tiene Albert Rivera una "eminencia gris"?

La juventud, el dinamismo, la frescura, la excelente imagen, el desparpajo, la desenvoltura mediática, la rapidez de reflejos, todo esto sabemos que lo posee Rivera. Pero al menos yo querría saber si por ventura existe en él también algo más.

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Hace un par de semanas, John Müller, experto en temas económicos de El Mundo, firmaba una noticia que informaba al lector de que Luis Garicano, prestigioso economista, profesor en la London School of Economics, estaba preparando el programa económico de Ciudadanos. Brillante columnista en la sección de Economía, no es habitual que el señor Müller firme informaciones en las primeras páginas de su periódico. Se notaba que la presencia de Garicano en el equipo de Ciudadanos era para él una noticia de primera magnitud.
Acostumbrados a que la mediocridad impere en el mundo político español, cuando alguna vez, por un inopinado capricho del hado, una figura de verdadera categoría accede a la enrarecida atmósfera de nuestra vida pública, vislumbramos por un instante que las cosas podrían ser completamente distintas de como son. Ya pasó cuando Rajoy designó a Eduardo Torres-Dulce como Fiscal General del Estado: sorpresa generalizada, pues, ¿cómo es posible que en la España de nuestra época un jurista independiente, de prestigio, brillante, culto e íntegro llegue a ocupar un cargo relevante en las más altas magistraturas de nuestro país? Ahora, con alguien como Luis Garicano colaborando con Albert Rivera en Ciudadanos, pasa algo parecido.
Sin embargo, a mí no me parece suficiente. Hace unos años, se celebró la presencia de Fernando Savater como eminencia gris en la sombra de la naciente UP yD de Rosa Díez. Lo que ahora mismo me pregunto es si, más allá de Luis Garicano como jefe del equipo económico de Ciudadanos, Albert Rivera se plantea la necesidad de tal “eminencia gris” en su pujante partido. Dentro de las élites ilustradas españolas, mucha gente está pensándose votar al partido naranja de Rivera; me parece que Enric González es uno de ellos. Por lo que a mí respecta, y sin que tenga aún nada decidido, es, a día de hoy, mi opción más probable. Sin embargo, para hacerlo con un poco más de convencimiento del que ahora tengo —confieso abiertamente que no aspiro al entusiasmo—, tendría que ver, más allá del moderno marketing político de Rivera a la americana, cierta sustancia filosófica, intelectual, narrativa, de la que me temo que carece.
No hay mejor práctica que una buena teoría”, decía el adagio. Rivera es ducho en comunicación política y le asiste una competente red de community managers. Libra bien la batalla de Twitter y de los platós, pero, ¿qué tal anda de cosas más sustanciales, que en último término afectan a lo que hay en lo más profundo de nuestro corazón? Incluso Zapatero tuvo su pequeño gurú, su intelectual de referencia, en -¿recuerdan?- un tal Philip Petit. En cuanto a Rajoy, lo fía todo al pragmatismo demoscópico de Pedro Arriola, y de ahí no pasa. Sin embargo, esperaríamos que Rivera fuera algo más allá.
Más allá también de Luis Garicano, por muy relevante que su presencia le parezca a John Müller. No digo que no lo sea, pero a mí lo que me interesa es a quién elige Rivera como su eminencia gris. Don Juan Manuel tuvo a su Patronio. Hoy, cuando triunfa por doquier la figura del coach, cuando redescubrimos que necesitamos sabios consejeros, gentes versadas en los viejos saberes humanísticos y que sepan traducirlos a la letra pequeña del día a día, me gustaría saber qué piensa a este respecto Albert Rivera. Porque la juventud, el dinamismo, la frescura, la excelente imagen, el desparpajo, la desenvoltura mediática, la rapidez de reflejos, todo esto sabemos que lo posee Rivera. Pero al menos yo querría saber si por ventura existe en él también algo más. 

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