Un Bachillerato clásico del siglo XXI

Compartir en:

He leído con suma atención la Tercera de ABC en la que Esperanza Aguirre propone restaurar en España el Bachillerato clásico y humanístico. Es una propuesta por la que siento una viva simpatía. En general, Esperanza Aguirre me cae bien: es una de las pocas figuras políticas que se atreve a decir lo que piensa y que hace propuestas originales y arriesgadas.

Básicamente, lo que querría Esperanza Aguirre es que volviéramos al Bachillerato de 1953, el aprobado por iniciativa de Joaquín Ruiz Giménez, por aquellos años ministro de Educación. Con sus luces y sus sombras, se trata, sin duda, del mejor bachillerato que hemos tenido: el de 1938 estaba demasiado escorado hacia un exagerado latinismo; el de 1970, no siendo del todo malo, ya fue una versión descafeinada del de 1953. En cuanto al logsiano de 1990, que hoy todavía padecemos, sobra todo comentario.
 
Como es obvio, no se trata de volver tal cual al Bachillerato de 1953; pero sí a un cierto espíritu, muy relacionado, por cierto, con el “momento democristiano” del franquismo representado por Ruiz Giménez, previo a la fase opusdeísta-tecnocrática, a la que pertenece Villar Palasí, responsable de la reforma de 1970. Bachillerato de 1953: claramente humanístico, con amplia presencia de las lenguas clásicas, literatura, historia y filosofía; y, sin embargo, también con equilibrio entre la atención prestada a las Letras y a las Ciencias. En líneas generales, es el rumbo que nunca deberíamos haber perdido.
 
Ahora bien: no se trata —repito— propiamente de ninguna “restauración”, de ninguna vuelta al pasado, sino de crear un nuevo bachillerato inspirándose en el espíritu y en las líneas generales del de 1953. Tenemos que pensar las cosas ex novo y desde nuestro propio presente. Y, haciéndolo, se me ocurre que ese nuevo bachillerato debería presentar el siguiente contenido:
 
Una asignatura de Lengua que, extendida durante varios cursos, se ocupase realmente del uso del idioma —vocabulario, lectura, ortografía, redacción, expresión oral etc.—, y no de los enloquecidos análisis sintácticos que ocupan hoy el 80 % de su tiempo, y a lo mejor me quedo corto.
 
Una asignatura genérica de Humanidades que, también extendida durante varios cursos, englobase contenidos de Literatura e Historia universales, Filosofía e Historia de las Ideas, Historia de las Religiones y del Arte etc.
 
Una asignatura genérica de Ciencias, plurianual, que comprendiese Historia de la Ciencia, Ciencia Contemporánea, Ciencias Naturales, Fisica y Química.
 
Una asignatura de Cultura General Matemática que combinase una visión humanística de las matemáticas —hay excelentes libros de divulgación al respecto— con una amplia base de matemáticas prácticas y operativas para todo el alumnado. Las matemáticas “técnicas”, preuniversitarias, sólo son realmente útiles para los alumnos ya enfocados hacia estudios superiores de Ciencias.
 
Una atención particular a la cultura general bíblica y grecolatina. Lógicamente, habría que recuperar al menos un curso de latín para todos los alumnos de instituto, ampliados luego para los estudiantes de Letras.
 
Un replanteamiento radical del tema de la lengua extranjera: no tiene sentido malgastar recursos y aburrir a los alumnos con tropecientos años de inglés desde Primaria hasta Selectividad. Debería acortarse radicalmente el número de cursos, concentrarlos en la Educación Secundaria y, eso sí, dar más tiempo semanal a la asignatura —por ejemplo, cuatro horas a la semana durante dos o tres años: esto debe sobrar para adquirir una buena base de inglés.
 
Finalmente, creo que el instituto también ha de proporcionar a los alumnos una buena “cultura general práctica”, que, en mi opinión, podría tener el siguiente contenido: un curso de Economía, Finanzas y Leyes, otro de primeros auxilios y nociones de Medicina y Salud y uno de defensa personal.
 
Como seguro que se imagina el lector, los párrafos anteriores sólo constituyen unas pocas ideas generalísimas dentro de otras muchas consideraciones que habrían de hacerse a propósito de la reforma de nuestro sistema educativo. Sin embargo, espero que basten para dar una idea de en qué dirección -al menos desde mi perspectiva- deberían ir los tiros.
 
Ahora bien: antes de terminar estas breves reflexiones, quisiera hacer una observación que me parece de importancia capital. Un buen bachillerato sólo es posible si, en primer lugar, es verdaderamente panorámico, si inicia a los alumnos en los fundamentos de todas las ramas del saber, y si —en segundo lugar y con una importancia esenciadísima— está pensado de manera que todo en él sirva para enseñar a los alumnos a hablar el lenguaje unitario de la cultura. Todo lo que se enseñe debe poder incorporarse, como vocabulario procedente de diferentes campos, a un único y global “idioma de la cultura”. Porque, si no es así, la mente de los alumnos se frustrará ante la sensación de que por aquí se les enseñan algunas palabras desperdigadas de francés, más allá otras de alemán, unas pocas de ruso, otras de italiano etc. etc. Y, ¿qué hacer con tal batiburrillo? ¿Qué hacer si no percibo que todo lo que aprendo se incorpora, como pieza útil, al rompecabezas único de mi cultura general? Pues eso justamente es lo que sucede hoy con nuestra jungla de asignaturas con frecuencia mal concebidas y muy pobremente interconectadas entre sí, reflejo de la fragmentación espiritual e intelectual de nuestra época.
 
Por último: me parece muy mal síntoma que, a raíz de la Tercera de Esperanza Aguirre a la que me refería al principio de estas líneas, no se haya generado ningún debate nacional en torno a la reforma de nuestro bachillerato. A lo mejor es que se desprecia la propuesta por la mera identidad de quien la que la formula. A lo mejor es que lo de Bachillerato clásico suena a “franquista”. A lo mejor es que se ha extendido la idea de que las Terceras de ABC, antaño míticas, hace tiempo que huelen a naftalina.
 
Pero tal vez es que nos da miedo reflexionar juntos sobre las cosas esenciales. Tal vez es que nuestro país se ha acostumbrado a no mirar de frente a la realidad. Tal vez es que no queremos darnos cuenta de que no ya nuestra prima de riesgo —que también—, sino nuestro destino como nación, y aun el individual de cada uno de nosotros como seres humanos, depende pero que muy mucho de lo que se haga en las aulas de nuestros institutos.
 
Tal vez es que ya no amamos ni la verdad ni la belleza y hemos condenado a Platón al exilio.
 
Tal vez es que ya tenemos alma de esclavos.
 
Dios quiera que no.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar