De animales y hombres

¿Es el animal una persona?

Un interesante debate se ofrece en el reciente libro titulado "De animales y hombres. Entre la cultura y la naturaleza" (ediciones Fides) entre Yves Christen y Alain de Benoist. Yves Christen es, al mismo tiempo, un científico (biólogo especialista en los campos de la genética, la inmunología y las neurociencias), bastante desconocido en España, y un divulgador (o popularizador) de las temáticas biológicas y de las problemáticas "biologistas".

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Un interesante debate se ofrece en el reciente libro titulado “De animales y hombres. Entre la cultura y la naturaleza” (ediciones Fides) entre Yves Christen y Alain de Benoist. Yves Christen es, al mismo tiempo, un científico (biólogo especialista en los campos de la genética, la inmunología y las neurociencias), bastante desconocido en España, y un divulgador (o popularizador) de las temáticas biológicas y de las problemáticas “biologistas”, condiciones que le habilitan para entablar un debate con Alain de Benoist, sobre la cuestión de “la naturaleza del hombre” (o sobre “lo propio del hombre”), según se conceda la primacía a la cultura o a la naturaleza, a la sociología o a la biología, o se aproximen ambas vertientes. Alain de Benoist se inclina por los aspectos culturales y sociales, sin descartar la influencia biológica; Yves Christen por lo genético y lo biológico, sin renunciar a la incidencia del hecho cultural y social. Alain de Benoist cree, de forma filosófica, que existe algo “propio del hombre”; Yves Christen considera, de forma científica, que esas “propiedades” también existen en algunas especies animales.

Durante mucho tiempo hemos considerado que la naturaleza había privado a los animales de las cualidades que nosotros, los humanos, poseemos: la aptitud para razonar, aprender, comunicar, adaptarse, descodificar, transmitir, enseñar, progresar…

Los trabajos científicos han pulverizado esta creencia heredada, y durante las últimas décadas, nos han sorprendido todavía más. ¿Qué son realmente los animales? Sabemos que son juguetones, bromistas, risueños, a veces también feroces; descubrimos que son tramposos, mentirosos, embusteros, pero también cariñosos, melancólicos o incluso emotivos, estrategas, sensibles a las intenciones de los demás, capaces de respetar una moral o de elaborar una cultura.

El gran ingenio de los tests experimentales y la extraordinaria diversidad de las observaciones científicas (etología, genética, psicología, zoología, primatología, neurociencia) nos revelan las facetas de la inteligencia y de la identidad animales, y prueban la absurdidad que hay en reducir las competencias de la bestia a la sola fuerza de su instinto. Porque a pesar de las características que sustentan la homogeneidad de su especie, cada animal es un individuo completo por derecho propio, un ser social único, complejo y, por lo mismo, sujeto del derecho.

Parece que estamos viviendo una época bastante singular sobre el plano de nuestra relación con el animal. Quiero decir con esto que, por una parte, el hombre de la calle, de cualquier suerte, descubre que el animal es un ser interesante al que se aproxima, mientras que antes no le unía ningún vínculo, y al mismo tiempo, lo que más me interesa y justifica la publicación de esta obra es el hecho de que la ciencia descubra en el tema del animal, en el tema de los animales, habría que decir, un cierto número de facetas, un cierto número de componentes, de sus talentos, que antes ignorábamos por completo.

Muchos animales, no sólo los grandes simios, utilizan útiles y herramientas, tanto en la naturaleza como en cautividad, los animales tienen también comportamientos que nosotros consideramos como morales: por ejemplo, un animal puede sufrir al ver sufrir a otro animal, puede incluso aceptar no alimentarse con tal de no infligir sufrimiento a otro animal. Un animal puede tener sentido de la justicia y, si él estima que una situación no es equitativa, aceptará perder un determinado beneficio en lugar de seguir el juego como parte del experimento.

En el plano de las relaciones sociales está claro que los animales viven en sistemas sociales extremadamente complejos, que son casi tan complejos como los sistemas sociales que nosotros conocemos en la especie humana. Si tomamos el lenguaje, que es frecuentemente considerado como un privilegio de la especie humana, se observa que los animales, como algunos simios, son capaces de comprender lo que les decimos, en inglés por ejemplo, y de responder por otros medios, utilizando un teclado o un tablero.

Vemos a través de estos ejemplos, y hay muchos otros más, que todo ese famoso “propio” del hombre, todas esas famosas características que estaban dirigidas a mostrar que existen entre ellos y nosotros una brecha extraordinaria, desaparecen. Y, efectivamente, cuando tomamos conciencia de ello, nos damos cuenta de que el animal es “otra” persona, que tiene una personalidad, que tiene una riqueza interior, y pienso que nuestra relación con él no puede prescindir de estos parámetros.

Hay otra cosa que me ha surgido, a veces mediante el estudio de la literatura científica, pero también a través de mis propias experiencias con los animales, especialmente en la naturaleza, y sobre todo africana, en particular con los leopardos. Y esta cosa es el hecho de que el animal difiere de cualquier otro sobre la base de su individualidad; cada individuo es diferente del otro, pero ya sabemos que lleva mucho tiempo percibirlo.

Y por otro lado, en el sistema social de estos animales, cada individuo ocupa una posición particular, expresando el lugar de una persona en su red social, y si yo muevo o desplazo a esta persona, por cualquier razón, su ausencia afectará a los otros miembros de la red social, su ausencia llegará a los que la aman, la aprecian, también, en cierta manera, a sus enemigos, que serán, en cualquier caso, perturbados por su ausencia. No es, pues, un número entre otros, no es un número que pueda cambiarse por otro número, es una persona individual bien precisa.

Debemos tratar a los animales sobre la base, no ya de su pertenencia a la especie, a un grupo, sino sobre la base de su propia individualidad. Y, si nosotros realizamos esta operación, que es una apertura hacia lo que los filósofos llaman la “alteridad”, el reconocimiento del otro, el reconocimiento de que el otro tiene un mundo interior, un universo mental propio, si nosotros actuamos así, entonces, por supuesto, llegaremos a concluir que, en nuestra relación con el otro, que es una persona animal, tenemos ciertas derechos y ciertas obligaciones, y que este problema es muy importante en todos los campos y todos los dominios, incluyendo el de la investigación científica.

Una cosa está clara por lo que a mí respecta: considero que la búsqueda del reconocimiento de lo que yo llamo la “ética del conocimiento” es uno de los grandes valores humanos, es algo esencial, y pienso que tenemos el derecho y el deber de implicarnos en esta búsqueda del conocimiento. Por tanto, sea por la vía de la experiencia animal, o por la vía de la investigación sobre el hombre, si tenemos ese derecho es porque está vinculado a ese gran valor de la búsqueda del saber, y es también porque esta obligación de hacer lo que sea, y más exactamente en la investigación sobre el hombre, implica también la de experimentar no importa de qué manera; pienso que, de la misma forma, debemos tener una preocupación similar en nuestros trabajos sobre el animal y que debemos ofrecer a los animales unas condiciones de vida decentes.

Y a este enfoque, que es directamente fruto de la investigación, se añade una preocupación que pertenece al orden de la investigación filosófica; tenemos la obligación, en cualquier caso, de descubrir en el espíritu de este “otro”, que es el “otro” por excelencia, el otro que es un “verdadero otro”, que todavía es “más otro” que cualquier “otro humano”, desde luego. Tenemos la obligación de buscar, de alguna manera, lo que alimenta su mente y su espíritu, y si actuamos de este modo, probablemente aprenderemos mucho más sobre este “otro” que es el animal, incluso creo que aprenderemos mucho más sobre nosotros mismos: el sistema funciona siempre como un espejo, si yo aprendo a conocer mejor al otro, a percibir mejor el espíritu del otro, al mismo tiempo ello me llevará a comprenderme mejor a mí mismo.

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