Diez veces NO para un escritor principiante

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A ciertas edades lo mismo da decir “hace dos años” que “hace tres años”, de modo que me aplico el axioma y les cuento que hace dos o tres años, en una conversación mañanera que mantuve con mi tocayo José Vicente Vaquero Santillana, en la cafetería San Pedro de Carmona, surgió el asunto de casi siempre: qué consejos le daría yo, a él, en aquel entonces escritor en ciernes y a punto de publicar su primera novela. Intenté explicarle que no podía decirle lo que debía hacer porque, presuponiéndole talento (que lo tiene) y ganas (que le sobran), él mismo se iría despejando todas las incógnitas, esas recomendaciones que los autores de recorrido ya un poco largo suelen hacer a los más jóvenes aunque, en el fondo, sospechan que en el peor de los casos caerán en saco roto; y en el mejor, serán innecesarias.

De todas formas, sí me detuve unos minutos (a mí me parecieron unos minutos, a lo mejor a mi amigo se le hizo interminable la perorata), exponiéndole algunos defectos de uso y método que suelen aquejar a los autores principiantes. Errores que él, dispuesto a dar el primer paso en la batalla, debía evitar como soldado a la metralla ciega. Más que nada por ahorrarse sinsabores, críticas negativas de su obra y algún que otro malentendido con editores, autores y gente del gremio en general.

Recuerdo aquella conversación en la cafetería San Pedro, a la hora amable en que ya ha terminado el desayuno de las marujas y su consiguiente griterío, cuando sólo quedaban en el amplio local unos pocos jubilados, lectores de periódicos y otros gustadores de ocio. Y de silencio.

Recuerdo haberle recomendado, con menos orden pero idéntico énfasis, el siguiente recetario-compendio de inoportunidades que todo escritor con ganas de serlo debería tener presente desde sus comienzos.

Allá que va, a ver qué les parece:
(Bien entendido que el decálogo ya no va dirigido a José Vicente, porque no lo necesita. Pero otros, quizás, anden faltos de él y algún día les llegue a la memoria e incluso agradezcan esta lectura).

1-No enviar material “por si cuela”.- Ni a las editoriales, ni a concursos literarios, agencias, amigos, otros escritores, revistas (aunque sean virtuales, ese coladero). A nadie. Nunca. Un autor novel y con apetito por dejar de serlo tiene que marcarse el máximo nivel de exigencia, no enviar nunca “material de segunda”, desaliñado y poco trabajado. Por el contrario: hay que someter a la lectura de los demás aquello de lo que estemos convencidos que es lo mejor que podemos hacer en ese momento. No hay nada que irrite más a un editor, o a un hipotético escritor que se haya prestado a leer la obra de un novel, que escuchar la célebre excusa: “Bueno... Esto lo escribí hace año y medio... Ahora estoy escribiendo algo que creo es mucho mejor...”. ¡Pues si es mucho mejor, mendrugo, espérate a terminarlo, repásalo veinte veces, púlelo como la patena y plantéate entonces dar la brasa con tus manuscritos!

2-No prometer lo que no se puede dar.- Ligereza estilística y de planteamiento muy común en autores principiantes. Si en las primeras páginas de tu novela dices que vas a contar una “pintoresca”, “inaudita”, “extraña” historia, eres rehén de tus palabras. Si la protagonista de la narración le parece a su recién enamorado la mujer más bella del mundo, ya tienes bastante: contar cómo es, por dentro y por fuera, la mujer más bella del mundo. Hace muchísimos años, en una novela de ciencia-ficción que compré en un kiosco, leí atónito la siguiente frase: “Tras abrir la puerta, contempló el espectáculo más horripilante que persona alguna pudiera imaginar”. Pues hala, a contarlo, a ver si eres capaz. No deberíamos confundir la ambición con la temeridad, ni prometer un océano cuando se puede estar de maravilla a la orilla del río. Y como el cauce tranquilo de un río en verano, dejad que fluyan las ideas y las palabras, no que se desmadren las intenciones.

3-No atosigar al lector con información que no necesita.- Empeñarse en contarlo todo, con pelos y señales, es una inclinación recurrente en los autores que empiezan. Algunos reúnen importante documentación necesaria a la novela, en cantidades industriales, y a la hora de escribir se empecinan en utilizarla toda, como si su obra fuese a perder valor o ellos dejaran de ser escritores esmerados por omitir el detalle de que la iglesia parroquial de Villavitangos del Páramo es de estilo neomudéjar con posteriores añadidos platerescos. Otros, muestran una tenacidad especial en describir físicamente a sus personajes, principales y secundarios, y nos cuentan hasta de qué color tienen las palmas de las manos, cómo van vestidos ese día y si han dormido bien o les queda una legaña remolona. Dejad que el lector respire. Dejadle que imagine, que sueñe un poco y componga su propio escenario para la novela, y ponga rostro a los personajes y timbre a la voz de cada uno. Dejad que el lector re-escriba su propia novela conforme va leyendo la vuestra. Pues él desea ser conducido al mejor escenario posible, pero no que le metáis a la fuerza cucharadas de paisaje. No lo atragantéis.

4-No demostrar lo bien que sabemos escribir.- Esto es de primero de básica. El novelista que cada siete u ocho páginas “suelta el automático” y nos regala un par de párrafos con florituras estilísticas, aún no es un novelista. Como decía quien lo decía: “No hay que escribir bien, hay que escribir regular tirando a mal. Después, a la hora de corregir, ya demostraremos lo que sabemos”.

5-No ser más listo que el lector.- Porque el lector espera que le sorprenda la novela, no el autor. Procura encandilarlo con todas las ideas, imágenes, sugerencias que tu narración puede hacerle concebir, no con tu inmensa erudición y lo brillante de tu estilo. Hay un paso entre lo concienzudo y lo pretencioso. Aprende a distinguirlo.

6-No dejar tornillería a la vista.- Una obra literaria, y en especial la novela, es el resultado, entre otras cosas, de la articulación de una estructura compleja, la cual compone el escenario global de la narración, un ecosistema perfectamente equilibrado y artificialmente sujeto por resortes internos que nunca deben desvelarse. El escenario resulta hermoso, pero la tramoya es cacharrería. Si dejas a la vista el artificio, la novela cae como los muros de Jericó, la verosimilitud se desploma y la obra en su conjunto se queda en nada. Desde esta perspectiva, lo importante de una novela no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta. Tienes que conducir al lector por un polígono industrial y que sus ojos vean las pirámides de Egipto. Esa es la realidad de la ficción. “¿Dónde está la diferencia entre el artificio y el arte?”, te preguntarás. En el resultado, sin duda. “¿Y cuál es el resultado?” Termino: nunca lo que crees haber escrito; siempre, lo que el lector ha leído.

7-No dejar para el último día la última corrección.- Escribir es corregir. Redactar está al alcance de cualquiera que haya ido a la escuela y no faltase el día que enseñaron el abecedario. Escritor es aquel que, con un montón de folios redactados por él mismo, a modo de materia prima, es capaz de pulirlos y destilar a partir de ese magma una obra literaria. Por cada hora que dediques a escribir, emplea tres en corregir. La inspiración súbita nunca trajo a la literatura nada sobresaliente, a excepción del Kubla Khan, de Coleridge. Y la flauta sonó muy de casualidad. No esperes que un rapto de inspiración te revele la página perfecta. Más bien confía en ti para (re)escribirla después de diez o doce intentos. 

8-No olvidar que existe la papelera.- A veces, el invento no funciona ni por delante ni por detrás. Obcecarnos en salir del atolladero sólo deparará más fatiga, más frustración y mucha más desconfianza en nuestras posibilidades. Todos los grandes novelistas tienen obras fallidas. Todos. Si quieres ser uno de ellos, no pretendas ser más que ellos. Cuando te deshagas de ese material imposible, habrás aprendido algo importante: humildad. Quien escribe desde la presunción de infalibilidad es un necio. Quien lo hace con la humilde diligencia del aprendiz, se comporta como una persona razonable. No basta con estar en el camino, hay que avanzar en la dirección correcta.

9-No obsesionarse con el éxito.- Obsesiónate con la literatura y nada más. No dejes que nada más te aparte de ese objetivo. Tu obra es lo único importante, y fundamental que sea merecedora de la exclusiva distinción que ambicionas: una obra literaria. Los jugosos contratos, las ediciones primorosas, los laureles comerciales o académicos, el dinero, la celebridad... Todo eso es bambolla, oropel, lentejuelas y bobadas. Para hacerse famoso y ganar mucho dinero hay caminos mucho más sencillos que la literatura. No pierdas el tiempo rellenado folios. Preséntate al casting de cualquier programa de esos y que tengas mucha suerte.

10-No perder nunca la ambición.- Si el arquero apunta a la esquina, el dardo caerá a dos pasos de la puerta de su casa. Si apunta al sol, la flecha llegará lejos, seguro. Si aspiras a ser el último superventas en las librerías de Carrefour, te quedarás en “Zutano, aquel que escribía”. No te permitas ese error. No peques de codicia sino de ambición. Tienes que proponerte ser Flaubert, o Dostoievski, o Bernhard, o Faulkner. O Cunqueiro. O Carpentier. Y nunca intentes ser Borges si antes no has publicado diez o doce libros y tu obra se conoce en los seis continentes. Escribir con ánimo de medianía produce siempre el mismo resultado: mediocridad prescindible. Si intentas ser Joyce puede que fracases, pero habrá merecido la pena. Serás tú, nada menos... y lo que tú quieres ser: un autor literario “de los de verdad”.

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