Reflexiones casi lascivas de mujer

Las relaciones amatorias del matrimonio Sarkozy

Una supuesta carta de amor dirigida al presidente francés por la diputada Isabelle Balkany ha vuelto a desatar los rumores sobre la vida privada del matrimonio Sarkozy. O más exactamente sobre el tipo de relaciones matrimoniales que mantiene la pareja. Cecilia ha dado la cara apoyando a su marido y diciendo, o permitiendo que se diga en su nombre, que la carta era de una amiga suya e iba dirigida a ella, mientras que, por su parte, la supuesta amante ha dicho otro tanto.

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ISABEL GUERRERO
 
Es posible que sólo se trate de un malentendido –o no…– y no haya ninguna amante. ¡Qué importa, en efecto! Nada, desde luego. Pero lo que sí importa, lo que sí es significativo, son dos cosas: la maledicencia de la prensa con las relaciones íntimas de los Sarkozy, y lo que éstas puedan tener –que a mis ojos lo tienen– de ejemplar.
 
Gente poco convencional
 
Nicolás Sarkozy y Cecilia Ciganer-Albéniz son una pareja de derechas, pero su relación no obedece al patrón típico conservador de la derecha y tampoco encaja en las relaciones matrimoniales de los llamados “progres”: están casados y no optaron por ser padres solteros, ni por constituir una de esas parejas que, al primer desliz del otro, va corriendo a los tribunales. Son gente que rompen los esquemas de todos.
 
Recordemos que su romance empieza marcado por la falta de convencionalismo: se conocen mientras él oficia la ceremonia de la boda de Cecilia con uno de sus mejores amigos; se convierten en amantes y ambos terminan abandonando a sus cónyuges. Después de unos años de convivencia fructífera, por motivos que ellos solo conocen, tienen relaciones extramatrimoniales, y aún así el matrimonio no se rompe, ni se escapa por la puerta fácil del divorcio: al contrario, sale aparentemente fortalecido de la crisis. Ahora la prensa nos viene con que Sarko tiene una amante, cuya existencia sería aparentemente tolerada por su mujer, según dicen algunos. Cecilia es una mujer que ha demostrado apoyar a su marido en su labor política, y no como una muñeca de salón, sino activamente, aunque eso sí, dentro de su muy personal estilo, el cual no es perdonado ni por tirios ni troyanos.
 
Francamente los arreglos matrimoniales de los Sarkozy me tienen sin cuidado, y aunque adhiero a su forma abierta de enfocar las cosas, no estoy entrando en juicios de valor sobre si es correcto o no algo que sólo compete a ellos. Lo que me escandaliza es más bien la mojigatería y la hipocresía de la sociedad que dice ser abierta. Todos sabemos que, de las permitidas amantes oficiales de Mitterand, nadie habló nunca, ni escandalizaron a nadie, y si aquí sucede lo contrario es por una sencilla razón: contrariamente a la discretísima y esfumada Madame Miterrand, es la mujer de Sarkozy la que está abiertamente implicada en el asunto por el consentimiento que, aparentemente, da a las amantes de su marido.
 
Rompiendo esquemas
 
Son cosas que rompen todos los esquemas sociales hoy imperantes. Nada de ello encaja con ninguno de los tres modelos fundamentales destinados a regir el comportamiento de la mujer. Por un lado, el modelo de la feminista militante a quien ofende ser objeto de deseo por parte de un hombre; en el extremo opuesto, el modelo de la esposa y madre abnegada, casi asexual, que propugnan los conservadores a ultranza; en medio, el modelo de la mujer de carrera, esposa o madre soltera, ama de casa siempre y esclava las 24 horas del día. ¿Y las que, como Cecilia, no encajan por completo en esos roles? Pues son –somos– “las otras”, las marginales, las raras, como siempre que no te sometes a los dictados de la mayoría.
 
En una sociedad zafia y vulgar, donde se ha perdido el gusto por la belleza y la sensualidad, donde la pornografía ginecológica ocupa gran parte de nuestras vidas, donde las vallas publicitarias nos inundan con anuncios ramplones implícitamente sexuales, donde el sexo pierde, de tan visto, su aura de misterio y de pasión, aceptamos que la vida amatoria se encierre en las tres modalidades permitidas: sexo “progre”, libre, aburrido y sin creatividad; sexo conservador para reproducirnos en la santidad del matrimonio; o sexo feminista para demostrarles a los hombres que somos tan machos como ellos, que no vamos a permitir que nadie nos envíe un ramo de flores ni nos abra la puerta de un coche, que nos vamos a tirar a los tíos como verdaderas coleccionistas, al tiempo que sacamos la vara de medir para verificar si comparten las labores hogareñas dentro de la más estricta y cuantificada igualdad.
 
¿Ha ido a parar al baúl de los recuerdos aquella famosa frase de antaño que decía: “Se es una dama en el salón y una puta en la cama”? ¿Dónde están las demi-mondaines francesas, las cortesanas del siglo xix? No existen, están proscritas tanto por las “progres” feministas que consideran que ser objeto de deseo de un hombre es pecado capital, como por los conservadores que siguen sosteniendo que el papel de la mujer es sólo el de madre y esposa.
 
Ahora bien, una mujer, si es libre como dicen, puede optar por el modelo que desee: madre o mujer de carrera, madre y mujer de carrera a la vez, sin renunciar jamás a su propia esencia –su feminidad–, la cual consiste no sólo en arreglar un ramo de flores en un jarrón, sino también en experimentar plenamente su propia sexualidad, sin cortapisas de un signo o de otro. Puede ser madre de sus hijos y mujer de su hombre, cómplice, fiera para defender lo que quiere, pantera sexual por ella misma y por su compañero. Mujer total.
 
Soy reaccionaria
 
En últimas, soy tan reaccionaria que, puestos a elegir, preferiría el denostado modelo de la aristocracia del Antiguo Régimen: el matrimonio era un proyecto largo con un cómplice-amante-marido, destinado a fundar una familia donde unos hijos crecieran sanos y disciplinados entre sus padres. Tampoco es cierto que todos los matrimonios estuvieran arreglados; el único requisito era pertenecer a la misma clase social, siendo posible, dentro de ello, enamorarse de quien fuera. Era también una sociedad en la que la infidelidad de cualquiera de los cónyuges no era vista como una crisis que abocaba al divorcio. Una sociedad donde había cortesanas cultas que eran hetairas en las artes amatorias y, donde no había tanto beato laico; donde los católicos eran católicos y no calvinistas; y donde, posiblemente, abundaba más el amor y la pasión. Donde no había un mercado de carne por Internet en que hombres y mujeres de todos los niveles sociales, solos y desarraigados, van en pos del supuesto amor verdadero, bien entrados en la cuarentena, porque con tanta falta de compromiso no han logrado una relación de pareja fuerte y estable. ¿Se podría inventar un mundo dónde el amor no se midiera tanto por la exclusividad de los órganos genitales, sino de la mente y el corazón; un mundo también en el que tanto la derecha como la izquierda “sociales”, llamémoslas así, se desprendieran de sus rémoras y obcecaciones?
 
¿Podremos algún día tener una derecha desprovista de victorianas cortapisas sexuales, una derecha cuyos principios y valores no la impulsen a intentar reglamentar y sojuzgar la vida sexual de la gente? ¿Podrán algún día los “progres” liberarse del dogma de esa “honestidad” casi calvinista en la que, imponiendo su propio modelo restrictivo, el amor casi se convierte en un contrato amistoso de palabra? En el fondo, unos y otros abogan por la posesión del cuerpo, pero no por la de alma, ese único sitio en el que se juega la fidelidad y la lealtad a un sentimiento. Es esto último lo que parecen haber entendido y practicado a la perfección la pareja formada por Nicolás y Cecilia.

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