Disidentes: un gesto de honor
Ha escocido en medios socialistas la clamorosa disidencia de la vasca Rosa Díez, no por anunciada menos sensacional. El socialismo oficial se ha apresurado a estigmatizar a la disidente con todas las imputaciones que suelen cargarse en la espalda de los desertores. No obstante, hay razones para preguntarse quién ha abandonado realmente a quién: si Rosa Díez al Partido Socialista, o si éste a sus propios militantes.
En efecto, la militancia socialista ha visto cómo, en apenas seis años, un partido nacional, español, constitucionalista y antiterrorista se convertía en adalid del pacto con todas las fuerzas secesionistas, de una revisión constitucional de tapadillo y de la negociación con los terroristas de ETA. Lo que el PSOE representa hoy, aquí, tiene bastante poco que ver con el lugar que ha venido ocupando hasta ahora en la política española. En ese sentido, la disidencia de los socialistas vascos es más coherente que la ortodoxia del zapaterismo.
El gesto de Rosa Díez, por otro lado, tiene que ser puesto en relación con la disidencia abierta en Cataluña por Ciutadans, que es igualmente un fenómeno que afecta sobre todo a la izquierda. Porque Ciutadans es también una reacción de la izquierda nacional (o, si se prefiere, constitucional) en un ámbito donde el socialismo ha optado por abrazar la causa y los intereses del nacionalismo secesionista. Por encima y por debajo del furioso ruido de la cúpula del PSOE, es evidente que la izquierda española tiene un problema. Y que ese problema lo ha creado la política de Zapatero, hecha a partes iguales de sectarismo y de oportunismo. Tales veleidades, al final, pasan factura.
En términos generales, la disidencia de Rosa Díez, como antes la de Ciutadans, no parece que vaya a cambiar gran cosa en las líneas mayores de la política española: el tejido de la partitocracia es demasiado fuerte como para que se desgarre por posiciones testimoniales. Pero al margen de su utilidad a corto plazo, y al margen también de la mayor o menor sintonía ideológica que esas disidencias inspiren, tales gestos merecen elogio: son signo de independencia de espíritu y de compromiso con las propias convicciones. Abandonar el opulento paraguas de los partidos, sus dineros y sus estructuras, y salir a la intemperie de la defensa de los principios, eso es algo que inspira un profundo respeto. Porque es una cuestión de honor.
Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.
¿Te ha gustado el artículo?
Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.
Quiero colaborar