Según una portavoz de la CRE citada por The Times, el álbum Tintín en el Congo contiene "imágenes y palabras con prejuicios raciales atroces, donde los ´nativos salvajes´ parecen monos y hablan como imbéciles". A título de ejemplo, se cita la escena en la que el reportero es nombrado jefe de un poblado africano porque "es un buen hombre blanco". También se menciona la escena en la que Milú es coronado rey, que según la CRE "promueve la visión racista de que los negros deberán ser guiados por blancos e incluso por un perro."
Con esos avales, la CRE ha exigido a la cadena de librerías Borders, que comercializa el producto, que lo retire de sus establecimientos. "¿Cómo y por qué Borders cree que es correcto vender este tipo de material racista?", se pregunta la CRE, que añade: el único lugar donde sería "aceptable que este material se expusiera es en un museo, junto a un gran cartel que dijera: Disparate racista y pasado de moda."
Hergé ya pasó por aquí
Hergé, el creador de Tintín, dibujó la mayor parte de su producción antes de los años sesenta, y de ella, varios álbumes antes de la segunda guerra mundial. Dos piezas de aquella primera época resultaron especialmente polémicas después: Tintín en el País de los Soviets (la Rusia soviética) y este Tintín en el Congo. Después de 1945, y en el contexto de una “guerra fría” que en el terreno de la cultura ganó muy claramente la URSS, Hergé fue obligado a hacer acto público de abjuración: "En cuanto a Tintín en el Congo, así como Tintín en el país de los Soviets, el hecho es que mientras crecía me alimenté de los prejuicios de la sociedad burguesa que me rodeaba", confesó el autor. Ambos álbumes habrían sido “pecados de juventud.”
Para prevenir ese tipo de censuras, la editorial Egmont –que publica Tintín en Gran Bretaña- había añadido a los volúmenes de estas obras una etiqueta según la cual contienen "estereotipos burgueses y paternalistas de la época, interpretación que algunos lectores podrían encontrar ofensiva."
¿Es racista Tintín?
El reproche de racismo contra Tintín es recurrente, pero, a juzgar por el conjunto de la obra de Hergé, se hace difícil mantener la acusación. No hay signo alguno de racismo en Tintín en América (1931), donde ofrece una imagen idealizada de los pieles rojas, ni en El loto azul (1934), que transcurre en China, ni en El templo del Sol, en Perú (1946), etc.
El problema que plantea el uso del término “racismo” para calificar una historia como la de Tintín en el Congo es que, de aplicarse universalmente, una buena parte de la producción audiovisual debería ser proscrita. Pensemos, por ejemplo, en las películas de Tarzán con Johnny Weissmüller, donde los nativos negros no aparecen como gentes sabias y valerosas, precisamente.
La cuestión de fondo es: ¿Una interpretación subjetiva de desvalorización justifica un reproche objetivo de “racismo”? Y si es así, ¿ese reproche podría circular en las dos direcciones?