Argelia: una lección práctica de decadencia

Hoy nadie se acuerda de aquello, pero provocó dos golpes de Estado, acabó con la IV República, inspiró la intervención francesa en la crisis de Suez de 1956 y desembocó en uno de esos genocidios de los que nadie habla: el de los harkis.

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Hoy nadie se acuerda de aquello, pero provocó dos golpes de Estado, acabó con la IV República, inspiró la intervención francesa en la crisis de Suez de 1956 y desembocó en uno de esos genocidios de los que nadie habla: el de los
harkis. La guerra de Argelia no ha perdido vigencia, sin embargo, porque muchas de sus características rebasan el marco de lo francés y se repiten en lo que va quedando de Europa de forma parecida.

Resumamos de manera muy breve los hechos: en 1954, cuando Francia está todavía comprometida en el costoso conflicto de Indochina (1945-1955) y acaba de sufrir el desastre militar de Diên-Biên-Phu, estalla una revuelta en Argelia que el gobierno de la IV República se niega en un principio a tratar como una grave crisis nacional; por esta razón toma las medidas de carácter policial habituales, que sólo sirven para envalentonar aún más a los rebeldes, que inician una serie de matanzas de europeos y musulmanes que alcanzan los objetivos políticos deseados: en 1956, Argelia está en llamas y Francia en guerra.

Desde 1830, Francia había realizado una política de colonización en el norte de África que atrajo a centenares de miles de europeos, entre ellos muchísimos españoles, a participar en la explotación de los recursos del país y a desarrollar grandes ciudades como Argel y Orán. Cuando decimos colonos, no debemos pensar en dueños de plantaciones y demás clichés de la imaginería histórica, sino en hosteleros, agricultores,   albañiles, maestros, mecánicos y demás profesiones y oficios que pertenecen al ámbito de las pequeñas clases medias. Estamos hablando de un arraigo de cuatro generaciones de europeos en una tierra mediterránea que ellos contribuyeron a poner en utilidad con mucho trabajo, ya que aquel país no era precisamente un vergel. El siglo XIX transforma un conglomerado de aduares anárquicos y misérrimos en un territorio próspero y unificado; hasta el propio concepto político y geográfico de Argelia es francés. Además, muchos musulmanes se sentían a gusto y protegidos con la metrópoli. Es cierto que colonos y musulmanes formaban grupos sociales antagónicos y que la población islámica estaba en desventaja. Pero, desde 1919, se habían aprobado medidas para cambiar esa situación que estaban empezando a tomar efecto poco a poco. Con el tiempo, surgieron diferentes grupos nacionalistas musulmanes que partieron de un carácter meramente religioso para adoptar tonos más modernos y hasta marxistas, con la ayuda inestimable del partido comunista de Francia, que decidió envenenar la situación en Argelia para seguir las instrucciones de disolución de los imperios coloniales de la Komintern.

Durante el dominio francés en Argelia hubo varias rebeliones, especial relieve tuvieron la de la Kabilia de 1871 y la de Constantina en 1945, todas ellas dominadas por Francia con gran contundencia y escasos medios. Desde 1943, la situación se fue deteriorando y demagogos aparentemente moderados, pero de un oportunismo rabioso, como Ferhat Abbas, sembraron los vientos de la galerna que estalló el 1.º de noviembre de 1954. La atención de París a los problemas de Argelia era rutinaria, por no decir nula, y confiaba su arreglo a la tecnocracia de los prefectos y subprefectos, en los que se relegaba la atención de los departamentos franceses del norte de África —Argelia era Francia, no una colonia; desde el año 1848, los territorios civiles  estaban encuadrados en departamentos tan "franceses" como Indre et Loire o Corrèze—. Demasiado absorta en sus trifulcas parlamentarias, sus gobiernos efímeros y su conflictividad social, la IV República apenas prestaba atención al caldero argelino, en ebullición desde las independencias de Marruecos y Túnez.


LA REBELIÓN

En 1945, con sólo nueve mil soldados, buena parte de ellos musulmanes, el general Duval aplastó sin misericordia la rebelión en la región de Constantina. Fue un estallido demoledor, acompañado de todo el rosario de atrocidades que acompañan estos acontecimientos en el norte de África: violaciones, degollamientos, castración de las víctimas europeas y demás atrocidades que no resultan desconocidas a los familiarizados con nuestra guerra del Rif. En intensidad y furia superó con mucho al chapucero día de Todos los Santos de 1954. El general francés no se anduvo con pequeñeces, realizó una justicia rápida, ejemplar y expeditiva. Duval fue, desde entonces, uno de los mandos franceses más respetados y hasta queridos por los norteafricanos, mientras en Europa se le detestaba. Cuestión de mentalidades. 

Nueve años después, la IV República decidió aplicar los principios de la legalidad republicana a la nueva rebelión. Las unidades del Ejército tenían que interrumpir las operaciones y esperar a que llegara el juez para levantar los cadáveres de los fellaghas y declarar ante la autoridad judicial. El lector se puede imaginar la eficacia de semejantes métodos mientras el FLN y sus sicarios mataban, degollaban, violaban, descuartizaban, robaban y chantajeaban sin restricciones morales de ningún tipo (véase la masacre de Philippeville, por ejemplo). A los terroristas se les trataba como a delincuentes de derecho común, con todas las medidas procesales de un estado garantista.  Musulmanes y europeos empezaron a comprender la lección:  había que huir de las regiones rurales, el bled, donde los rebeldes reinaban sin contestación o ceder ante el poder de facto y contemporizar con él, pagando el impuesto revolucionario y favoreciendo la infiltración de los terroristas en pueblos y villas.  Los europeos emigraron a las ciudades o pagaron el chantaje al FLN. Los musulmanes decidieron unirse a la revuelta o esperar y ver qué es lo que pasaba.

Argel, Orán (esta capital con una fuerte población de origen hispano) y las grandes ciudades eran las plazas fuertes europeas en Argelia. Sin embargo, allí también se albergaban, perfectamente disimulados en la masa, los terroristas del FLN. La casba de Argel fue uno de los focos más activos de la subversión; los atentados en bares y heladerías crearon el terror por sus decenas de víctimas, con gran número de niños y mujeres entre ellos. Especialmente significativo fue el del Milk Bar de Argel en 1956, realizado por la terrorista Zohra Driff, que dejó once muertos y ciento cinco heridos. Las niñas mutiladas por la bomba se enfrentaron cincuenta años después con la asesina, que no mostró la menor compasión por sus víctimas de hacía medio siglo. Por supuesto, Zohra Driff es un ejemplo de mujer militante de la izquierda tercermundista, celebrada y festejada por Le Monde, Libération y demás adláteres. A fin de cuentas, las víctimas sólo eran europeas, blancas y cristianas.

En la Francia metropolitana, la izquierda, encabezada por los comunistas y el jesuitismo rojo de Témoignage chrétien, se dedicó a realizar propaganda de atrocidades y agitación contra el ejército francés, mientras se presentaba a los verdugos del FLN como heroicos luchadores por la libertad. Esta propaganda abiertamente sediciosa y traicionera, llevada hasta el extremo por personajes como Vidal-Naquet, fue muy bien acogida entre la biempensancia parisina. Por una parte, las izquierdas veían una ocasión para aniquilar uno de los puntales de Occidente y favorecer los intereses soviéticos. Por otro lado, daba argumentos morales y políticos para no enviar soldados a África y liberar a la aburguesada Francia de un compromiso histórico de gran coste humano y económico. ¿Qué era el honor nacional frente al equilibrio presupuestario? La coartada ética y derrotista de la izquierda se vio favorecida por una intensa campaña internacional en favor de la descolonización inspirada por la URSS y EEUU; quizá sea interesante reseñar que todo ello coincidió con el descubrimiento de los recursos petroleros del Sáhara argelino, hasta entonces la más pacífica y olvidada de las posesiones francesas.

Los rumores de abandono provenientes de la metrópoli hacían aún más inseguro el apoyo de los musulmanes a la causa de Francia. Sin embargo, en 1957, jefes enérgicos, como el general  Massu al frente de su 10 de paras, empiezan a actuar con eficacia frente al FLN y ganan la batalla de Argel. Roger Trinquier, estudioso de la guerra revolucionaria, da las primeras recetas para el triunfo y los insurgentes empiezan a sufrir derrotas decisivas, gracias a que los militares franceses han empezado a compender la verdadera naturaleza del conflicto y los políticos ya no se atreven a estorbarlos.
Wilayas enteras del FLN son barridas por el Ejército, pero mientras más rotundos son los éxitos militares, más insistentes son los rumores de abandono. El Ejército ha ganado la batalla de Argel, pero la izquierda ha ganado la de París.  Situación que remeda la de 1830, cuando la conquista de Argel facilitó la caída de la monarquía legítima en Francia.


EL TRECE DE MAYO

El Ejército y los europeos de Argelia, los llamados pieds noirs, perciben claramente que lo que se gana en África se está perdiendo en Francia. La base del éxito de la contraofensiva se debía al compromiso del Ejército con los combatientes musulmanes, los harkis, que recibieron la promesa formal de que la metrópoli no los abandonaría. La mayor parte de los musulmanes detestaba al FLN por brutal, totalitario y ateo; apegados a sus dirigentes tradicionales, empezaron a ver en Francia a una protectora frente a las amenazas de los rebeldes a su modo de vida ancestral. Los militares franceses se negaban a entregar a un enemigo derrotado por las armas un territorio que era Francia y no querían faltar a su palabra ante las decenas de miles de harkis que combatían junto a ellos.

En la metrópoli, sin embargo, alguien se movía entre intrigas y silencios para retornar al Elíseo. Con el infinito rencor que sólo él era capaz de albergar, De Gaulle rumiaba el despecho que le produjo su alejamiento del poder en 1946. Los partidos lo despidieron como a un criado inútil y el general tuvo que resignarse a una larga travesía del desierto que lo relegó a una absoluta insignificancia política. Encerrado en Colombey-les-Deux-Églises, el ego más grande de la historia de Francia se pudría de resentimiento y vanidad ofendida. Los gaullistas vieron en la crisis argelina la oportunidad de devolver el poder su amo; no hubo intriga en París y Argel en la que no estuvieran implicados los Debré, Soustelle, Delbecque y demás agentes del general. 

La situacion es tan explosiva que el trece de mayo de 1958 se produce una insurrección de los pieds noirs en Argel. El Ejército fraterniza con los insurrectos, el Gobierno General del territorio es arrollado por las masas y los rumores de una intervención armada en la metrópoli se vuelven muy insistentes.  Los gaullistas trabajan entre las dos capitales mientras el general guarda un mutismo casi absoluto, propio de la esfinge de corazón de piedra que siempre fue. Nadie defenderá a la IV República, cuyo fin es aún más ignominioso que el de la III. El general Salan —valiente, prestigioso y leal, pero sin ambición política— grita un viva a De Gaulle que le libra a él de la angustia de tomar decisiones y  catapulta al ególatra de Colombey a la presidencia de la República. El golpe militar ha triunfado por capitulación del raquítico poder civil. Sólo François Mitterrand mantendrá durante años una incesante e inútil denuncia de la usurpación gaullista.

 
LA TRAICIÓN

El entusiasmo de los argelinos franceses es indescriptible, no tanto entre los mandos militares, que conocen a De Gaulle, y por ello lo detestan y temen, pero no se les ocurre otro nombre ilustre que se quiera poner a la cabeza del Estado. Tras las operaciones del general Challe, la estructura militar del FLN ha sido devastada y la victoria parece inminente.  La política de protección de todo el territorio, compromiso con la población musulmana y  control del país funciona. La afirmación del poder del Estado ayuda a atraer a los musumanes del lado francés, como afirma un veterano coronel de cazadores que pacificó la zona de M´sila y Arba: "los musulmanes respetan la fuerza, sobre todo cuando es injusta (...) respetan visceralmente a la autoridad...[a] la fuerza en estado puro y la fuerza injusta.[1] Fue la correcta comprensión de la mente del musulmán rural lo que permitió la derrota del FLN.  Pero la guerra es política, cosa que a menudo descuidan los militares.

En su primer viaje a Argel, cuando es recibido por una masa delirante, De Gaulle pronuncia un enigmático Je vous ai compris que puede significar cualquier cosa. A la vez, es imposible arrancarle un viva a la Argelia francesa. Por otro lado, los militares más comprometidos con el 13 de mayo, como Raoul Salan, son ascendidos a puestos decorativos creados ad hoc y carentes de todo poder real.  En el fondo, De Gaulle albergaba otros planes: su objetivo principal era hacerse con el poder como fuera y, luego, mantenerse en él el máximo de tiempo posible. El golpe del 13 de mayo tuvo la virtualidad de anular la oposición de los desprestigiados partidos políticos durante varios años. La progresiva implantación de la V República consolidaría sus ambiciones. A partir de 1959, empieza a manifestarse la doblez de De Gaulle respecto al millón y medio de europeos de Argelia y los dos millones de musulmanes que confiaban en él. 

La opinión de De Gaulle sobre el problema argelino resultaba del todo diferente a la del Ejército: "¡Que no nos cuenten historias! ¿Ha visto a los musulmanes? Usted los ha visto con sus turbantes y sus chilabas, ¡Usted sabe perfectamente que no son franceses! Aquellos que promueven la integración son unos cabezas de chorlito, aunque sean muy inteligentes. Trate de integrar el agua y el vinagre. Agite la botella. Al cabo de un instante se volverán a separar. Los árabes son árabes. los franceses son franceses. ¿Cree que el cuerpo de Francia puede absorber 10 millones de musulmanes que mañana serán 20 y pasado mañana 40?[2] Aunque la opinión del general es de una sensatez que hoy nos parece envidiable en un político,  no debemos olvidar que en Argelia no sólo vivían árabes como en Marruecos y Túnez, sino millón y medio de europeos arraigados allí desde el siglo XIX a los que estaba dispuesto a traicionar y  vender. Por otro lado, con sus chilabas y sus turbantes, los harkis con sus familias y tierras, se habían jugado su destino por la causa de Francia; clanes enteros combatieron junto al Ejército, que sentía por ellos la lógica camaraderia de los compañeros de armas. Para la oficialidad francesa estaba claro que no se podía faltar a la palabra dada, sobre todo cuando el resultado de una innecesaria entrega de Argelia al FLN supondría el exterminio de los harkis, hombres, mujeres y niños.

En 1960, ya está claro que De Gaulle no piensa mantener la Argelia francesa, pese a la calculada ambigüedad con que se mueve. La señal más clara de esto fue el affaire  Si Salah, un jefe de wilaya de los rebeldes que estaba dispuesto a pasar sus unidades al ejército francés: esto supondría un golpe mortal para el FLN. Es recibido en secreto amablemente por De Gaulle, para que después éste le traicione  y permita que lo asesinen sus camaradas. El general no quiere vencer. La victoria es un inconveniente para sus designios. El 14 de junio de ese año, De Gaulle ofrece negociar al Gobierno de la República Argelina en el exilio; la incredulidad de los rebeldes es completa: si están siendo derrotados de forma aplastante, ¿para qué quiere De Gaulle negociar con ellos? Los titubeos y las precauciones del FLN ante esa propuesta increíble retrasan la toma de contacto. Del 9 al 13 de noviembre de 1960, el general visita Argelia, ya no hay el menor entusiasmo y la masa enfurecida de los pieds noirs pide su cabeza. Se produce un total de 65 muertos.

De Gaulle sabe a lo que juega: desde el 13 de mayo, el ejército carece de ambición política y sólo se mueve por el honor y el deber. También es muy consciente de que en la Francia metropolitana la población quiere vivir bien, disfrutar del desarrollo económico y no mandar a sus jóvenes a la guerra. La campaña de propaganda antifrancesa llevada a cabo por descolonizadores comunistas y cristianos da una oportuna argumentación moral a un pueblo que no quiere combatir.  Los pieds noirs y los harkis están muy lejos de París, de Clermont-Ferrand, de Loches.  A nadie en Francia le importa la vida y la muerte de sus compatriotas y de sus aliados. En el referéndum sobre la autodeterminación de Argelia, el gobierno logra una victoria aplastante en el territorio metropolitano.

El putsch de los generales Challe, Salan, Jouhaud y Zeller, en abril de 1961, es un intento agónico de una parte del Ejército de evitar la pérdida de Argelia. Ilusión vana, incluso los generales más comprometidos con los argelinos, como Massu, no se atreven a romper la obediencia a De Gaulle. A los pieds noirs sólo les queda la maleta o el ataúd. La gran manifestación de protesta desesperada de los europeos de Argel será ametrallada por el Ejército en la Rue d´Isly, el 25 de marzo de 1962: más de cien civiles muertos adornan la única victoria argelina del general De Gaulle.

Militares pasados a la clandestinidad y pieds noirs crean la OAS (Organización del Ejercito Secreto), que trata de invertir el proceso mediante el terrorismo y la ejecución de los enemigos de la Argelia francesa. Aunque logra transtornar la vida política de Francia, es incapaz de dar un vuelco a la situación. De Gaulle utiliza la tortura y el crimen de Estado contra los miembros de la OAS: los barbouzes gaullistas serán famosos por la bestialidad de sus crímenes (contra los que no protestó ninguna liga de los derechos del hombre: los muertos y descuartizados eran europeos), aunque también muchos de estos mercenarios sacados del hampa de Marsella serán liquidados por los hombres de la OAS. Incluso se intentará hacer justicia con el propio De Gaulle, pero sin fortuna. Fueron los proletarios europeos de Argelia los que más decididamente se entregaron a la lucha armada. Muchos de ellos, años antes, habían militado en organizaciones de izquierda. Ahora ajusticiaban a sus antiguos correligionarios.  Cuando repasamos la historia de la OAS nos sorprende encontrar tantos López, Ortiz, García; los obreros de origen español del Bab el Oued fueron los más duros de los combatientes contra De Gaulle. Éste les correspondió con una saña implacable.


LA ENTREGA

En 1962, los acuerdos de Évian supusieron la victoria completa de la recién estrenada diplomacia argelina. Pocos estadistas  bisoños podrán presumir de un éxito semejante frente a una potencia cuya tradición diplomática se remontaba a Richelieu y Talleyrand. La rendición de Francia es incondicional: el FLN obtiene todo lo que pide y aún más. De Gaulle quiere desprenderse de Argelia rápidamente: el Sáhara, el petróleo, todo pasa a las manos de los argelinos, que jamás soñaron con llegar a tanto. Joxe firma en nombre del general una rendición  de una pusilanimidad inconcebible, por ejemplo,  en el tan denostado Armisticio de 1940, que dio nacimiento al gaullismo. Los franceses, aliviados por el fin de la guerra, aplauden esta capitulación como si fuera un magnífico logro político. De Gaulle siempre tuvo un gran talento para vender sus mercancias averiadas.

La nueva situación permite que se revele la verdadera naturaleza de Charles De Gaulle ante la Historia. El Ejército pacta con el FLN la cesión del país y ambas organizaciones combaten sin piedad a la OAS. El entreguismo de los militares gaullistas llegará al extremo en Orán, donde el general Katz permite que el FLN masacre a la población europea sin mover un soldado en su auxilio. Será un oficial musulmán el que salve el honor del Ejército actuando por su cuenta y poniendo fin a la matanza. De Gaulle lo expedientará.

Los pieds noirs retornan a Europa tras un siglo de vida argelina. Lo han perdido todo: la casa, el pequeño negocio, el empleo, el terruño de la infancia y los recuerdos de una vida humilde y laboriosa aniquilada. Desembarcan en Francia con lo puesto: maletas rebosantes y modestos enseres en carritos de niño. A veces traen sólo sus personas, rescatadas a última hora de las matanzas del FLN. Aún está por establecer cuántos  pieds noirs fueron asesinados por los vencedores en las últimas semanas de dominio francés en Argelia.  En el puerto de Marsella, los comunistas y los partidarios de De Gaulle reciben a estos compatriotas atribulados por la desgracia con el grito de À mort!   

A los harkis —que lucharon contra los rebeldes fiados en la palabra de honor de los oficiales— se les había garantizado que Francia nunca los abandonaría; ahora, esos mismos capitanes y coroneles los entregaban al FLN: hombres, mujeres y niños, tribus y poblaciones enteras, van a sufrir la venganza salvaje de los fellaghas. El gobierno francés llegará al extremo de hacer retornar buques de guerra en los que se había admitido el embarque de harkis. Frente a las costas de Francia, la orden del gobierno era implacable: devolverlos a Argelia y entregarlos a sus enemigos.  El fin que esperaba a estos desgraciados no era ni rápido ni limpio: los harkis del Commando Georges fueron cocidos vivos, por ejemplo. Ochenta mil personas, como mínimo, fueron atrozmente liquidadas con la colaboración activa del gobierno de Michel Debré, fiel ejecutor de los deseos del general.


EPÍLOGO

En mayo de 1968, De Gaulle huye a Alemania tras una revuelta de estudiantes burgueses de izquierdas, los mismos que aplaudieron el abandono de Argelia pero que ahora portan retratos de Mao Tsé-Tung.  Aquello recuerda mucho a otra deserción, allá en junio de 1940. Entonces fue ante la Wehrmacht. Ésta es ante unos niñatos malcriados.  El fiel Massu, jefe de las tropas francesas en Alemania, le da ánimos y le promete el apoyo del Ejército. Con estas garantías, el viejo ególatra se atreve a volver a París. 

Hoy, De Gaulle es el personaje histórico con más monumentos, calles y homenajes públicos dedicados en toda Francia. Su lógico sucesor es Emmanuel Macron.   

Estas tragedias suceden cuando las civilizaciones no se quieren defender, cuando el honor es sólo un vocablo anticuado, cuando la Historia condena a muerte a los pueblos con la riqueza y la comodidad. Volvera a pasar.  Seguro.



[1] Antoine ARGOUD: La décadence, l´imposture et la tragédie (Fayard, París, 1974), p. 156.

[2] Dominique VENNER: De Gaulle, la grandeur et le néant (Du Rocher, París, 2004), p. 233.

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