¿Primeros signos de descomposición de la hegemonía del "pensamiento único" de la "izquierda divina" instalada en el aparato mediático-cultural?
Rodrigo Agulló
¿Primeros signos de descomposición de la hegemonía del “pensamiento único” de la “izquierda divina” instalada en el aparato mediático-cultural? ¿O tempestad en un vaso de agua? La polémica sobre los “nuevos reaccionarios” que se abrió hace unos pocos años en Francia, deja al menos entrever una evolución en el panorama intelectual europeo en el que el cuestionamiento de las verdades oficiales de los evangelios del progresismo apoltronado está dejando de ser patrimonio de extremistas marginales, ultraconservadores nostálgicos y otros “malos oficiales” del sistema.
En el año 2002 aparecía en Francia el libro Llamada al orden. Encuesta sobre los nuevos reaccionarios (1) firmado por Daniel Lindenberg, profesor de ciencias políticas en París y miembro del Consejo de redacción de la revista “Esprit”. El libro (94 páginas de afirmaciones mal razonadas y extrapolaciones chapuceras, en tono de denuncia) mete en el índice a toda una retahíla de autores franceses acusados de transgredir impunemente los códigos de la “decencia” progresista, y poner en cuestión los dogmas sagrados del mejor de los mundos posibles en el que vivimos. ¿Y cuales son esos “tabues” tan impúdicamente puestos en cuestión? Daniel Lindenberg ofrece una lista: la cultura de masas, la libertad de costumbres, los intelectuales, Mayo del 68, los Derechos del Hombre, el mestizaje, el Islam y la idea de igualdad.
El mismo título y tono del libro revela esa vocación de “policía del pensamiento” y ese afán depurador característicos de esa nueva izquierda “moral” y “buenista” que, instalada en el confort de ideología oficial, ha hecho dejación de la función crítica propia de toda actividad intelectual que se precie de tal, y además se permite trazar las líneas de lo permisible y lo no permisible. Ello pone de manifiesto la auténtica función social de esa “inteligentsia” progresista: la legitimación ideológica del orden de cosas imperante, el aplastamiento de cualquier atisbo de pensamiento crítico y disidente, y el embalsamamiento de nuestras sociedades en las delicias de la sociedad del espectáculo, feliz y post-histórica en la que vivimos.
¿Y quienes son los denunciados? Se trata de una miscelánea de intelectuales, historiadores de las ideas, filósofos y escritores que, lejos de constituir un grupo organizado o un movimiento consciente de serlo, se caracterizan por sus diferencias de formación y de enfoque, por sus distancias generacionales y por lo heteróclito de la producción de algunos de ellos. Muchos proceden de la izquierda o incluso de la extrema izquierda, y su obra está lejos poner en cuestión el fundamento básico de la forma política y sistema de convivencia de las sociedades occidentales, esto es, la democracia.
Dicho esto, conviene poner de relieve que entre ellos se encuentran algunas de las mejores cabezas en el panorama intelectual francés. No se trata precisamente de “marginales” publicados en editoriales de catacumba, sino de intelectuales, académicos y escritores internacionalmente reconocidos. Entre estos “nuevos reaccionarios” se encuentran figuras como los filósofos Alain Finkielkraut, Marcel Gauchet y Alain Badiou, los politólogos Pierre Manent y Pierre-André Taguieff, el historiador y sovietólogo Alain Besancon, el escritor y ensayista Philippe Muray, el sociólogo Shmuel Trigano, los novelistas Michel Houellebecq y Maurice Dantec, los periodistas Élisabeth Lévy y Philippe Cohen, el lingüista Jean Claude-Milner, el escritor Régis Debray y muchos otros. La lista es larga. ¡Se incluye hasta un extraño rastreo de los “atisbos reaccionarios” en una “vaca sagrada” del 68 como Guy Debord! Buen trabajo para 94 páginas. Cuando de lo que trata es de denunciar, sobran los análisis.
Más allá del contexto en el que se inscribe el panfleto de Lindenberg – esa tradición tan francesa de denuncias estilo “J’accuse”, de búsqueda de publicidad mediática y de ajustes de cuentas entre vedettes intelectuales- el libro, y mucho más que el libro, la polémica posterior generada en torno al mismo, ponen de relieve que “algo se mueve” en el remanso autocomplaciente de lo “políticamente correcto”. Algo que revela una tendencia que, de consolidarse, podría significar el principio del fin de la hegemonía incontestada de esa “ideología orgánica” (valga el término gramsciano) que se sirve como pitanza espiritual para nuestras sociedades. El principio del fin del discurso de esa nueva izquierda que ya hace tiempo evacuó todos sus valores revolucionarios originarios, para inflarse de sentido moral y de humanitarismo soft. Esa izquierda que, tras acelerar la desvalorización de todos los valores, se ha sumado al nuevo dogma relativista, dogma que viene a favorecer la inercia de nuestras sociedades frente al proceso de hibridación de pueblos y culturas en el seno del mercado global y del “mundo feliz”.
La llegada del Frente Nacional a la fase final de las elecciones presidenciales francesas en 2002 dio la primera señal de alarma seria en el país vecino de que “algo falla” en el seno de la ciudad alegre y confiada. Algunos empezaron a preguntarse qué, en todas esas fiestas…tal vez se estaba quedando fuera el pueblo. La contestación a estos aguafiestas no podía ser, evidentemente, acusar al pueblo de “reaccionario” -al menos todavía no- sino mas bien denunciar al “populismo”, la nueva “bestia negra” de los bienpensantes. Y había que señalar culpables. Y ahí se sacó a escena a los “nuevos reaccionarios”. La acusación principal dirigida contra ellos era el haber favorecido, con sus ataques a los fundamentos sagrados de nuestras democracias avanzadas, los avances – ¡oh cielos! – de la bestia inmunda del populismo de extrema derecha, de la exclusión y de la xenofobia.
Lo cierto es que gran parte de la reflexión de muchos de esos “nuevos reaccionarios” se dirige a explorar las líneas de fractura entre la realidad oficial y la realidad “real”, líneas de fractura que explican sobresaltos como el de las elecciones presidenciales francesas de 2002. Y ello no con el objetivo de promover un modelo antidemocrático – todos estos autores están muy alejados de lo que comúnmente se considera “extrema derecha”- sino en el ejercicio de algo que se supone constituye un elemento esencial del auténtico orden democrático: el pensamiento crítico.
Por un retorno de la política
La sorpresa electoral en Francia, los resultados negativos de los referendos sobre la Constitución europea y la proliferación de partidos populistas son señales significativas de una tendencia de los ciudadanos europeos a no seguir acatando con disciplinada docilidad las decisiones que otros toman por ellos. El aparato mediático-cultural europeo, en la línea de las elites transnacionales favorecidas por la globalización, suministra un discurso legitimador al servicio de ese proyecto de mercado global de consumidores que hace tabla rasa de culturas, identidades o valores, y que instala definitivamente a Europa en la post-historia. El mérito de estos “nuevos reaccionarios” consiste en “reaccionar” contra las convenciones de ese “pensamiento débil”, nómada y desarraigado, ya sea en su vertiente “progresista” o en su vertiente “neoliberal”, para pasar cuestionar los fundamentos de nuestras sociedades y analizar las preocupaciones reales de los ciudadanos.
Y entre esas preocupaciones, que se encuentran en las raíces del alejamiento entre gobernantes y gobernados, se encuentra lo que en Francia se ha venido en llamar la creciente sensación de una “triple expropiación” de las libertades ciudadanas, ocasionada por tres fenómenos: la inmigración, la tecnocracia bruselense y la globalización neoliberal.
Los “nuevos reaccionarios” reaccionan contra esa idea, propagada por la nueva izquierda post-marxista, que entiende la democracia como la dictadura de algunas minorías (inmigrantes, homosexuales, antiglobalizadores…) que, con el apoyo mediático, imponen su voluntad a la mayoría. Por el contrario, redefinen la democracia como participación en el proceso de toma de decisiones, conforme a las reglas dictadas por la mayoría. Los “nuevos reaccionarios” reaccionan, entre otras cosas, contra ese ejercicio masoquista de denigración sistemática del pasado y la cultura europeas, contra la degradación de la escuela y la educación, contra la disolución de las identidades y contra la alienación de la cultura de masas.
Y en primer término, varios de estos autores reivindican un retorno fuerte de la política frente a la dominación de la lógica económica y frente a la tecnocracia. Apuestan por la democracia – entendida como participación organizada del pueblo en las decisiones comunes- frente a ese despotismo ilustrado “soft”, que practican las oligarquías reinantes adeptas al liberalismo economicista.
Durante las últimas décadas se ha venido acentuando en Europa el declive de lo político. El poder político se paraliza ante la toma de decisiones que puedan implicar desgastes electorales o costes sociales. La economía y la gestión técnica desplazan a la política, en un enfoque aséptico que recuerda más a la dirección de una empresa o sociedad anónima que a la de una nación. Los Estados nacionales europeos ceden sus poderes frente a las grandes fuerzas económicas de la globalización, así como frente a los regionalismos y otros intereses particulares. El Estado pierde progresivamente su carácter de portador de un sentido comunitario que supere a la mera agregación de individuos. El Estado ya no tiene nada que proponer, ni que ofrecer, aparte de servicios sociales y del nivel de bienestar suficiente para “comprar” las próximas elecciones. Por otra parte, el proceso de construcción política europea se estanca o se diluye, y se perpetúa así el estatus de la Unión Europea como gigante económico y enano político.
La política implica en primer término la voluntad de tomar las decisiones necesarias para el bien común, aún las más difíciles o dolorosas. Implica una asunción realista del carácter conflictivo de las sociedades humanas. Implica sobre todo un sentido trascendente de servicio a la comunidad, entendida como algo más que una mera suma de los individuos que la componen. Esta es una interpretación fuerte del hecho político, defendida por algunos de los pensadores denunciados, en un ejercicio calificado – no podía ser menos - como eminentemente reaccionario.
De entre los pensadores denunciados por Lindenberg, quizás el que cuenta con la más veterana trayectoria neo-reaccionaria es el antiguo comunista y consejero de Estado de la era Miterrand, Régis Debray. Ya en fecha tan temprana como 1978 Debray arremetía contra la “leyenda dorada” de Mayo de 1968, al señalar que esta acontecimiento fue en realidad “la cuna de la nueva sociedad burguesa”, mercantil, individualista y despolitizada. Debray se interesa especialmente por el estudio de las creencias colectivas en el ámbito de los grupos humanos. Para Debray no hay sociedad sin una idea de lo trascendente que la cohesione. Trascendencia que no tiene porqué implicar necesariamente confesionalidad religiosa: el ateísmo no excluye forzosamente todo sentido de lo sacro. Este sentido, como se ha demostrado históricamente, puede referirse también a elementos no confesionales, tales como el culto a los héroes, a los orígenes míticos de la comunidad, a una cierta idea de la nación o de la misión de la misma. (2)
En el terreno del pensamiento político, el autor más destacado del grupo es sin duda Pierre Manent. Manent –discípulo de Raymond Aron, y uno de los principales filósofos políticos europeos en activo– es un liberal en sentido clásico. Pero es el suyo un liberalismo más político que económico, tan cercano a Tocqueville como alejado de los “neoliberales” al uso. Manent desarrolla el análisis político de Tocqueville, que parte de la defensa del principio democrático para advertir a continuación de los peligros que conlleva la aplicación absoluta de ese principio: erosión de los valores que cohesionan el cuerpo social, y exacerbación igualitaria. Para Pierre Manent, la democracia es viable en la medida en que el principio de igualdad formal se conjuga con el mantenimiento de determinados valores que se sitúan por encima del dictado de las leyes. El principio democrático debe entonces establecer compromisos con “las necesidades de la vida social, con los contenidos morales heredados de las épocas predemocráticas”. (3)
Manent denuncia la meliflua visión irénica, que renuncia a asumir la realidad del conflicto. Reivindica la política en lo que conlleva de capacidad de mando y de toma de decisiones. Invoca la permanencia del Estado y de la nación como agentes esenciales de la realidad política. Se rebela contra la pérdida del sentido trascendente de la función del Estado y contra la “desacralización” de la nación. Sus denuncias contra la futilidad de intentar unificar Europa en torno a valores universales abstractos, contra la entrada de Turquía en la Unión Europea, y sobre la incompatibilidad esencial del Islam con la identidad europea han levantado ampollas en la inteligentsia bienpensante.
Una parte de la obra del eminente neorreaccionario Marcel Gauchet –Director de Estudios en la École des hautes études en sciences sociales y redactor jefe de la revista Le Débat– se inscribe dentro de esa preocupación. Para Gauchet, no son los intercambios económicos los que aseguran la cohesión social, sino la política. Sin embargo -subraya Gauchet- “la hegemonía de la comprensión económica del movimiento de las sociedades está anclada de tal forma en el espíritu de los dirigentes que toda reflexión política cae en un abandono cada vez más pronunciado”. (4)
Este autor denuncia el cosmopolitismo de la clase dirigente francesa, que asume “un discurso neoliberal, transnacional, post-nacional, que… no casa con la herencia y el genio histórico de Francia”. Para Gauchet, esa clase dirigente, cegada por sus intereses a corto plazo, hace dejación del servicio a los intereses de la nación y de los ciudadanos. Gauchet denuncia el proceso de disolución del pueblo francés –asumida como inevitable por las clases dirigentes- en nombre del universalismo “buenista”, en la corriente de la globalización.
Ese es un punto esencial que explica el abismo de incomprensión que se abre entre las “élites, desconectadas de la realidad, y las expectativas de los pueblos, desorientados y en busca de sentido”. Porque, para Gauchet, “es un gran error creer que los pueblos están dispuestos, a ese precio, a rechazar su historia y su cultura”.
En su obra La democracia contra ella misma, Gauchet analiza el papel central de la ideología de los derechos del hombre en la consagración del “individuo rey”, irresponsable y titular de todos los derechos, desarraigado y sin puntos de referencia colectivos. Los derechos humanos –advierte Gauchet– no son en si mismos una política. Identificar la esencia de la democracia con el mero respeto de los derechos humanos es un error: ese enfoque no proporciona por si solo los medios para cumplir con la vocación esencial de toda construcción política, que es asegurar la cohesión del cuerpo social. Para asegurar esa cohesión, es necesario proponer metas comunes que hagan de contrapeso frente al individualismo, frente a un individualismo alimentado por la consagración de la “religión” de los Derechos del Hombre como valor supremo.
“La capacidad de anticipación de nuestras sociedades es muy débil, y la de nuestros dirigentes es nula”. Deserción de la política y de la voluntad frente a procesos considerados inevitables: la globalización es inevitable…la inmigración es inevitable… ¿Cuáles serán los resultados finales, para Europa, de tanta inercia? (5)
Solo una crisis grave marcará la hora del despertar. No se puede ignorar impunemente la política, tal parece ser la lección de Gauchet. Reivindicación de la voluntad política, y búsqueda de un sentido colectivo…. Indudablemente, nos encontramos más cerca de Carl Schmitt y de Heidegger que de mayo del 68.
La crítica de la modernidad
Parecida crítica a la ideología de los derechos del hombre – que él denomina “la religión de la humanidad”- se encuentra en la obra de otro neo-reaccionario ilustre, Alain Finkielkraut. Este pensador judío-francés se sitúa por méritos propios a la cabeza del palmarés neo-reaccionario, por cuanto su obra tiene como hilo conductor la crítica sistemática de la modernidad. El análisis de la crisis de la educación, que desarrolla a partir de su obra La derrota del pensamiento, se inscribe entre las preocupaciones centrales de Finkielkraut. Para Finkielkraut, la educación se entiende como transmisión de una herencia, como nexo de continuidad entre las generaciones, como proyección desde el pasado hacia el futuro. Esta dimensión es esencial, y sin embargo queda en nuestros días relegada por el enfoque pragmático que concibe la educación como mera preparación para un mundo hipertecnificado. Retomando los análisis de Heidegger sobre la Técnica, Finkielkraut alerta sobre el riesgo de desaparición de la cultura general, para ser sustituida por una razón instrumental al servicio de las necesidades de la Técnica (6)
La defensa del estudio y del esfuerzo, el vínculo con la tradición, la reivindicación de una cierta idea de sabiduría, todo ello entra en confrontación directa con las teorías de la “nueva pedagogía”, la discriminación positiva, el igualitarismo y el culto a la novedad “per se” en la escuela. La educación se ha convertido en un gran campo de experimentación de las teorías del progresismo a la moda, que han convertido a buena parte de los sistemas educativos en una grotesca “máquina de descerebrar” (7).
En la estela de Heidegger, de Hanna Arendt, de Leo Strauss y de Nietzsche, Finkielkraut estudia la génesis y desarrollo de la modernidad, y sus consecuencias para el espíritu y para la tierra. De Heidegger y Hanna Arendt retoma la reflexión sobre el desenvolvimiento de la razón instrumental, la erosión de las tradiciones y la cultura, el dominio de la Técnica sobre el hombre, y los riesgos que ello entraña para la supervivencia del mundo. Con Leo Strauss coincide en la reivindicación de los pensadores antiguos. En la línea de Nietzsche, aborda la crítica de la fase final en la evolución de la modernidad: el advenimiento del nihilismo.
La crítica de la modernidad y la disección de su elemento central, la idea de Progreso, está en el centro de la obra del filósofo y politólogo Pierre-André Taguieff.El diagnóstico de Taguieff sobre nuestra época es que sufre de una crisis colectiva de depresión o de melancolía. Sumidos en el relativismo y la indiferencia, los hombres pierden la voluntad de actuar y de ejercer sus responsabilidades. Esta fatiga de vivir es la desastrosa consecuencia psicológica del hundimiento de la idea de progreso heredada de la Ilustración. Al hundirse los dos pilares -el culto al Futuro y la fe en el Progreso- sobre los que reposa la religión civil de la modernidad, solo queda la duda y la angustia, de la que el hombre de nuestros días trata de escapar instalándose en un presente continuo, en un presentismo sin finalidad ni sentido. El hombre posmoderno trata de llenar su vacío interior aturdiéndose en la pléyade de sensaciones que le ofrecen las sociedades del capitalismo globalizado. Pero se trata de un vano intento de escapar del aburrimiento. Este agitarse sin sentido, esa idolatría por las “novedades” cada vez más “nuevas”, esa puerilización generalizada, constituyen la caricatura posmoderna de la idea moderna de progreso. Taguieff lo denomina bougisme (podría traducirse algo así como “movimentismo”) y llama a la resistencia contra ello. (8)
A la par, Taguieff denuncia las “utopías azucaradas” de la nueva izquierda y de los movimientos antiglobalización, nacidas -según él- de la decepción y del resentimiento, y que constituyen un “opio psíquico”, una huída a mundos imaginarios, y como tal esencialmente incapacitadas para transformar el mundo. Entre esas utopías, incluye al “inmigracionismo” como “la última utopía de los bienpensantes”. (9)
Sobre las ruinas de la utopía progresista, Taguieff apela a edificar un “conservadurismo alternativo” que no violente ni el pasado de la humanidad ni su naturaleza, y que responda a ciertas exigencias morales y espirituales. Evidentemente, semejante llamada a sustraerse a ese nihilismo relativista de las élites, semejante incitación a asumir el patrimonio del pasado para reinstaurar un sentido y dotarse de un proyecto común, no podía sino sonar a oídos “progresistas” como algo eminentemente reaccionario o, lisa y llanamente, fascista.
Deconstruyendo el “mundo feliz”
El pensamiento de estos autores parte de un enfoque claramente antiutópico. Pocos lugares comunes más caros al pensamiento progresista que la arrebolada invocación -con suspiros y ojos en blanco- a la utopía, como sueño irrealizable pero deseable, cuya sola mención ya otorga un marchamo de superioridad moral. Pero los “nuevos reaccionarios” no están por las cursiladas, como veremos.
Philippe Muray, novelista y autor de una inclasificable obra crítica de estilo sardónico y panfletario, combate el mundo moderno en todos sus aspectos. Para Muray el imperativo de “ser absolutamente moderno” es la consigna de los nuevos esclavos. Muray acuña la expresión “homo festivus” para designar al prototipo de hombre de la post-historia, producto del igualitarismo de la cultura de masas y de la sociedad del espectáculo, que vive en un eterno presente de felicidad festiva y de sonrisa tonta, privado de sentido y vacío de proyectos. Auténtica epítome del nihilismo, se trata en realidad del “último hombre” que anunciaba Nietzsche, y que se manifiesta en la forma de un turista bronceado y en bermudas. Para Muray, vivimos en el “imperio del bien”, en donde lo virtual ha sustituido a lo real, y lo políticamente correcto ha aplastado la libertad crítica. El “mal” ha sido oficialmente proscrito, y quien no se someta es arrojado a las tinieblas exteriores por los nuevos inquisidores. La obra de Muray es una corrosiva diatriba contra los dogmas y fetiches de las sociedades contemporáneas, desde el neolenguaje políticamente correcto hasta la religión de los derechos humanos, desde la omnipresencia reivindicatoria de las minorías hasta la “tolerancia” como supremo valor. El culto a la imagen, el turismo, los “rebeldes” de diseño, la solidaridad de pacotilla, la obsesión del cambio por el cambio, el feminismo, la caza de “fobias” (homofobia, xenofobia…), el multiculturalismo, la apología del mestizaje, el pacifismo, el “arte” contemporáneo, el “buen rollito”… Todo un catálogo de mojigaterías contemporáneas que pasa por la criba de un autor que no duda en gritar que el rey está desnudo. (10)
Si el retrato del “último hombre” tiene su expresión crítica en Philippe Muray, es en la obra del novelista Michel Houellebecq en donde encuentra su definitiva plasmación literaria. Es en Houellebecq donde verdaderamente “tocamos fondo” en la expresión de la sordidez de la falta de perspectivas del hombre occidental. Provocador oportunista para algunos, gran escritor para otros, Houellebecq es sin duda el gran fenómeno literario europeo de los últimos años. En sus novelas Las partículas elementales, Ampliación del campo de batalla, Plataforma y La posibilidad de una isla, Houellebecq explora el universo de este hombre contemporáneo que es, sin saberlo, el primer espécimen de una mutación antropológica inédita en la historia, esto es, la del hombre encerrado en su pura contingencia material, sin ninguna dimensión de trascendencia ya sea religiosa o profana, inerme en su inconsistencia, desprovisto de voluntad y de sentido. La del hombre cosificado, rebasado por la ciencia y por la técnica, ante cuya realidad no presenta mucha mas relevancia que la que presentaría un insecto.
El mundo de Houellebecq es siniestro. Y lo es, sobre todo, porque no alberga ninguna esperanza. Desprovisto de artificio literario y de enfoques morales, con la frialdad del escalpelo de un cirujano, nos desentraña la miseria de ese triste pelele que intenta sobrellevar su vida con un poco más de placer. Es el retrato de una sociedad que en su fuero interno se auto-odia, reniega de su pasado, se suicida demográficamente y terminará gritando “¡¡Osama mátanos!!”. En realidad, toda la obra de Houellebecq puede leerse como un largo ajuste de cuentas con el proceso puesto en marcha por Mayo del 68: con ese proceso de desvalorización de todos valores de una civilización para, en último término, sustituirlos por el vacío de un mundo aséptico configurado como un gigantesco supermercado. La obra de Houellebecq puede sintetizarse en una constatación escueta que dice: “¡esto es lo que hay!”. (11)
Y es que estos autores, de un modo u otro, prestan su voz a una melancolía subyacente, callada o reprimida por el hombre contemporáneo. Al levantar acta de la pérdida definitiva del sentido de lo sagrado, del desencantamiento del mundo. Al deplorar la sustitución de la razón simbólica por la mera razón instrumental. Al hacer el inventario de la gran aventura de la modernidad, y de su implosión final en la edad del vacío. Al diseccionar el nuevo hombre del nihilismo, y la “perfección” anodina de su mundo. ¿Nostalgia de la imperfección de las épocas anteriores, de sus verdades simples, y de sus valores “fuertes”?. La obra de estos autores puede también leerse como un homenaje póstumo al viejo mundo…
Cuando el pensar es un oficio de riesgo.
En el libro de Lindenberg se manifiesta el reflejo totalitario de cierta izquierda que no busca sino la intimidación y el eventual aplastamiento del disidente. El mismo método elegido –la lista de nombres y de crímenes cometidos, acompañada de epítetos difamadores bien sonoros- tiene un claro sabor estalinista. El proceso es conocido: campaña de denigración sistemática, arrepentimientos y golpes de pecho del acusado, y condena final a purgar los pecados en el ostracismo, todo ello en un clima de delación generalizado. En caso contrario, el reo se arriesga a comenzar un peregrinaje por los tribunales de justicia, donde afrontará las consecuencias de sus crímenes de pensamiento y de sus ofensas a minorías varias. Y tal vez algo peor. ¿A que tipo de condena equivale, en la Europa de nuestros días, la acusación de islamófobo?
Las campañas de difamación, el hostigamiento sistemático y el acoso judicial están a la orden del día para quien se atreva a abordar ciertos temas intocables, talescomo la inmigración o la presencia del islam en Europa. Tal ha sido el caso de Maurice Dantec, - escritor “de culto”, a caballo entre la novela negra y el cyberpunk, hoy expatriado en Québec- al referirse a la islamización de Francia. O el caso de Houellebecq, por referirse críticamente al islam en una de sus novelas y en declaraciones públicas. La lista sería larga…
Malos tiempos, en la patria de la Ilustración, para los espíritus libres. Sin embargo, el exceso de celo y la torpeza del comisario político Lindenberg hicieron que el libro produjera, en cierto modo, un efecto contrario al que sus promotores esperaban. La lista de acusados era demasiado larga, la importancia de los mismos demasiado grande, la maniobra demasiado burda y el “libro” demasiado malo…. Demasiados fallos. Por otra parte, estos “nuevos reaccionarios” no resultaron ser presa fácil, y demostraron no estar dispuestos a dejarse intimidar. En consecuencia, en el país vecino se produjo una cierta reacción de solidaridad con los perseguidos en esta nueva “caza de brujas”. Y lo que es más importante, se produjo una novedosa toma de conciencia sobre el “matonismo” intelectual del “establishment” progresista, y sobre las crecientes cortapisas al debate público en el seno de nuestras modélicas democracias. (12)
¿Nuevas convergencias para el futuro?
En realidad, no cabe asignar a este conjunto de autores, agrupados bajo la etiqueta periodística de “nuevos reaccionarios”, las características de grupo o de corriente identificable como tal dentro de las “familias de pensamiento”. Se trata de autores con notable disparidad de intereses y de enfoques, con diferente formación y con marcadas distancias generacionales. Entre ellos se dan tomas de posición social y políticas contrapuestas, y sus puntos de coincidencia tal vez nunca hubieran llevado a designarlos con un apelativo común, de no haber sido por Lindenberg y la amalgama realizada en su libro-denuncia. (13)
Pero en todos estos autores, de un modo u otro, asoma un estado de ánimo común. Una estado de ánimo que se manifiesta en la crítica de la deriva que, desde hace unas décadas, han tomado nuestras sociedades. Deriva que ellos analizan sin detenerse ante los tabues impuestos por la corrección política. De ahí sus convergencias. Y ahí reside su fuerza: en la denuncia sistemática del secuestro de la realidad por la ideología, de lo real por lo virtual; en el estar a la escucha de los ciudadanos y de sus preocupaciones reales. Porque cuando la ideología oficial al servicio de las élites transnacionales quiere forzar la realidad a encajar en su modelo de mundo feliz, la realidad no siempre se somete. ¿Es la realidad reaccionaria? .
Es en Francia donde siempre aparecen los primeros signos de las tormentas venideras. Francia es el laboratorio de las ideas que han incendiado Europa. ¿Fue solamente la polémica sobre los nuevos reaccionarios una nueva trifulca en los salones, siempre agitados, de la inteligencia parisina? .Tal vez sí. ¿Puede haber sido el síntoma de fuerzas mas profundas que trabajan en el seno de la conciencia europea? En ese caso, tal vez estemos ante los primeros signos de que, más allá de la vieja división entre la izquierda y la derecha, se dibujan nuevas convergencias que apuntan al futuro. Tal vez ese futuro nos traiga la posibilidad de nuevas síntesis, de un período de reconstrucción de la inteligencia política, de una reapropiación de la democracia por los ciudadanos europeos. La Historia siempre está abierta. (14)
Texto originalmente publicado en El Manifiesto (en su versión impresa) e incluido ulteriormente como apéndice del libro Disidencia perfecta, Ediciones Áltera (actualmente disponible en Ediciones Insólitas).
(1) Daniel Lindenberg, Le Rappel à l´ordre. Enquête sur les noveaux réactionnaires”.Seuil 2002.
(2) Régis Débray “Modeste contribution aux discours et ceremonies officielles du dixième anniversaire”. Maspero, Paris1978. Una vibrante reivindicación del patriotismo republicano francés se encuentra en “À demain De Gaulle”. Gallimard 1992.
(3) Pierre Manent “Tocqueville et la nature de la démocratie”: “Para amar bien la democracia, es preciso amarla moderadamente”. Citado en “Pierre Manent et la question de l¨homme”. Daniel Tanguay. Universidad de Ottawa. Politique et Societés, vol 22 nº 3, 2003.
(4) Marcel Gauchet “Les élites perdent la tête”. Entrevista en “La revue pour l´intelligence du monde” nº 6. enero/febrero 2007. (traducción del autor ). Una interesante síntesis de algunos aspectos del pensamiento de Marcel Gauchet se encuentra en el artículo de Jacques Gevaudan “Marcel Gauchet, le fossoyeur des illusions” 29.11.2003. http://www.polemia.com
(5) Marcel Gauchet “Les élites perdent la tête”. En esta entrevista –que no tiene desperdicio- señala Gauchet: las elites “vuelven su agresividad contra este pueblo que no quiere ser como los otros -mientras que ellos, nuestros brillantes sujetos, se han sabido hacer cooptar por la nueva internacional de los bienpensantes y de los bien provistos”… “ello nos permite designar la urgencia, mas allá de la derecha y de la izquierda, de una reforma del discurso y del proyecto públicos. Pero para actualizar el modelo nacional, sería preciso comenzar por reconocer que la globalización no es el fin del Estado-nación”.
(6) Alain Finkielkraut “La derrota del pensamiento”. Anagrama 1987. Para una disección del sentido de la modernidad: “Nous autres, modernes”. Ellipses/École Polytechnique 2005.
(7) La revista francesa Éléments en su número 104 (marzo 2002) incluye un interesante dossier sobre la crisis del sistema educativo “La machine à décerveler?. L´École est-elle à vendre?”. Igualmente la revista “El Manifiesto”, en su número 5 (junio 2006) “Juventud: el hundimiento”.
(8) Pierre-André Taguieff. ”Résister au bougisme. Démocratie forte contre mondialisation techno-marchande”. Mille et une nuits, Paris 2001. “Le sens du progrès. Une approche historique et philosophique” Champs/Flammarion 2004, pags 328 y ss.
(9) Pierre-André Taguieff. “L’inmigrationnisme, dernière utopie des bien-pensants”. Publicado en Le Figaro. 9 de Mayo 2006. En este texto Taguieff denuncia “la instrumentalización de la compasión por los pobres y de la indignación frente a la miseria humana”. Este “gran chantaje de los bienpensantes” (…) “desarma a las naciones democráticas frente a las nuevas amenazas”.
(10) Philippe Muray “Aprèsl´Histoire I et II”. Les Belles Lettres 1999 y 2000. “Exorcismes spirituels” , cuatro volúmenes. id 1997-2005. “Festivus Festivus”. Fayard Paris 2006. Philippe Muray falleció en 2006.
(11) Michel Houellebecq: “El mundo como supermercado y como burla”(http://biblioweb.sindominio.net). En este artículo Houellebecq analiza la imposibilidad del hombre contemporáneo para hacerse portador de una Voluntad: ”La lógica del supermercado induce…a la dispersión de los sentidos; el hombre de supermercado no puede ser orgánicamente, un hombre de voluntad única(…). De ahí viene cierta depresión del querer en el hombre contemporáneo (…) no es que deseen menos; al contrario desean cada vez más; pero sus deseos se han teñido de algo un tanto llamativo y chillón (…) son en gran parte un producto de decisiones externas (…) publicitarias. Nada en esos deseos que evoque la fuerza orgánica y total, tercamente empeñada en su cumplimiento, que sugiere la palabra “voluntad”.
(12) A poco de aparecer el libro de Lindenberg, varios de los denunciados (Alain Finkielkraut, Marcel Gauchet, Pierre Manent, Philippe Muray, Pierre-André Taguieff, Samuel Trigano y Paul Yonnet) firmaron en el semanario L´Express, en Noviembre de 2002, un “Manifiesto por un pensamiento libre”. En este texto los autores reivindicaban su derecho a inquietarse “de la indiferencia creciente de las elites que abandonan al pueblo a su suerte” y añaden que “esta caza de brujas sustituye la vana agitación denunciadora a la reflexión sobre los fundamentos y finalidades de la acción política en el mundo actual.” También denunciaban el intento de los bienpensantes de “militarizar la vida del espíritu y recuperar la calurosa mediocridad del antifascismo estalinista y sus mentiras”. Citado en Jean-Claude Marin: “Fièvre épuratrice dans l´intelligentsia”.Dossier en la revista “Éléments” nº 108. Abril 2003 (pags 34-42). Para una pequeña historia de las prácticas en Francia de esta nueva “policía del pensamiento”: Elisabeth Lévy: Les Maîtres Censeurs”.JC Lattès 2002. En España, el dossier de la revista Hespérides: “La nueva Inquisición”. Otoño 1996.
(13) Muchos de estos autores (la mayoría procedentes de la izquierda o extrema izquierda) se sitúan hoy en un arco ideológico que varía desde la izquierda socialdemócrata clásica a posiciones liberal-conservadoras, si bien la crítica radical que realizan de los fundamentos de nuestras sociedades les sitúan cuando menos en una posición “extravagante” con respecto a esas etiquetas ideológicas. Un punto de desencuentro importante entre muchos de estos autores son sus posiciones en política internacional: así en lo referente al peso de los Estados Unidos en el mundo, la política exterior norteamericana o la del Estado de Israel.
(14) Se echa de menos una mayor presencia de todos estos temas - que podemos calificar en propiedad como “el tema de nuestro tiempo”- en el debate público español. Tal vez cuando acabemos de dilucidar si España existe o no existe, o cuando finalice el enésimo recuento de los muertos de la guerra civil.