El Jünger de Alain de Benoist

El soldado, el trabajador, el rebelde, el anarca

Ediciones Fides ha publicado el libro titulado "Tipos y figuras en Ernst Jünger: el soldado, el trabajador, el rebelde, el anarca", que reúne en un solo volumen todos los textos escritos por Alain de Benoist sobre el autor alemán. Recorre los cuatro tipos y figuras presentes en la evolución de la obra creativa de Ernst Jünger, a veces a través de los acontecimientos —la guerra, el nacionalsocialismo, la revolución conservadora alemana—, otras en contacto con su relación mantenida con diversos autores —Heidegger, Drieu La Rochelle, su propio hermano Friedrich Georg—, incluyendo su conocimiento por la Nueva Derecha francesa.

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¿Quién fue Ernst Jünger? ¿Un ensayista singular y prolijo? ¿Alguien consagrado al género literario del diario? ¿Un narrador belicista que facilitó, gracias a sus briosos relatos, el ascenso del hitlerismo? Proteo a la medida de un siglo tumultuoso, fue un autor inclasificable que pudo declarar, en 1956, durante un discurso de agradecimiento, en la ciudad Bremen que lo homenajeaba por su obra literaria:
 
«Constato que se encuentran los mejores camaradas en el No mans land, y siempre me he sentido satisfecho de mis hombres en tiempo de guerra y de mis lectores en tiempo de paz. Una mano que sabe sujetar con igual respeto el sable y la pluma es más fuerte que todas las bombas atómicas y todas las rotativas.»
 
La vida de Ernst Jünger ha durado más de un siglo y, como un patriarca de tiempos bíblicos, el centenario ha sobrevivido a sus compañeros de destino. En poco más de un siglo de existencia, ha combatido en las guerras fraticidas que marcaron Europa y redistribuyeron las cartas de la política mundial. Ha disfrutado de cuatro formas distintas de régimen político. Sus años de aprendizaje, de 1895 a 1918, se efectúan en el ancien regime, el del Imperio guillermino de amplia extensión. De 1919 a 1933, el publicista independiente y peleón se bate contra la República de Weimar, la primera república de la historia alemana. De 1933 a 1949, se enfrenta primero con la dictadura de los nacionalsocialistas; presencia después, herido en su amor patrio y su sentir nacional, el hundimiento de su país mutilado. De 1949 a 1989, es ciudadano de la República Federal Alemana, uno de los símbolos de la guerra fría que opone Occidente a Oriente, el autor que envejece sin confiar en ser testigo del reencuentro alemán, vive los sucesos de la puerta de Brandenburgo delante del televisor, el 9 de noviembre de 1989; la reunificación asume entonces para él la imagen de una "lluvia" benefactora que cae “sobre el desierto después de una larga sequía”; ese suceso político le permite redescubrir, en mayo de 1992, bienes que sus amigos habían escondido en Sajonia, en la antigua “zona” oriental.
 
El autor se complacía en decir que la cifra “2” había marcado su vida. De hecho, ha vivido en dos siglos y se vio implicado en dos guerras mundiales; en la primera como voluntario, en la segunda como reservista; en una forja el aura de un innegable héroe del Reichswehr, en la otra, el guerrero de antaño se convierte en un oficial francófilo del ejército de ocupación. Vio dos veces el cometa Halley, tuvo dos hijos y los sobrevivió a los dos, se casó dos veces. Formó junto a su hermano menor, el poeta Friedrich Georg, una pareja armoniosa de Dioscuros. El mismo Jünger diferencia en su obra dos períodos creativos que ha llamado Viejo y Nuevo Testamento. Esta organización permite recoger, en una misma era, los diferentes escritos de 1920 a 1934; la fractura entre los dos períodos se sitúa a principios de los años treinta, cuando redactaba la Carta de Sicilia al buen hombre de la luna. Los libros posteriores al ensayo De las flores y las piedras (1934) se muestran como parte de una nueva era.
 
Ernst Jünger no deja sus contemporáneos indiferentes, Por querer intervenir sobre la historia, compone obras que se insertan en el debate ideológico de su tiempo, sobre todo de 1920 a 1932. Las ideas que expuso entonces son combatidas, defendidas y citadas como las de un escritor político. Desde los años 20 hasta los 50, desde la aparición de Tempestades de acero a Visita a Godenholm (1952), la publicación de sus obras constituye un acontecimiento de la vida literaria.  De esa última obra citada data lo que, erróneamente, se llama la inactualidad del autor: atemporalidad hubiera sido preferible. La imagen que la crítica literaria dio de Jünger es tributaria de las emociones que gobiernan las afinidades o las prevenciones ideológicas; de hecho, pocos intérpretes y críticos han consagrado prioritariamente sus trabajos al estudio del texto, prefiriendo una amplia mayoría de los mismos analizar la personalidad del autor. Éste, escritor controvertido a causa de la actitud política que adoptó antes y después de la dictadura alemana, parece haber forzado a sus lectores a decantarse en favor de posiciones precisas y claras. Los estudios sobre Jünger se dividen en gran medida en dos grupos afectivos, uno marcado por la admiración a veces ciega y cercana a la hagiografía, el otro dominado por el espíritu político y desagradable. Cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, sonó la hora de los ajustes de cuentas y exorcismos, una inflamada discusión se desarrolló en torno al “Caso Jünger”.
 
¿Habían facilitado sus primeros escritos el ascenso del nacionalsocialismo? ¿Podía o no disculpársele de ciertas responsabilidades? ¿Qué papel interpretó en la rebelión de los generales en 1944? Que Jünger no se exilase como otros intelectuales, para desmarcarse públicamente del régimen, que haya flirteado en vísperas de la segunda derrota con la Iglesia Católica, que se haya negado a rellenar el cuestionario de los aliados, son otras tantas faltas, que unos y otros, siguiendo sus respectivas escuelas de pensamiento, han mantenido contra él. Apagada durante un tiempo, la querella se envenenó cuando la ciudad de Frankfurt am Mein le concedió el Premio Goethe en 1982 y se manifestó de nuevo en el ochenta aniversario de Jünger. La acidez de algunos artículos no pudo oscurecer los festejos y honores que rodearon el centenario. Aunque las tijeras de la Parca hayan cortado el hilo de esa larga vida en 1998, Jünger vive aún en la literatura alemana, incluso si su presencia se vio limitada durante los años entre 1914 y 1918 únicamente al imposible diálogo con Erich Maria Remarque, que Gunther Grass imaginó en Mi siglo, aparecido en 1999.
 
Esa obra, abundante y rica, que cubre más de siete décadas y conoce dos ediciones completas, no sabría ser reducida, tanto desde el punto de vista ideológico como literario, a ciertos denominadores comunes. Se articula sin embargo en torno a grandes temas recurrentes. El primer tema agrupa el cuestionamiento jüngeriano sobre la esencia, la especificidad del siglo XX, la modernidad. Observador apasionado de la naturaleza humana, ha pensado poder establecer un diagnóstico de su época: ha querido dar explicaciones a los fenómenos que observaba; ha cuestionado historia y mito, deteniendo la historia en el mito y devolviendo el mito a la historia. El segundo tema que debía ocupar un espacio creciente en su obra madura está dedicado a la naturaleza: entomólogo, cazador y descubridor de mariposas, Jünger espiaba con la misma curiosidad la vida de las plantas, insectos y los sobresaltos de Gaia. Finalmente, el último gran tema es más personal: en los numerosos diarios que mantenía regularmente, consignando en revoltillo observaciones agudas, sueños y premoniciones, el aburrimiento ante lo cotidiano y las reflexiones sobre los libros que leía, Jünger se ha subido al escenario, siendo a la vez actor y espectador, autor y lector.
 
¿Ha presentado Jünger teorías concretas en sus escritos? Aparecen aquí algunos riesgos. ¿Intentando responder esa cuestión no debilitamos acaso la obra del artista? Además Jünger nunca desarrolló con método y continuidad sus teorías en la misma publicación. Por el contrario, la coherencia de su pensamiento, siempre fiel a sí mismo, se abre paso, para el lector atento, en esa obra que parece impenetrable. La obra de Jünger no se vuelve comprensible más que si se la devuelve a la creación de una conciencia planetaria. Las influencias son numerosas: Nietzsche, el surrealismo, el expresionismo, el existencialismo; corrientes de pensamiento que se encuentran en su obra ligadas a las visiones imperialistas, a la fuerza y poderío militares de la Primera Guerra Mundial. La representación de una unidad planetaria creciente del mundo constituía ya un lugar común en las esferas intelectuales a finales del siglo XIX y principios del XX.
 
 

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